Golfito fue, durante muchos años, símbolo de movimiento, comercio y esperanza. Su Depósito Libre Comercial (DLCG), creado en 1986 como una respuesta creativa a la devastadora salida de la United Fruit Company, representó una promesa de reactivación para la Zona Sur. Y lo logró. Durante más de una década, atrajo a miles de compradores, impulsó la economía local y sostuvo empleos directos e indirectos. Pero como suele ocurrir con los modelos que no evolucionan, el tiempo lo superó.
Hoy, recorrer los pasillos del DLCG es como caminar entre la nostalgia y la frustración. Decenas de locales cerrados, otros a medias, algunos convertidos en bodegas. La sensación es la de un gigante dormido, con infraestructura moderna, pero sin propósito claro. ¿Cómo fue posible llegar a este punto con tanto potencial construido?
La respuesta no es cómoda, pero es urgente: el modelo de turismo de compras se agotó y no hicimos nada para sustituirlo. Mientras el mundo se movía hacia lo digital, lo experiencial y lo personalizado, el DLCG siguió apostando a las compras masivas, esperando buses llenos de compradores que hoy resuelven todo desde su celular. No hubo estrategia para atraer nuevas marcas, diversificar la oferta, crear experiencias, ni conectar con los consumidores actuales. Y eso no es un problema solo comercial, es un síntoma claro de cómo JUDESUR perdió el rumbo como motor del desarrollo regional.
A la par del deterioro comercial, se agudizan las condiciones sociales. Según datos del INEC de 2024, el 30,6 % de los hogares de la Región Brunca viven en condición de pobreza, casi el doble del promedio nacional (18 %). La pobreza extrema afecta al 9,8 % de las familias, y aunque el índice de pobreza multidimensional (IPM) mostró una leve mejora —con un 12,5 %— sigue muy por encima del 10,1 % nacional. ¿De qué nos sirve tanta infraestructura si los beneficios no llegan a la gente? ¿Para quién estamos construyendo si la población sigue atrapada entre el desempleo, la informalidad y la migración interna?
El caso de Golfito no es único, pero sí paradigmático. En América Latina, hay ejemplos de zonas libres y espacios económicos especiales que, ante el cambio de paradigma global, decidieron transformarse. En Costa Rica, Coyol Free Zone se posicionó como un clúster de tecnología médica vinculado a formación técnica y logística avanzada. La Zona Libre de Belice supo integrar turismo médico, experiencias culturales y comercio diferenciado. La Colón Free Zone de Panamá viró hacia un hub logístico y digital, adaptándose a nuevas dinámicas del comercio internacional.
Pero uno de los casos más inspiradores para lo que podría ser el DLCG es la Ciudad del Saber, también en Panamá. Lo que en su momento fue una base militar estadounidense obsoleta, fue reconvertido en un ecosistema de conocimiento, innovación y cooperación. Hoy es sede de universidades, centros de investigación, startups, ONGs y organismos internacionales. La infraestructura no se abandonó, se resignificó. Allí no llegan turistas a comprar pantallas; llegan estudiantes, investigadores, emprendedores y agentes de cambio. Llegan ideas.
¿Por qué no pensar en Golfito como un nodo del conocimiento y la innovación para la Zona Sur? El DLCG puede ser mucho más que un espacio de comercio en decadencia. Puede ser una plataforma para el desarrollo educativo, empresarial, turístico y cultural. Puede albergar centros de formación en logística, comercio internacional, turismo sostenible, tecnologías emergentes. Puede integrar laboratorios de innovación rural, programas de transformación digital para pymes, ferias culturales, mercados agroindustriales, emprendimientos creativos. Puede, si dejamos de pensar en vitrinas y empezamos a pensar en talento.
Esto requiere un cambio profundo, especialmente en el rol de la Junta de Desarrollo Regional de la Zona Sur de la provincia de Puntarenas (Judesur). Ya no basta con administrar fondos o levantar edificios; se necesita una agencia de desarrollo regional con visión estratégica, capacidad técnica y alianzas público-privadas. Una entidad que impulse incubadoras, fondos de capital semilla, redes de mentores y programas de cooperación internacional. Que conecte lo local con lo global.
La nostalgia no puede ser excusa para la parálisis. Golfito tiene historia, sí, pero también tiene futuro. Lo que falta es decisión. El modelo de turismo de compras ya no es suficiente. La economía del conocimiento no es un lujo de las capitales; es una necesidad urgente en las regiones. Y Golfito, con su ubicación estratégica, su historia resiliente y su gente emprendedora, tiene todo para dar ese salto.
La reconversión del DLCG no se trata de borrar el pasado, sino de ponerlo al servicio de un nuevo propósito. Como académico, ciudadano de esta región y exfuncionario de Judesur, creo firmemente que este es el momento para pensar diferente. Porque el futuro no espera. Y Golfito, con todo su legado, merece mucho más.
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