Este domingo, al menos 10mil personas corrimos por las principales arterias viales de San José en el marco de la Gran Maratón Costa Rica. 10mil almas corriendo, por un día, por las mismas calles por las que el resto del año, cientos de miles de costarricenses perdemos horas de vida secuestrados en las presas de una ciudad fallida. La metáfora es casi poética, y no es poca cosa.

En su primera edición, la Gran Maratón logró lo que sonaba -cuando menos- improbable: cerrar durante varias horas un sentido completo de la carretera de Circunvalación, los alrededores de La Sabana, el Paseo Colón, y la Avenida Segunda. Así, por una mañana, nuestras calles dejaron de ser escenario para el suplicio de intentar circular, y se convirtieron en pista para el deporte, la salud, y la apropiación del espacio público.

El atletismo urbano tiene ese poder: reclama como propio el uso de la ciudad que muchos damos por perdida. Como muchas otras actividades deportivas y culturales, nos recuerda que el espacio público es para usarlo, caminarlo, correrlo, disfrutarlo, ocuparlo, y no solo para sufrirlo.

Siempre me pregunto en qué momento los costarricenses, y especialmente los josefinos, aceptamos y normalizamos, no solo el hecho de no tener espacios públicos para la convivencia, el ocio, el esparcimiento; sino la narrativa de que no podemos tenerlos. No podemos tener parques, mucho menos parques seguros. No podemos tener ciclovías. No podemos tener centros deportivos en los barrios, playgrounds, skate parks. No podemos tener transporte colectivo eficiente. Y cómo podríamos tenerlos, si no podemos tener ni aceras.

Sé que escribo esto en la inercia de la adrenalina de un evento deportivo ejemplarmente organizado, a la altura de sus pares internacionales. Un ejemplo de lo que se logra cuando se alinean voluntades privadas y públicas. Se vence la cultura del “no se puede”, y se diseñan soluciones para que sí se pueda.

Pero lo que nos dice la excepción, es que podemos aspirar a que esta sea la regla.

La infraestructura hace cultura

En Costa Rica la gente no camina más, porque no tiene por dónde. San José está lleno de recorridos de menos de un kilómetro en línea recta que nadie que valore su vida hace caminando. Una ciudad segregada, partida, inaccesible.

Lo mismo ocurre con el atletismo o cualquier otro deporte al aire libre, el baile, leer un libro bajo un árbol, reunirse a conversar con los vecinos, hacer mandados en bici, tomarse un café en una placita, pasear al perro más allá de la cuadra. No lo hacemos porque no tenemos dónde.

Cuando hay por donde caminar, correr y cletear, la gente camina, corre y sale en bicicleta. Si hay donde reunirse a descansar, conversar, leer, compartir, la gente se reunirá, ya no solo para pasar, sino a estar . Estos hábitos tienen impacto positivo en la salud física y mental, producen cohesión social, que a su vez fortalece la seguridad comunitaria y la percepción misma de seguridad en general; producen sentido de pertenencia, estimulan los encadenamientos productivos, generan aumento de la plusvalía, estímulo al comercio, etc.

Esa correlación entre infraestructura pública accesible y actividad física, ocio y comunidad, ha sido demostrada en incontables diagnósticos y estudios académicos; sin mencionar claro, el sentido común.

¿Qué esperamos para reclamar nuestro derecho a una San José habitable, y no hostil como la que tenemos?  Infraestructura mínima que nos permita algo más que sufrir el tráfico, brincarse un hueco, evitar un asalto o capearse una bala. Una ciudad para vivirla, no solo sobrevivirla. Ese es nuestro derecho a usar el espacio de todos de forma segura, abierta, inclusiva. No solo ya en eventos masivos, comerciales y excepcionales. En el día y en la noche. Entre semana y los domingos. Como en las ciudades dignas.

Merecemos que nuestra calidad de vida mejore gracias a la ciudad que habitamos, y no a pesar de ella. El domingo vimos que se puede. Y no somos pocos los que queremos de vuelta el espacio público. Para empezar cuenten 10mil.

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