Se le atribuye a Séneca, el Joven, esta frase: Errare humanum est, sed persevere diabolicum; aunque también hay otras versiones y variaciones de la frase, mencionadas por otros autores.
Equivocarse es una parte intrínseca de la naturaleza humana y aunque es un medio para aprender de la experiencia, no se justifica repetir el error cuando ya se sabe de lo que se trata. Entonces, quienes votamos por un candidato, para votar en contra del otro, tenemos ahora la oportunidad de ser inteligentes, confesar nuestra pecata maiuscula y construir así nuestra redención. Ya tuvimos suficiente penitencia.
En nuestra defensa, la imposibilidad de predecir el futuro nos hizo incurrir en ese error, aunque tampoco se justifique suponer que la hipótesis contrafáctica hubiese sido menos negativa. La escasez de opciones, liderazgos políticos robustos y confiables en Costa Rica nos indica que, de todas maneras, quizás no había forma de no equivocarse.
Una de las características que distingue a nuestra especie humana de las anteriores y del resto del reino animal, es que perfeccionamos la aptitud de formar, contar y creer en la ficción. La transmisión de la información objetiva y de los cuentos es nuestro invento, es decir, la creación de las cadenas de comunicación social. Con ello, se instrumentó una de las formas de cooperación más efectiva de toda la evolución de las especies, pues ni siquiera es necesario conocerse los unos a los otros para que el proceso se ponga en marcha y sea efectivo. La comunicación, con su número ilimitado de difusores y receptores, es el conector de los individuos. Este es el centro de gravedad de uno de los mejores libros que he leído: Nexus, de Yuval Noah Harari.
Sabemos que los líderes carismáticos, con muchos seguidores, se aprovechan de este proceso para anexarnos y, aunque no tengamos un enlace personal con ellos, aparte de sus mensajes, desarrollamos admiración y los convertimos en un recurso, o refugio, ante las otras opciones.
El culto a la personalidad y a la imagen se instala y arraiga de una manera tan sólida, que para el líder carismático solo es necesario aprovecharse de que lo que prevalece de él no es más que el mito, la figura o el símbolo, más que la persona misma y sus acciones. Hitler, Stalin, Mussolini, Franco, Netanyahu, Duvallier, Perón, Fidel, Trujillo, Ortega y Rosario, Evo, Bukele, los Kirchner, Chávez, Maduro, Idi Amin, Khadafi, Pinochet, Milei, Pol-Pot, Stroessner, Meloni, Trump, Mao, Somoza, Xi, algunos papas, la dinastía Kim, algunos ayatollahs, Putin, muchos influencers y gurúes, y otros más, lo comprendieron bien: Nunca necesitaron tener conexión personal auténtica, siquiera con una fracción de sus muchísimos seguidores. Han sido tantos y tan nefastos, que la perseverancia humana en errar y su ausencia de reflexión, son asombrosas y decepcionantes.
Una vez establecida la imagen, esta puede ser capaz de ocultar cualquier faceta negativa que pudiese tener el líder, así se trate de un tirano indolente, patán, grotesco, mentiroso, grosero, arbitrario, incompetente, agresivo, sicótico, alcohólico, acosador y otros muchos adjetivos adicionales. Sus seguidores lo considerarán como un líder infalible, genio y candidato a la santificación. La gente cree que de esta manera se relaciona con la persona, pero en realidad solo se conecta con la historia que proyecta la imagen; no siempre y en realidad casi nunca, es posible extraer y señalar al individuo en sí mismo.
Por otra parte, la sola posibilidad de considerar que la persona y sus intenciones son diferentes a los de la imagen creada, se considera una blasfemia por parte de sus seguidores. El personaje se convierte en una marca y no hay opciones, es él y nadie más que él. Cualquier descripción o señalamiento que se aparte del ícono, así sea que se difundan noticias, videos, textos, grabaciones y documentos fidedignos e irrefutables, hasta con sus propias declaraciones “en vivo” que revelen sus rasgos verdaderos sencillamente no se reconocen, ni se admiten sus falencias, amenazas y falacias.
El líder puede influir y beneficiar, directamente, la vida de un puñado de individuos; para ellos, significa la diferencia en su modus vivendi. Su historia, anécdotas y mensajes, vía las redes y medios de comunicación social, convence y recluta a toda una fracción de la población convencida de sus revelaciones milagrosas. Es el sesgo de la confirmación. No es requisito estar presente ni verlo en persona para ungirse de su mensaje. Basta asimilar la imagen e información que difunden sus acólitos. Y cualquiera que contradiga esa postura, o la catalogue de ficción, falacia u otras categorías contestatarias, se hace acreedor de una respuesta firme y decidida, por no decir otras cosas. Él no es él sin sus seguidores fanáticos.
Dado que la realidad objetiva se convierte, inmediatamente, en una realidad subjetiva (sorpresas, amor, suposiciones), esta última alcanza pronto la categoría de oxímoron intersubjetivo (admiración, odio, devoción, fanatismo) al que adhieren típicamente grupos grandes de personas que no se toman la molestia de investigar, meditar o informarse, con detalle, acerca de las características e intenciones reales del líder; simplemente se deslumbran y aceptan su carisma; el resto es secundario. Por ello, es peligroso retrasarse en descubrir las verdades objetivas y esperar a que se materialicen la opresión, la arbitrariedad y cuando los abusos terminen por alienar los intereses propios.
Para evitar un baño doloroso de realidades, urgen los mecanismos correctivos, pero con legitimidad democrática. Dado que los humanos tenemos la tendencia a equivocarnos para escapar de estos laberintos, no conviene esperar a que se materialice la fantasía de algún poder sobrenatural infalible e implacable que lo arregle todo; ni siquiera mediante la inteligencia artificial, tan de moda actualmente. La clave estará en cómo convencer a la gente, los electores, de que el supuesto dogma surgido del rechazo a un supuesto mal mayor no debe seguir prevaleciendo: El mal mayor sucedió.
Quizás, entonces, la versión atribuida a Cicerón, en sus Filípicas, expresaría una visión más realista del paradigma: Cuiusvis hominis est errare: nullius nisi insipientis perseverare in errore ("Errar es propio de cualquier humano, pero solo del ignorante es perseverar en el error"). Yo ya lo comprendí.
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