La política no es la única vía para contribuir al bienestar de nuestro país. No porque decida no participar directamente en ella, significa que no puedo ser parte activa del cambio. Mi vocación no está en las aspiraciones políticas, sino en el servicio. Un servicio que, con dedicación, me ha llevado a trabajar con emprendedores y jóvenes universitarios a través de diversas iniciativas y foros de formación.
En mi labor con emprendedores, especialmente en el contexto de las universidades, he tenido la oportunidad de liderar actividades que fomentan la innovación y el emprendimiento, proporcionando a los jóvenes herramientas prácticas, conocimientos y redes de contacto necesarias para hacer crecer sus proyectos. A través de estos foros y actividades, no solo brindamos asesoría, sino que creamos espacios de interacción entre estudiantes, empresarios y expertos, promoviendo una cultura de emprendimiento en la que los jóvenes puedan visualizar y materializar sus ideas en soluciones reales para la región sur. He sido testigo del potencial que existe en nuestra juventud, pero también de las barreras que enfrentan, como la falta de acceso a recursos y a un entorno favorable para emprender. Este es un trabajo que va más allá de un espacio académico; es una verdadera apuesta por transformar la mentalidad de los jóvenes y prepararlos para ser los agentes de cambio que la región necesita.
Sin embargo, más allá de los foros y las iniciativas en las universidades, la realidad de la zona sur sigue siendo compleja. En 2024, los números reflejan la triste realidad: la pobreza extrema en el sur supera el 25% de la población, muy por encima del promedio nacional. Además, el desempleo juvenil es un problema grave, con un 19% de los jóvenes sin oportunidades laborales, mientras que el acceso a estudios superiores es limitado, con solo el 25% de los jóvenes ingresando a universidades. Esta es una región con un gran potencial, pero con pocos recursos, y las promesas políticas de siempre no han logrado cambiar esta situación.
No se trata de tener un cargo o de buscar un salario elevado, como sucede en algunos sectores de la política, sino de asumir el compromiso de transformar esta realidad. Es hora de que los políticos que aspiran a liderar el país en las elecciones de 2026 se pongan verdaderamente la camiseta de los sectores más olvidados. Este es un llamado a la acción para que quienes tengan vocación de servir lo hagan con seriedad, sin caer en la tentación de los salarios altos y el poder efímero. El malestar de una región no se resuelve en cuatro años, pero sus consecuencias perduran por generaciones.
Es necesario aplicar modelos que hayan demostrado su eficacia en otros países. Dos ejemplos relevantes son el de Israel y el País Vasco, cuyas políticas de innovación y desarrollo económico se pueden replicar en la zona sur. Israel ha logrado convertir su desierto en un centro mundial de innovación tecnológica gracias a una cooperación estrecha entre universidades, el sector privado y el gobierno. Este enfoque ha permitido que el país no solo avance en términos tecnológicos, sino también en la creación de empleo y bienestar social.
El País Vasco, por su parte, ha apostado por el desarrollo de sectores clave como el agrotech, la tecnología agrícola, y la creación de un ecosistema educativo robusto que fomente el emprendimiento. En 2024, el País Vasco sigue siendo un referente en la adopción de tecnologías para la agricultura y la creación de modelos educativos que promueven la innovación en jóvenes. Estos modelos, centrados en la investigación aplicada y en la formación práctica, podrían ser replicados en el sur de Costa Rica, fomentando tanto la innovación en el campo como la creación de nuevos empleos y empresas.
La clave está en desarrollar un ecosistema donde las universidades, las empresas y el gobierno trabajen juntos para fomentar el emprendimiento, la innovación y la creación de empleo. En mi experiencia trabajando con emprendedores en las universidades, he visto de primera mano el potencial que tiene la juventud de la zona sur para desarrollar proyectos exitosos, si se les da el apoyo adecuado. No basta con palabras, es urgente darles las herramientas necesarias para que puedan prosperar.
Mi trabajo en la CCSS también refleja esta vocación de transformación. He estado involucrado en la modernización de los modelos de servicio en salud, buscando que lleguen de manera más eficiente y accesible a las comunidades más vulnerables. Estos esfuerzos, aunque no estén vinculados directamente a la política, son parte del mismo compromiso con el bienestar de las personas.
La política puede ser una herramienta poderosa para el cambio, pero también es un espacio donde muchos se pierden en sus propios intereses personales. Mi llamado no es a abandonar la política, sino a verla como un medio para servir realmente. La verdadera transformación se logra cuando los ciudadanos y los líderes trabajan juntos con un propósito común: el bienestar colectivo. No necesitamos vivir de la política, pero sí vivir para servir.
Este es el desafío para las elecciones de 2026: que quienes aspiren a representar a nuestro país, especialmente a las regiones más marginadas como el sur, comprendan que el verdadero poder radica en la capacidad de transformar vidas, no solo en ocupar un puesto. Y para eso, no se necesita un salario elevado ni promesas vacías, sino un compromiso genuino con la gente.
Es hora de que la política entienda que el futuro de Costa Rica no se construye solo en las urnas, sino en los corazones de los que estamos dispuestos a servir. Mi trabajo, mi compromiso y mi lucha por el sur del país continúan, con o sin un cargo político. Y si algo me ha enseñado esta experiencia es que el verdadero cambio empieza cuando dejamos de pensar solo en nosotros mismos y comenzamos a pensar en lo que realmente necesita nuestra gente.
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