Costa Rica ha vivido décadas bajo la ilusión de que los grandes cambios son inviables. Se nos ha enseñado que lo “prudente” es evitar el conflicto, que lo “responsable” es administrar el caos sin desafiar las estructuras de poder, y que lo “sabio” es avanzar lentamente, sin tomar decisiones que incomoden a nadie.
Sin embargo, la presidencia de Rodrigo Chaves nos está dejando una lección inesperada: lo impopular puede volverse popular si se comunica con firmeza y conecta con el sentir ciudadano.
No se trata de que Chaves haya hecho las reformas que el país necesita. No cerró instituciones obsoletas, no recortó el gasto público ni eliminó privilegios arraigados en la burocracia estatal, ni siquiera despidió empleados públicos.
Pero sí ha logrado algo fundamental: desafiar el molde de lo “aceptable” en la política costarricense. Su estilo confrontativo, que hace solo unos años se habría visto como un suicidio político, terminó convirtiéndose en su mayor fortaleza. Y eso nos deja una gran enseñanza: el miedo a lo impopular es una barrera artificial, no una realidad inamovible.
La resignación como obstáculo
Durante demasiado tiempo, hemos aceptado la narrativa de que es mejor no proponer ciertos cambios porque “nadie los apoyaría”. Se nos ha dicho que eliminar exoneraciones y simplificar el sistema tributario sería un suicidio político, que cerrar instituciones inútiles desataría protestas incontrolables, o que despedir empleados públicos ineficientes es un tabú que ningún gobierno puede tocar.
¿Y si el verdadero problema no fuera la falta de apoyo político, sino la falta de valentía para plantear el cambio de manera convincente?
Si algo demostró Chaves, es que una propuesta políticamente incorrecta puede ganar respaldo si se presenta con claridad y determinación. La ciudadanía está cansada de la ineficiencia, de los servicios inexistentes o de pésima calidad y los privilegios de unos pocos a costa de la mayoría. Pero la inercia de la resignación nos ha mantenido atrapados en un ciclo de indiferencia, donde seguimos votando por quienes prometen no tocar el sistema en lugar de escoger a quienes sí quieren cambiarlo.
El problema no es la falta de soluciones. Sabemos exactamente qué hacer para que Costa Rica prospere:
- Simplificación tributaria: retirar exoneraciones que solo benefician a unos pocos y eliminar impuestos absurdos que encarecen la vida de todos sin generar desarrollo.
- Reforma financiera: sacar al Estado de la banca comercial y emparejar la cancha entre todos los participantes para que haya competencia real y mejores condiciones para los ciudadanos. Además de poder finalmente contar con una banca para el desarrollo.
- Financiar la demanda en salud y educación en vez de la oferta: permitir que el dinero siga al paciente o al estudiante, en lugar de seguir engordando instituciones ineficientes sin resultados.
- Eliminar instituciones obsoletas: reducir el aparato estatal para que el dinero se use en lo que realmente mejora la vida de la gente, no en sostener estructuras cuyo único objetivo es emplear burócratas.
- Un sistema de empleo público que fomente la excelencia en lugar de premiar la mediocridad, donde el desempeño se evalúe a partir de la satisfacción ciudadana. Menos empleados, con una remuneración acorde a sus funciones y controles efectivos para que asuman la responsabilidad de sus errores.
El miedo a lo impopular
Cada una de estas medidas ha sido etiquetada como “imposible” porque toca intereses de poderosos grupos de presión. Pero la experiencia de los últimos años nos muestra que la impopularidad de una idea no es un destino fijo, sino un desafío de comunicación. Si la ciudadanía entiende por qué un cambio es necesario y cómo los beneficia, la resistencia de los sectores privilegiados se vuelve irrelevante.
Rodrigo Chaves no transformó Costa Rica, pero sí rompió la barrera mental de lo que un político podía hacer sin ser castigado por el electorado. Si él pudo desafiar las reglas no escritas de la política tradicional en materia de comunicación y ser aplaudido por ello: ¿qué impide que el próximo líder tenga la misma determinación, pero con reformas a la institucionalidad que nos urgen?
Exigir sin miedo
El futuro de Costa Rica no depende de los políticos, sino de los ciudadanos que deciden qué tipo de país quieren. Mientras sigamos votando por quienes ofrecen soluciones fáciles y evitan los cambios estructurales, seguiremos atrapados en el mismo ciclo de mediocridad y desesperanza. Pero si aprendemos la lección de que lo impopular se puede volver popular si se comunica de la forma adecuada, podemos empezar a exigir sin miedo:
- Que los candidatos propongan soluciones reales, aunque sean difíciles de tragar.
- Que se enfrenten a los privilegios enquistados en el sistema, sin temor a las reacciones de grupos de poder.
- Que el discurso político deje de estar diseñado para evitar conflictos y pase a ser una hoja de ruta clara para cambiar el país.
Costa Rica tiene todo para estar mejor. Nuestro problema no es la falta de recursos ni de talento, sino la falta de voluntad para hacer lo necesario. Durante años nos han dicho que los cambios de fondo son demasiado riesgosos. Es hora de demostrar que no solo son urgentes, sino posibles.
Si logramos liberarnos de la resignación y la indiferencia, podremos hacer lo que hasta ahora parecía impensable: nivelar la cancha para que todos podamos prosperar.
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