A mis 15 años, recibí en el colegio una lección de mi profesora de Historia acerca de las principales ideologías políticas presentes en nuestro mundo. Recuerdo que la primera que vimos fue la ideología liberal. Desde entonces, he sido una apasionada por el aprendizaje sobre las diversas ideologías políticas presentes en nuestra sociedad, buscando siempre saber sobre ellas, independientemente si me identifico con una u otra.

Por ello, en estos últimos meses he llegado a notar con preocupación una gran problemática persistente en la discusión política en nuestro país, y es esa tergiversación del concepto de la ideología liberal producto de personas que, si bien se autodenominan liberales, terminan siendo libertarias, paleolibertarias, u otra variación en particular. Así, el día de hoy trataré de explicar qué es el liberalismo político y económico, qué implica una visión liberal en su esencia, cómo se diferencian de esta las otras variaciones, y por qué es importante una educación robusta respecto a la identificación y análisis de las ideologías políticas.

Antes de empezar, debo aclarar que yo no me identifico con la ideología liberal. No obstante, eso no ha sido un impedimento para ponerme a leer e investigar. Pues, creo que entre más conocimiento y perspectivas podamos adquirir, más herramientas de análisis tendremos en muchos aspectos de nuestras vidas. De este modo, prosigo.

En la teoría liberal pura, en efecto, la libertad es fundamental. El liberalismo surge en el contexto de la Ilustración y se impulsa a partir de acontecimientos tales como la Revolución Francesa, hechos en los cuales se reivindica la libertad como punto central de las vidas de las personas. De aquí, comienzan a surgir, dicho sea de paso, los derechos humanos de primera generación y las libertades individuales y colectivas más básicas tales como la de expresión, la de asociación, y la de reunión.

Al aparecer la democracia liberal, se constituye esta idea de que los gobernantes y representantes populares serían electos por el pueblo a partir del sufragio y habría una constitución que plasmara los derechos, así como los deberes de la ciudadanía. Cabe destacar que también surge, desde lo impulsado por el Barón de Montesquieu, la idea de dividir los poderes en un gobierno para evitar la centralización del poder que resulte en una tiranía. Lo anterior corresponde al liberalismo político, es decir, el liberalismo en relación con los derechos y la estructura de Estado propuesta según el orden político.

No obstante, también aparece el liberalismo económico, que se ve enormemente desarrollado a nivel teórico en el contexto de la Revolución Industrial, el cual pretende una propuesta de no intervención estatal en el mercado y en los asuntos competentes a sí mismos. Es decir, se fundamenta en esa idea de laissez faire, laissez passer, o bien, dejar hacer, dejar pasar. Empero, si bien pretende la reducción al mínimo posible de la intervención estatal en el mercado, a tal grado que este actúe con el objetivo de ver que haya respeto a las leyes, se entiende que el liberalismo no ve al Estado como un enemigo, sino como una entidad que debe limitarse a ciertos aspectos concretos sin necesidad de implicar su desaparición.

Lo anterior se logra comprender a partir de ese mismo liberalismo político, el cual aboga por un modelo en el que el rol del Estado, si bien no es intervencionista y es mínimo, se constituya en garantizar la protección de un marco legal que proteja los derechos y las libertades consagradas en una constitución defendida por un gobernante que tenga legitimidad democrática y sea electo por el pueblo. Esto, para que así las personas puedan hacer un ejercicio efectivo de sus derechos y libertades. Así, podemos comprender que el rol del Estado dentro del liberalismo es propiciar esa protección a los derechos, libertades y garantías mediante un marco legal. Por lo tanto, no es ajeno llegar a entender que el liberalismo no ve al Estado como un enemigo, sino como, incluso, un aliado que está ahí para vigilar que los derechos constitucionales sean respetados y ejercidos.

Si lo pensamos bien, dado todo este contexto, el liberalismo es esa aspiración de la persona a una autonomía en todo sentido de su vida. Es por esto que, desde mi perspectiva al menos, no es congruente autodenominarse liberal si, por ejemplo, se está a favor del libre mercado pero se está en contra del aborto o de la eutanasia. Pues, porque ser liberal desde la perspectiva clásica implica esa idea de que el ser humano es racional y que es capaz de decidir por su cuenta lo que le compete, al mismo tiempo que es corresponsal de derechos y deberes en el marco de un Estado de Derecho que si bien se constituye en lo mínimo, puede serle de ayuda para alcanzar sus ambiciones. Por lo tanto, si el ser es autónomo, no hay nada ni nadie que debería interferir en su capacidad de decidir, siempre y cuando se apegue a un contrato social determinado según el contexto.

Siendo socialdemócrata, progresista y de izquierdas, creo en un modelo intervencionista que garantice un balance entre lo público y lo privado, la prevalencia de la equidad y la igualdad ante la ley, la competencia limpia y leal y el desarrollo económico de las personas trabajadoras y las pequeñas y medianas empresas.

En ese sentido, no estoy de acuerdo con la filosofía liberal, al menos no en lo económico. Sin embargo, debo decir que, aun sin ser liberal, me duele mucho ver cómo el concepto de ser liberal se ha ensuciado en Costa Rica, producto de sectores ultraderechistas que afirman “defender el liberalismo” o “defender la libertad”, cuando en realidad hacen todo lo contrario. Estos sectores, a mi criterio, pueden ser otras variaciones.

Empecemos con el libertarismo. Esta ideología se deriva del liberalismo pero va más allá. Según el libertarismo, el Estado es un enemigo que debe de reducirse a lo más mínimo y no debe interferir en absoluto en los asuntos económicos o sociales. Ni siquiera usar la fuerza para dictar qué decisiones deben tomar las personas respecto a sus capacidades y ellas mismas. Bajo esta idea, es decir, no hay autoridad que deba dictarme a mí como persona qué debo o no debo decidir.

De lo anterior, se desprende una noción incluso más radical, llamada paleolibertarismo, la cual es la ideología en la que podríamos ubicar a líderes como Javier Milei, presidente de Argentina. Según Luis Diego Fernández el paleolibertarismo es crítico de la autoridad del Estado, pero a la vez, reivindica la autoridad social, buscando restaurar aquellas autoridades tradicionales en sociedad como por ejemplo la familia tradicional y la primacía eclesiástica, de manera tal que existan jerarquías morales.

Entonces, dada toda esta explicación, ¿qué pasa con el liberalismo en Costa Rica?

Pasa que, no todos pero una gran mayoría de personas que dicen ser liberales, no defienden propiamente lo que implica ser una persona liberal clásica. Por ejemplo, creen en el libre mercado y en la drástica disminución de impuestos, pero están a favor de colocar cargas al SINPE móvil. O creen en la libertad de expresión, pero están en contra de que las personas LGBTQIA+ puedan expresar su identidad en público, están a favor de que ellas sean torturadas psicológicamente bajo las mal llamadas “terapias” de conversión, o incluso, en sus redes sociales comparten fotografías de banderas LGBTQIA+ siendo quemadas. O creen en la libertad de reunión y asociación, pero son las primeras en hablar contra las personas que se manifiestan para defender sus derechos como la educación. O creen en la autonomía y en que “el Estado no me dice a mí qué hacer”, pero están a favor de imponer trabas y obstáculos a la legalización del aborto y la autonomía corporal de cada quién. O creen en la libertad de credo, pero están a favor de imponer el cristianismo en la educación o en la vida cotidiana. Como vemos, muchas contradicciones.

Dado lo anterior, llego a una siguiente teoría: estas personas autodenominadas liberales, que en realidad calzan más dentro del paleolibertarismo o el libertarismo, se hacen llamar así porque tienen miedo de ser señaladas como radicales. O también, se dicen “liberales” porque así disfrazan su autoritarismo moral, de manera que las demás personas creamos que defienden la libertad, cuando en realidad tal vez no sea así. En ese contexto, creo que estamos, no solo en Costa Rica, sino en el mundo, en un punto actual en el que las personas progresistas y creyentes en una izquierda democrática, defendemos incluso más la libertad que esas personas autodenominadas liberales. Porque, de nuevo, estas personas no son liberales.

Es hora de que en Costa Rica regresemos a las épocas del debate político serio. Es hora de que hagamos más robusta la educación cívica e incluyamos las ideologías políticas dentro del currículum educativo con mucha más notoriedad, para que así dejemos de lado esa lamentable tergiversación de lo que implican las ideologías políticas.

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