Hace unos días, conversando con unos vecinos que trabajan en proyectos con los Cuerpos de Paz en nuestro país, que se encuentran realizando acciones loables de forma voluntaria en educación, nutrición, salud pública, economía, entre otros ámbitos, me hicieron una pregunta que me dejó reflexionando: ¿cuál es la problemática más profunda que enfrenta Costa Rica en este momento?

Sin pensarlo demasiado, respondí casi de manera instintiva: una crisis profunda de valores. No sé si mi respuesta estaba basada en datos concretos, pero lo sentí con certeza. Valores como la escucha activa, la compasión, la responsabilidad, la honestidad, el sentido de comunidad y la solidaridad parecen estar desdibujándose en nuestra sociedad.

Esa conversación me dejó reflexionando. Y ayer, coincidentemente, vi un video de la Asamblea Legislativa en el que las diputadas Pilar Cisneros, Sofía Guillén, Ada Acuña y Dinorah Barquero participaban en lo que parecía ser una sesión polémica. Lo que presenciamos no fue una discusión de ideas ni un ejercicio democrático; fue un acto de violencia.

Diputadas, el lunes lo que hicieron fue violencia entre mujeres.

Y eso me lleva a preguntarles: ¿saben cuántos femicidios han ocurrido en las últimas horas, días, meses, años? ¿Saben cuántas mujeres—niñas, adolescentes, madres solteras, adultas mayores, emprendedoras, profesionales, amas de casa—las estaban observando? ¿Saben también cuántos agresores, hombres que minimizan y justifican la violencia contra las mujeres, las estaban observando??

Porque lo que vimos ayer fue justamente eso: violencia entre mujeres. Ver a unas levantándose de su curul para, según ellas, callar a otras. Verlas gritarse, Sofía y Pilar, sobre si es justo o no, elitista o no, un privilegio o no recibir cuatro millones de colones.

Mientras ustedes se enfrascaban en sus gritos, miles de hombres seguían validando su machismo, y al mismo tiempo, miles de mujeres eran víctimas de violencia. Según el Observatorio de Género del Poder Judicial, en nuestro país ocurren dos femicidios al día y se presentan 142 solicitudes de medidas de protección cada jornada. Y mientras esto sucede, ¿saben que entre quienes las observaban hay mujeres que ni siquiera alcanzan a ganar el salario mínimo? Mujeres que trabajan largas horas, que regresan a sus hogares agotadas, solo para encontrar a sus hijos con hambre, sin los recursos para asegurarles una vida digna.

Y más allá de eso, me pregunto: ¿Qué estamos enseñándole a la sociedad? ¿Que la que grita más fuerte es la más escuchada? ¿Que minimizar los títulos académicos o el conocimiento de la otra persona hace más válidos nuestros argumentos? ¿Que intimidar con señas o palabras nos permite ganar espacios de diálogo?

Señoras y señores asambleístas, el pueblo los está observando.

Esto no es solo un problema de la política, es un reflejo de nuestra sociedad. Una crisis de valores que se extiende a todos los niveles y que nos afecta a todas y todos.

Y esto me lleva a una reflexión, pero también a una invitación. Diputadas, ticas, mujeres: dejemos de violentarnos entre nosotras.

Diputadas, las invito a sentarse, a trabajar juntas por el bien común, a dejar de lado sus ideologías y sus rencillas personales. Los costarricenses estamos cansados de ver cómo en la Asamblea Legislativa se pierde el tiempo en disputas personales o partidarias en lugar de resolver los problemas que realmente afectan al país.

Es momento de cambiar. Es momento de construir.

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