El más reciente informe del Observatorio de Comunicación Digital de la Universidad Latina de Costa Rica, publicado el 27 de octubre de 2025, reveló el nuevo rostro de la campaña electoral: el de la pantalla. Entre el 1 de septiembre y el 19 de octubre se contabilizaron 529.004 menciones sobre los principales candidatos presidenciales. Más del 59% de esos comentarios tuvo tono adverso. Seis de cada diez menciones hacia figuras políticas fueron negativas. La conversación pública costarricense se desarrolla hoy, más que nunca, en los entornos digitales. Facebook concentra el 58% de la actividad, seguida de los portales de noticias, y cualquier incidente, que puede ser una denuncia, un audio filtrado, una frase sacada de contexto; todo ello puede transformarse en una tormenta de miles de interacciones en cuestión de horas.
El hallazgo no es antojadizo: describe la transformación profunda del espacio cívico. Las redes sociales no solo amplifican la voz de la ciudadanía, sino también su frustración. El tono adverso no surge de la nada. Es el resultado de años de distanciamiento entre la política electoral y la ciudadanía. Los partidos tradicionales permanecen anclados en sus añejas prácticas: mítines comunales, conferencias de prensa y mensajes monocordes que suenan desgastados y acartonados. Siguen hablando, muchas veces desde posiciones de privilegio, y representando, en muchos casos, a grupos de presión que les financian sus campañas. No han comprendido que el debate electoral ya no se libra con retóricas vacías, sino que se trasladó en el flujo constante de pantallas, hashtags y emociones.
La negatividad que mide el Observatorio no es simple hostilidad: es una forma de desafección. Un electorado joven, hiperconectado y crítico, observa con ironía a quienes no logran hablar su mismo lenguaje. Las estructuras partidarias cerradas, los liderazgos endogámicos y la comunicación ensayada, producen rechazo porque carecen de autenticidad. En la red, la ciudadanía percibe con rapidez la impostura, contrasta posiciones, tiene acceso a archivos de campañas pasadas y a información de muchas fuentes contrastantes. Por eso el humor, el sarcasmo o el meme terminan reemplazando al discurso político. Cuando eso sucede, la democracia se vuelve un espectáculo, un show, un circo.
Los riesgos son evidentes. Un clima de conversación dominado por la negatividad, erosiona la legitimidad del proceso y convierte la elección en un concurso de viralidad. Las prioridades ciudadanas como empleo, seguridad y bienestar, quedan desplazadas por la lógica del “post del día”. Peor aún, la polarización digital alimenta los extremos que se fortalecen con los discursos de odio. Según Naciones Unidas Costa Rica, los ataques con motivación política aumentaron un 43% en el último año (Informe sobre discursos de odio y discriminación, 2025).
Pero no todo es amenaza. La digitalización también abre una oportunidad inédita para reconstruir la relación entre la política y la ciudadanía. Más de medio millón de menciones en menos de dos meses, representan una ciudadanía activa, opinante, que quiere participar. Si los partidos entendieran ese flujo como un espacio de diálogo y no de propaganda, podrían reconectar con la ciudadanía, especialmente la joven, que tiene mayor aversión a participar. Quien logre usar las plataformas para explicar, rendir cuentas, escuchar y no solo comunicar, podrá transformar el ruido en conversación.
La campaña electoral que se aproxima no se ganará solo en los debates televisivos ni en los recorridos territoriales: ya se está jugando en la red. El reto es que ese espacio no se convierta en un campo de batalla, sino en un foro cívico, plural y responsable.
La política costarricense debe demostrar que también puede tener altura en el entorno digital, que puede informar, dialogar y construir sin degradar. Costa Rica tiene una oportunidad histórica de convertir su madurez democrática en madurez digital. Porque el voto del siglo XXI, no se deposita únicamente en una urna: se construye cada día, con cada palabra, en cada clic consciente.
Este artículo representa el criterio de quien lo firma. Los artículos de opinión publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de este medio.




