Transitar por sitios cotidianos y concurridos de San José, como lo es la Avenida Central, parques públicos y alrededores, brinda un panorama gris que abre puertas para desnaturalizar marcadas brechas económicas, ambientales y sociales impulsadas por el ‘‘desarrollo’’ neoliberal. Este artículo tiene como objetivo lanzar un grito de disconformidad, lucha y resistencia al sistema que oprime a través del interés económico privado, la inacción y la complicidad de entes públicos.
En términos ambientales, parques como el de La Merced, Central y de las Garantías Sociales escasean de zonas recreativas y de ocio en espacios verdes. Según Maas et al., (2006) y Guarda et al. (2022), el acceso a estos espacios gratuitos mejora la salud física y emocional, especialmente las personas con menor nivel socioeconómico. Sin embargo, los parques resultan ser ‘‘paisajes de concreto’’, reforzando urgencias ambientales y humanitarias. Las personas que viven despreocupadas y ajenas a este tipo de problemáticas que pasan desapercibidas son, principalmente, quienes no necesitan de un parque público para acceder a un espacio verde y limpio, pues su economía les permite tener otros privilegios.
No obstante, desafíos silenciosos también son perceptibles en el caso de la Plaza de las Garantías Sociales, donde a su alrededor se encuentran la CCSS, bancos, Teatro Nacional, museos, comercios, etc. En este parque resulta necesario plantearse cómo se manifiestan las aspiraciones colectivas. Si las verdaderas garantías son la CCSS, el Código de Trabajo, las universidades públicas y programas sociales, ¿qué plasma un lugar que no responde a las necesidades básicas de higiene , que desaprovecha el recurso del arte urbano como forma de participación y excluye a figuras femeninas del arte?
Asimismo, sobre las realidades deshumanizantes de vivir en la calle, mal llamadas “personas en condición de calle o indigentes”, un reporte menciona que se suman aproximadamente 5 600 de estas personas, de las cuales 2 200 duermen directamente sobre las aceras. Cómo mencionó mi profesor de Estudios Sociales, Edgar Esquivel, ‘‘para la adicción hacia la globalización se necesitan hábitos políticos y culturales que se reproducen por la influencia económica de algo externo al cuerpo-territorio’’, es decir, en un sistema donde no exigimos condiciones fundamentales e igualitarias, reproducimos influencias externas que perpetúan la dependencia y bloquean la posibilidad de autonomía y justicia social, dejando el rumbo del desarrollo en manos de, por ejemplo, mercados globales, que no tienen como prioridad el bienestar de la población vulnerable.
La crisis humanitaria, según López acarrea discriminación, violencia, abandono por parte del sistema, poca representación política, brecha de género, inseguridad social, estigmatización, salud, educación y precariedad. Asimismo, las organizaciones que trabajan bajo un modelo de reducción de daños para estas poblaciones señalan que su financiación proviene, en su mayoría, de entidades cristianas y del sector privado, recibiendo escaso respaldo estatal. A su vez, a pesar de ser el IMAS una de las pocas instituciones que cuenta con registros sobre esta población, sus datos en ocasiones son imprecisos o abordados desde una perspectiva que carece de un enfoque multidimensional.
Complementando, la Defensoría de los Habitantes identificó debilidades del Estado en cuanto al abordaje de programas sociales dirigidos a personas en situación de vulnerabilidad. Estos reportes dejan en evidencia que, sin soluciones realistas y sistémicas a través de la consciencia y justicia social que asuman de manera integral el bienestar de personas solitarias y familias enteras que luchan diario por sobrevivir y exclamar ayuda, incluso frente a vitrinas de grandes cadenas comerciales, el resultado será perpetuar el mismo ciclo: compleja inestabilidad, dependencia y vulnerabilidad que se invisibiliza cuando el pensamiento y la acción se efectúan desde una perspectiva superficial y generalizadora.
El tiempo avanza, las desigualdades se perpetúan y la ignorancia abunda. El camino fácil con las realidades de San José es discriminar por el olor y apariencia, en lugar de cuestionar las condiciones que han empujado a estas personas allí. En un sistema que promociona utopía, hemos normalizado la práctica distópica, donde rara vez sentimos urgencia por actuar ante la marginalización, aceptándola como si formara parte necesaria del paisaje urbano.
Las realidades mencionadas, y las que no también, no deben verse solo como un dato estadístico, sino también como la prioridad de un modelo neoliberal que antepone el crecimiento económico al bienestar de sus habitantes, como me señaló mi profesor de Estudios Sociales, ‘‘para hablar de dignificar a los humanos, primero hay que dignificar los espacios donde conviven humanos y demás especies’’. Es necesario comprender que, como sociedad, cargamos diariamente con la responsabilidad de actuar no solo con las crisis mediáticas, y luchar por generar mecanismos con la comunidad para poder visibilizar qué tipo de ayuda se necesita y cómo se puede contribuir.
Esto es un llamado contra la indiferencia de la que se apodera Costa Rica, porque ningún “pura vida” ni mucho menos “ser tuanis” disimula la desigualdad que invade nuestras calles bajo mandatos, figuras políticas e instituciones negligentes, sin embargo, también es una falla de quienes, como ciudadanos, decidimos ignorar o minimizar esta realidad desde la comodidad de la distancia y el privilegio. Finalmente, es importante reflexionar que nada garantiza que no seamos nosotros el día de mañana a quienes nos dé la espalda el sistema que creíamos nos protegía.
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