En 2020, una destacada organización empresarial global identificó la capacidad de adaptación como la destreza laboral más crucial para el año 2030. Esta no es una novedad para la naturaleza; desde una perspectiva evolutiva, las especies que persisten en nuestro planeta son aquellas que han demostrado mayor habilidad para amoldarse a entornos, contextos y condiciones cambiantes a lo largo de millones de años. La vida en la Tierra es, en esencia, un testimonio de resiliencia, regeneración, evolución, crecimiento y aprendizaje continuo.

Los seres humanos, además, hemos sido dotados de voluntad y conciencia. Esta combinación nos permite ser conscientes de nuestros propios pensamientos y también ejercer la libertad de manifestar una intención con un propósito específico. En muchos casos, logramos lo que nos proponemos.

Nuestro afán de logro se nutre de la energía que nos rodea. Desde la luz del sol que alimenta plantas y animales que luego comemos, hasta la influencia de la luna en los ciclos reproductivos, la vida en la Tierra está inmersa en un flujo constante. En la vasta y continua expansión del universo, ningún ser vivo ha ocupado este lugar específico en este instante preciso del cosmos. Esto significa que la energía disponible para cualquier propósito que nos planteemos es completamente nueva y única en cada momento.

Adaptarse implica un aprendizaje constante y una profunda conexión con nuestro espíritu emprendedor. Dar un paso, pedir ayuda, servir a otros, aspirar a algo más grande que nosotros mismos y tomar acción son todos actos de voluntad que activan esa chispa emprendedora que solo el ser humano posee. Es el motor que nos impulsa a buscar nuevas soluciones y a superar desafíos.

También nos mueve un afán individual y colectivo de impacto: la intención de influir en el futuro. Si bien no toda intención o influencia es positiva, contamos con vasta evidencia empírica de que la inmensa mayoría de las intenciones humanas buscan lo mejor para sí mismas y para otras formas de vida.

La política, ese noble oficio, consiste en la gestión del bien común: cómo asegurar que haya más y que se distribuya mejor entre todos. Cuando la política logra mejorar también la ecología, los beneficios colaterales a largo plazo son insospechados. Por ejemplo, una mayor calidad de vida humana y una industria de visitación orientada a la naturaleza que genera un bienestar socioeconómico expansivo por generaciones.

Finalmente, la estrategia se puede comprender con las palabras sencillas de Peter Drucker: el significado futuro de las acciones presentes. Sólo el ser humano es capaz de imaginar lo que puede suceder como consecuencia de nuestras acciones de hoy. Nuestra capacidad de adaptación, impulsada por la voluntad y la conciencia, nos permite sobrevivir, prosperar y modelar un futuro que beneficie a todos.

Escuche el episodio 271 de Diálogos con Álvaro Cedeño titulado “Aprender a adaptarse”.

Suscríbase y síganos en nuestro canal de YouTube, en LinkedIn y en nuestra página web para recibir actualizaciones y entregas adicionales.

Este artículo representa el criterio de quien lo firma. Los artículos de opinión publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de este medio.