Últimamente me inquieta la falta de criterio con la que muchos votantes toman decisiones políticas. Se eligen gobernantes por simpatía superficial o por una sola causa, sin analizar las implicaciones ni los valores supremos que realmente están en juego. Lo que falta, en mi opinión, es pensamiento crítico, analítico. Perspectiva.

Cuando me gradué de la maestría en Derecho, los estudiantes de posgrado recibimos el diploma junto con un numeroso grupo de estudiantes que obtenían su primer grado universitario en leyes. El día de la ceremonia de graduación, el decano dio un discurso que, aunque parecía más dirigido a esos graduados que iniciaban su carrera, terminó marcando mi forma de análisis. A pesar de que recuerdo pocos detalles del discurso, nunca olvidé el título ni el mensaje central: The Big Picture. El decano repetía esas palabras una y otra vez.

En su discurso explicaba que al culminar nuestros estudios, habíamos adquirido la capacidad de ver “el cuadro completo”. Que debíamos salir al mundo con una mirada analítica, amplia, y que debíamos tomar decisiones guiadas por valores supremos y por el bien común, no por intereses individuales o puntuales.

Desde entonces, “El Cuadro Completo” se quedó conmigo como una forma de pensar. Cuando uno enfrenta una decisión importante —política, personal o profesional— debe preguntarse: ¿Cuáles son los valores verdaderamente esenciales que están en juego? ¿Estoy considerando tanto el corto como el largo plazo? ¿Estoy actuando en función del bien común o desde lo individual?

En política, muchos votantes se dejan llevar por una causa que les resulta personal o emocionalmente significativa, pero pierden de vista el conjunto. Cuando decidimos nuestro voto por temas puntuales —como las políticas migratorias, el aborto, o cualquier otra causa que toque nuestras convicciones personales— es fácil perder perspectiva y dejar de evaluar el conjunto de valores alrededor del candidato. Esos motivos de apoyo específicos pueden limitar la visión general, la del Cuadro Completo.

Veámoslo así: si nos inclinamos por un candidato que coincide con nuestra línea de pensamiento en un tema puntual, ¿lo evaluamos también en aspectos como el racismo, la discriminación, la xenofobia, el autoritarismo o el irrespeto hacia quienes piensan diferente? El problema no es tener convicciones, sino que ante la ausencia de candidatos perfectos —y no los hay— se vuelve indispensable aplicar pensamiento crítico para jerarquizar valores. Porque si esos valores se pierden, se pone en juego no solo la democracia y el Estado de Derecho, sino también la decencia popular —esa ética ciudadana básica que protege el respeto y la convivencia.

La ligereza con la que algunas personas apoyan propuestas autoritarias, sin importar si se respetan o no los debidos procesos, es un ejemplo de ello. El apoyo a la construcción de “mega cárceles”, esas que prometen encerrar a todo aquel que parezca delincuente, se convierte en un pacto con el diablo. Hacen un trueque: entregan la democracia a cambio de la seguridad ciudadana. Pero es un trueque frágil y de corto plazo, porque esa seguridad pronto se convierte en inseguridad para todos, en un entorno donde, incluso, la libertad de expresión puede desaparecer. El día que les toque defenderse de un acto arbitrario, no podrán.

Ese tipo de respaldo poco meditado nace del egoísmo: mientras el atropello no me afecte a mí, no me importa. Pero esa lógica no es sostenible. Tarde o temprano, esa erosión institucional alcanzará también a los ciudadanos de bien. La democracia no se sostiene así; se sostiene sobre valores supremos, como la justicia, la verdad, la libertad, el bien común a largo plazo y las implicaciones para todos los ciudadanos en general.

Los candidatos, a su vez, deberían ofrecer propuestas integrales que garanticen seguridad ciudadana sin sacrificar la democracia.

Pensar con profundidad, ver el Cuadro Completo, es un acto de responsabilidad ciudadana. Ojalá lo recordemos cada vez que nos enfrentemos a una decisión que define el rumbo de los derechos y principios que sostienen a un país entero, porque la democracia no debe ser canjeable.

Ese es el marco que garantiza una vida más digna no solo para los que viven, sino también para las generaciones que vendrán. Ojalá no tuviéramos que escoger, pero muchas veces, en política, hay que hacerlo, mediante razonamientos de largo plazo y valores supremos que son abarcados por el Cuadro Completo.

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