La democracia costarricense sigue obteniendo muy buenas calificaciones en los índices internacionales: en The Economist de 2023, Costa Rica fue identificada como una “democracia plena” (full democracy), una categorización que solo Uruguay comparte en América Latina. En ese mismo índice, nuestro país se ubicó en el puesto 17 a nivel global y en el 2 a nivel regional. Por su parte, en el “Índice de Democracia Liberal” de 2023, Costa Rica ocupó el noveno lugar de democracias en el mundo y solo fue superada por democracias de países nórdicos.
A pesar de lo anterior, nuestra democracia pasa por un momento particular en su estado de salud, pues exhibe altos porcentajes de abstencionismo electoral, lo que implica un bajo apoyo a los ganadores de las contiendas electorales, una desazón y hastío hacia los partidos políticos (según el último análisis del CIEP-UCR, solo el 15% de la población costarricense mantiene afinidad con algún partido político), y una Asamblea Legislativa muy heterogénea con poco éxito en lograr consensos políticos y una agenda que trace las rutas del futuro cercano. Finalmente, nuestra nación muestra una pronunciada carencia de liderazgo político y una creciente desigualdad social, entre otros factores con potencial desestabilizador.
Se trata, aparentemente, de una dicotomía pues la democracia costarricense sigue siendo robusta, pero está enferma. El politólogo Ronald Alfaro Redondo lo apuntó en su informe “Pulso de la democracia en Costa Rica 2023” al observar esa contradicción: por un lado, un 86% de los costarricenses identifican a su país como una democracia y el 72% están de acuerdo en que la democracia es mejor que cualquier otra forma de gobierno. Sin embargo, solo un 61% de costarricenses están satisfechos con este modelo político (en 2018 eran solo un 46%). Además, esa desazón no tiene una procedencia específica, como lo anotó Alfaro: “El análisis de los niveles de satisfacción con la democracia en distintos grupos de la población no encontró grandes diferencias en aspectos como nivel educativo, nivel de riqueza o lugar de residencia. Es decir, se trata de una insatisfacción generalizada”.
Es un error creer que esta insatisfacción popular se debe a los continuos episodios de deslegitimación de los poderes del Estado, emprendido en primera instancia por el Ejecutivo, pero repetido, como lo ha señalado el último Estado de la Nación, por los otros poderes de la República. En otras palabras, las actitudes deslegitimadoras de los diputados, de la prensa, de las universidades públicas y de otros actores sociopolíticos por parte del presidente Rodrigo Chaves y sus más fieles diputados no son el origen de este problema de salud de la democracia, sino solo un síntoma. El diagnóstico es mucho más complejo.
Aunque hacia 1998, un porcentaje importante de la ciudadanía ya reclamaba por la homogeneidad en la agenda político-económica del Partido Liberación Nacional (PLN) y del Partido Unidad Social Cristiana (PUSC) que los volvía una única opción política y no dos (lo que, en aquel momento, con chota, se llamó el PLUSC), las identidades partidarias sucumbieron a inicios de este siglo, ante los escándalos por corrupción que involucraron a esos dos partidos. No hay que olvidar que el Partido Acción Ciudadana (PAC) fundamentó su discurso político-electoral en la “moral”, demonizó a los representantes más destacados del PLN y del PUSC y reclamó el uso responsable de los fondos y las instituciones públicas.
Pero el mismo PAC, durante sus ocho años de gobierno, recibió también denuncias de corrupción y se vio envuelto en escándalos por “espiar” a la población desde la Casa Presidencial. Además, al pasar durante su última administración (2018-2022) la legislación que hacía falta para completar parte de la reforma del Estado emprendida desde 1982, el PAC se asimiló al PLN y al PUSC en su programa político. El resultado fue que ese partido se aniquiló a sí mismo, al borrar tan rápidamente las particularidades que lo habían diferenciado en el pasado reciente.
Ante este panorama, no debería ser una sorpresa que ganara la presidencia en 2022 un candidato sin partido y sin historial político (más que haber sido brevemente ministro), pero que se presentaba como el destructor de la corrupción, los inmovilismos y de las élites políticas embrolladas con élites económicas y con un supuesto monopolio de los medios de comunicación.
A la vez, se fraguó una dicotomía económica de la que da cuenta el Estado de la Nación: a la par de una “vieja” economía que ocupa la mayoría de los empleos, se desarrolló una “nueva” economía que es muy dinámica y exitosa, pero no genera empleos para personas no calificadas en un país donde la mayoría de la población económicamente activa apenas cuenta con el noveno año de colegio. El naufragio de la educación pública de los últimos años no ayuda en nada para resolver esta situación.
Así, aunque continuamente los actores políticos con poder de liderazgo abusan de su lenguaje y continúan repitiendo (por lo fácil que es usarlos a conveniencia) que los demonios que hay que aniquilar son las pensiones de lujo (ya tasadas con impuestos), los salarios de empleados públicos (ya regulados por la Ley de Empleo Público), el porcentaje que, constitucionalmente, le toca a la educación pública, entre otros, el verdadero problema socioeconómico del país no reside allí. Es un problema estructural que precisa de una solución integral, cuyo trazo depende de verdaderos y patrióticos consensos políticos que, como se ha dicho, están lejos de ser alcanzados.
Por lo anterior, la salud de nuestra democracia (vinculada con su salud económica) no se va a componer en el corto tiempo. Que el presidente Chaves siga teniendo altos porcentajes de apoyo no es una sorpresa: finalmente, su figura se alza sobre toda la masa de desazones y desilusiones pasadas y presentes, y de escándalos políticos, limitaciones económicas y problemas sociales que ha venido acumulando la población del país. Ese es el panorama que vuelve tan atrayente, como lo hizo en el pasado y lo hace en otros países del mundo, a un líder duro que resuelva mágicamente, y si es preciso con la fuerza, la situación. Pero ese camino, como prueba la historia, solo conduce al precipicio.
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