Costa Rica vive un momento político particular. Los problemas se repiten, las conversaciones giran en torno a lo mismo, y la indignación se filtra en cada chat, cada almuerzo y cada red social. Pero cuando llega la hora de decidir, pareciera que seguimos escuchando la misma playlist musical, sin novedades, sin voz nueva, sin ritmo que ilusione.
Las próximas elecciones no tienen por qué repetir ese patrón. Pero para cambiarlo, la política, toda la política, necesita entender algo fundamental: la próxima gran definición la dará la generación joven, quienes hoy viven con más intensidad los retos del país. Esa generación puede cambiar la historia electoral. Hablo de las personas de 18 a 40 años, las que pagan alquileres altos, trabajan en empleos inciertos, sienten inseguridad real y lidian con un Estado lento. Sin embargo, para que eso ocurra, la política tiene que sonar diferente
La política no conecta… pero todo la cruza. La frase “todos son iguales” se ha vuelto parte de la identidad de esta generación. Y, sin embargo, hablamos de política más que nunca: en redes, en el trabajo, en los chats de amigos, en la familia, en los memes que compartimos a diario.
No es indiferencia. Es saturación. Y cuando todas las propuestas suenan igual, el oído se cierra.
Aun así, la política está metida en cada nota de la vida joven, aunque a veces no la escuchemos directamente en:
- El costo del supermercado y el alquiler que sube sin aviso.
- El salario que no logra seguir el ritmo.
- La inseguridad del barrio que desafina cada noche.
- Las oportunidades que no terminan de aparecer.
- El transporte público que llega tarde al compás.
- El crédito que nunca pasa de pre-aprobado.
- La educación que no actualiza su partitura.
No siempre se llama “política”, pero suena en todo. Y por eso, el voto joven importa cada vez más: porque vive estos cambios en tiempo real, sin filtros ni efectos especiales.
Un gobierno con volumen alto, pero sin melodía nueva. El presidente Rodrigo Chaves mantiene el volumen del debate político al máximo: confronta, polariza, marca el compás público. Pero volumen no es música. Su liderazgo, intenso y personalista, no logra producir armonía institucional. Falta banda, falta coro, falta sucesión clara y, sobre todo, falta una melodía que proyecte al país hacia adelante.
Si en mayo el gobierno cambia de vocalista, nadie tiene claro si escucharemos el mismo beat, un remix inesperado o un solo improvisado. Y ese desorden en la mezcla deja a la juventud con la sensación de que el país no tiene todavía un track definido para el futuro.
Una oposición que busca su sonido (y aún no lo encuentra). La oposición enfrenta su propio desafío: no ha logrado construir una canción que conecte. Reacciona, pero no lidera. Critica, pero no articula. Habla, pero no emociona.
Cuando cada partido toca su propia canción sin acordes comunes, los votos se diluyen en proyectos sin fuerza. Y para la juventud eso es decisivo: sin una línea melódica que guíe, el voto se pierde entre ruidos… y el país queda sonando igual que antes.
La playlist que Costa Rica necesita (y que puede conectar con el voto joven). Si el país quiere cambiar de verdad, la política tiene que aprender de lo que hace irresistible a una buena playlist:
- Elección musical: saber escoger los temas que realmente importan y ponerlos en el orden correcto. Hablar de lo urgente (empleo, vivienda, seguridad, movilidad, educación, salud mental, oportunidades) con la misma claridad con la que se arma un tracklist pensado para fluir.
- Identidad: un sonido propio, honesto y contemporáneo. La generación joven detecta lo artificial tan rápido como pasa una canción que no le gusta: si no suena auténtica, cambia de pista.
- Conexión: letras que hablen de lo que vivimos hoy, no de lo que se vivía hace décadas. Experiencias reales, problemas concretos, soluciones posibles. Nada de nostalgia política disfrazada de propuesta.
- Ritmo: ideas claras, ejecutables, que se entiendan sin necesidad de traducción. No más discursos vacíos ni promesas que se evaporan: la juventud quiere propuestas con tempo, con pasos medibles.
- Voz: un liderazgo creíble, coherente y con presencia. La generación joven no vota por tradición; vota por quien suene confiable, consistente y capaz.
Si la política logra esta mezcla, no solo podrá romper la monotonía actual, sino que también podrá entusiasmar a un electorado joven que está listo para participar si siente que, por fin, hay algo distinto al otro lado del audífono.
2026 no está definido: es una pista abierta. La próxima elección no está escrita.
No hay ganador asegurado. No existe “el resultado inevitable”. Lo que sí existe es un bloque decisor muy claro: la generación de 20 a 40 años. Una generación que quiere ver un país que avance, no uno que repita errores; que quiere oportunidades, no excusas; que quiere música nueva, no el mismo remix político de siempre.
La pregunta clave para todos los actores políticos es simple: ¿quién va a producir la playlist que esta generación quiera escuchar?
Mientras la política repita la misma canción, Costa Rica seguirá bailando en el mismo lugar. Pero si aparece una propuesta fresca, seria, creíble, la juventud no solo escuchará: le dará play.
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