Según datos arrojados en un estudio de la Universidad de Costa Rica, ir al gimnasio es el deporte más practicado en el país, seguido del futbol. Precisa el informe que 59% de las personas asisten de forma recreativa y un 8% de manera profesional o semiprofesional. Bajo ese escenario, es notorio que un gran porcentaje considera importante el mantenimiento y acondicionamiento físico, ahora, ¿En algún momento se hará un alto en el camino para pensar que la mente es similar a un músculo? A diario es normal observar personas asistir al gimnasio, seguir rutinas, contar calorías, tomar suplementos para mejorar su cuerpo; los resultados físicos se celebran, publican y presumen con gran ahínco. Sin embargo, mientras el cuerpo se tonifica, algo silencioso ocurre en la mente de muchas personas, se atrofia.
El cerebro, al igual que el cuerpo, necesita estímulo, ejercicio y descanso. En la actualidad existen infinitas opciones para distraer la mente, las redes sociales están diseñadas con algoritmos sumamente poderosos capaces de ofrecer contenido cada vez más agradable conforme los gustos y preferencias del usuario, por ese motivo es tan sencillo dedicar horas observando contenido fugaz, superficial y con poca veracidad; videos de pocos segundos, memes sin contexto, noticias sensacionalistas, y una avalancha de información sin validez conceptual o científica.
Hoy día se habla de muchas tendencias, pero asociado al tema que compete, se ha difundido un término llamado brainrot, que traducido libremente sería algo así como “la pudrición del cerebro”. Aunque aún no ha sido contemplado como una enfermedad como tal, el concepto resuena profundamente en la realidad actual. En 2024, la Universidad de Oxford nombró brianrot como su "Palabra del Año", se ha hecho muy popular para hacer referencia al deterioro cognitivo y/o intelectual que se asocia con el consumo excesivo de contenido poco estimulante y trivial, especialmente en redes sociales. Solo para nombrar un caso específico, se ha viralizado el brainrot italiano; por ejemplo: (Bombardino Crocodilo, Trippi Troppi Troppa, La vaca Saturno Saturnita, entre otras.)
Básicamente es como decir que nuestro cerebro se “pudre” por la sobreexposición a información de baja calidad. Aunque la expresión puede parecer exagerada, diversos estudios respaldan la relación entre el consumo constante y descontrolado de entretenimiento pasivo y el deterioro de funciones cognitivas esenciales, como la atención sostenida, la capacidad de análisis, la creatividad e incluso el equilibrio emocional.
Investigaciones del neurocientífico Daniel Levitin, advierten que la sobreestimulación digital fragmenta la atención y reduce la capacidad del cerebro para enfocarse profundamente. Asimismo, estudios del psicólogo Nicholas Carr, autor de ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes?, señalan que el consumo repetitivo de contenido superficial debilita las conexiones neuronales vinculadas al pensamiento crítico y la memoria a largo plazo.
Desde la neurociencia, se ha demostrado que este tipo de consumo estimula de forma excesiva el circuito de recompensa dopaminérgico, lo que puede generar una especie de “adicción al scroll”, reduciendo la tolerancia al aburrimiento y afectando negativamente la motivación y el autocontrol.
Según recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS), los tiempos de exposición a las pantallas deberían ser los siguientes:
- Niños menores a 2 años: no deberían estar expuestos a pantallas.
- Entre 2 a 5 años: máximo 30 minutos al día.
- Entre 5 y 12 años: hasta una hora al día.
- Mayores de 12 años: también se recomienda una hora al día.
Sin embargo, siendo autocríticos; estas cifras rara vez se cumplen en la actualidad.
Aunque el brainrot aún no sido catalogado como un diagnóstico clínico formal, existen algunas señales o manifestaciones que podrían evidenciar su impacto en la vida cotidiana, tales como:
- Dificultad para concentrarse: Se torna complicado mantener la atención en tareas que requieren esfuerzo mental sostenido.
- Problemas de memoria: olvidar datos recientes o dificultad para retener nueva información.
- Fatiga mental: sentirse exhausto incluso después de períodos cortos de actividad cognitiva.
- Desconexión de la realidad: sentir que la vida en línea es más satisfactoria que la vida real y perder interés en otras aficiones o actividades cotidianas.
- Reducción de capacidad para resolver problemas: dificultad para pensar con claridad y tomar decisiones.
- Uso frecuente de jerga de internet: incorporar frases, acrónimos de internet en conversaciones cotidianas, que carecen de sentido para otros.
- Síntomas físicos: dolores de cabeza, cuello, espalda, insomnio, mala postura entre otras.
- Cambios emocionales: irritabilidad, ansiedad, depresión o desensibilización emocional, entre otras.
Desde un punto de vista personal, basado en la observación, es evidente que muchas personas muestran una disociación con la realidad, a causa de la constante exposición a contenido superficial, surreal, pseudo intelectual o trivial en las redes sociales. A tal punto de utilizar las redes sociales como fuente de comparación, aprendizaje, incluso como parámetro de medición en realización personal. Esto se torna sumamente peligroso, partiendo del hecho; que la mayoría de las personas solamente suelen publicar sus momentos felices de aparentes eventos de éxito y satisfacción constante en la vida. Sin mostrar que la vida realmente es una mezcla de momentos difíciles, sacrificios y aprendizajes que algunos llaman fracasos.
Una pregunta clave para formular sería: ¿Cómo e puede prevenir el brainrot mediante prácticas concretas? Si bien es cierto no se trata de demonizar las herramientas digitales disponibles, tampoco se debe ignorar sus efectos cuando se utilizan sin control. La idea no es generar pánico ni rechazo hacia la tecnología, sino promover una conciencia crítica a través de la educación, el autocontrol y el uso responsable de las plataformas digitales.
Existen algunas prácticas básicas que pueden marcar una gran diferencia para evitar caer en esta problemática. Entre ellas destacan:
- Aceptar que existe un problema: el primer paso es aceptar que el consumo excesivo de contenido digital puede generar una sobreestimulación de dopamina, lo que con el tiempo puede llevar a una especie de adicción. Negarlo solo agrava la situación.
- Establecer micro metas: es fundamental asignar horarios y filtrar conscientemente los temas que se consumen.
- Verificar las fuentes de información: cada concepto, noticia o contenido que se consume y más aún, que se comparte, debería pasar por un filtro de verificación. Consultar varias fuentes confiables evita contribuir a la desinformación que abunda en el entorno digital.
- Practicar la atención plena (Mindfulness): ser conscientes del tiempo que se dedica a navegar en línea y buscar momentos para reconectar con el mundo. Crear zonas libres de tecnología en casa.
- Desactivar notificaciones no esenciales: reducir las interrupciones constantes e improductivas permite mantener la concentración.
- Fomentar la práctica de actividades que estimulen el cerebro positivamente: tales como la lectura, aprender nuevas habilidades o idiomas, resolver acertijos y romper las rutinas.
- Tomar descansos regulares de las pantallas: aplicar la regla 20-20-20 (Cada 20 minutos, mirar algo a 20 pies de distancia durante 20 segundos).
- Llevar una dieta equilibrada acompañada de actividad física: brindar al cerebro los nutrientes adecuados para su buen funcionamiento.
- Practicar la monotarea: enfocarse en una sola tarea a la vez en lugar de hacer varias cosas simultáneamente.
En conclusión, el “brainrot” representa una problemática actual que pone en evidencia cómo los hábitos digitales desmedidos pueden afectar seriamente el bienestar personal, así como las capacidades cognitivas y conductuales. No se puede ni se debe normalizar la dependencia de los dispositivos tecnológicos. Un claro ejemplo es la nomofobia, un término relativamente reciente que describe el miedo irracional a estar sin el teléfono móvil, una abreviatura del inglés “no-mobile-phone phobia” acuñada en el Reino Unido en 2009. Ante este panorama, se vuelve urgente promover un uso consciente y equilibrado de las tecnologías, que favorezca la salud mental y una relación más sana con el entorno digital.
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