El concepto de “tecnofeudalismo” ha adquirido popularidad en círculos académicos y políticos como una forma de señalar y acusar al poder de grandes empresas tecnológicas sobre elementos tales como la economía, la sociedad y el poder político, incluso en un artículo publicado días atrás en este mismo medio.
Sin embargo, el término adolece de imprecisiones históricas, de sustento filosófico profundo, fallas en la parte económica y lo transforman más en un eslogan alarmista que en una crítica real.
Decir que el “tecnofeudalismo” y el feudalismo son lo mismo es una analogía forzada que ignora las diferencias estructurales básicas. El feudalismo era un sistema político–militar, no un sistema económico en su profundidad. El feudalismo se basaba en el vasallaje inspirado en la lealtad de los individuos hacia el señor feudal, no se inspiraba en contratos comerciales.
El feudalismo además carecía de un Estado centralizado y se mantenía bajo el poder de los señores terratenientes, así como era una economía totalmente agraria y estática sin movilidad social.
Por su parte el “tecnofeudalismo” se ajusta a transacciones voluntarias de los individuos, con Estados que pueden generar un marco regulatorio adecuado que incluso puede promover leyes antimonopolio y la expropiación en caso de que haya elementos irregulares y la aparición de nuevas empresas en la economía digital lo hace ser dinámico.
En la época actual no hay figura de siervos, sino de consumidores y estos tienen la oportunidad de elegir conforme a sus intereses, en el feudalismo esto era inimaginable, aparte porque como todo era de los señores feudales, el sometimiento no era voluntario, sino obligatorio.
Los consumidores hoy pueden migrar a plataformas alternativas y existe un marco jurídico estatal que puede limitar el poder de las grandes corporaciones como ha ocurrido con demandas contra Meta o Google, por lo tanto, la comparación con el feudalismo histórico es una comparación exagerada sin sostenibilidad con argumentos basados en los hechos entre períodos.
El artículo planteaba un análisis filosófico inspirado en el pensamiento de Platón y Karl Popper lo cual podría ser una interpretación forzada. En primer lugar, porque sugiere que el tecnofeudalismo es una especie de “evolución” de la aristocracia platónica, sin embargo, Platón despreciaba el comercio y los bienes materiales, de acuerdo con el texto de la República, los gobernantes (guardianes) no podían tener propiedad privada para evitar que cayeran en actos de corrupción.
En el pensamiento platónico, se creía en un Estado fuertemente regulado, el libre comercio donde las empresas acumulen poder no sería bien vistas. De este modo, la asociación de grandes magnates de la tecnología moderna con los reyes – filósofos de la era de Platón es un error conceptual o interpretativo.
Por otra parte, Karl Popper no criticaba la tecnología sino el control fuera del modelo democrático no era anti – tecnología, sino un defensor de la institucionalidad contra la concentración del poder a través del autoritarismo. Por lo tanto, las grandes empresas tecnológicas no serían entidades gubernamentales, sino actores económicos que requieren sí o sí una regulación desde el pensamiento democrático y el gobierno.
De esta forma se podría decir que la lucha de Popper era contra el dogmatismo y no contra la tecnología, impulsando la transparencia y la competencia económica adecuada. Es más, en el pensamiento Popperiano no se buscaría abolir las redes sociales, sino que se encuentre dentro de ese marco regulatorio por parte del Estado.
Es importante señalar que, si bien las empresas de Big Tech son grandes, su poder no es ilimitado, los Estados siguen teniendo más poder que estas e incluso pueden sancionarlos como lo han hecho la Unión Europea, los Estados Unidos, China, entre otras contra empresas tales como Meta, Google, Apple, Amazon, Microsoft, Alibaba, Tik Tok, entre otras por acciones indebidas, por lo que los Estados siguen teniendo un poder mayor que estas y que el tecnofeudalismo no es un sistema irreversible hasta este momento.
Ciertamente es importante buscar soluciones en vez de crear alarmas innecesarias sobre un “gobierno tecnofeudal”. Esto se logra a través de la lucha contra monopolios, el impulso de medidas como la transparencia algorítmica para evitar que las redes sociales autosugestionen el consumo y sean más realistas, apoyo a alternativas electrónicas alternativas (software libre, cooperativas digitales, etc.) y el establecimiento de modelos taxativos para reducir la influencia de algunos magnates de la tecnología.
La preocupación por el “tecnolofeudalismo” puede verse como un mito conveniente, pero es una alarma sobre un elemento basado en premisas no muy precisas. No existe el vasallaje y al haber Estado se pierde el concepto de la lealtad hacia ciertos individuos, no está basado en un modelo platónico por cuanto no hay intereses de bien común en las acciones realizadas y no es un modelo que no se pueda revertir, sino que todavía los Estados y la sociedad pueden implementar herramientas que lo contrarreste.
El análisis del cual se desprende este texto tiende a confundir la crítica política legítima al transformarlos en afirmaciones absolutistas del pensamiento como decir que los Big Tech “controlan la política mundial” o que han “suplantado al Estado”, lo cual es una afirmación sin muchos datos empíricos y generalizaciones sin sustentos fuertes o referencias imprecisas como el papel de Elon Musk en el gobierno actual de Donald Trump por cuanto este no ha ejercido poder soberano o normativo para considerarlo un como una figura de control político real.
Por esto más que pensar en el colapso de la democracia, se debe trabajar por elementos que lo fortalezcan y entre estos también traer soluciones realistas para que las grandes corporaciones tecnológicas no se consideren que están por encima de la gobernabilidad y la multilateralidad por medio de la regulación, la competencia y la transparencia.
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