La pandemia de COVID-19 expuso las debilidades profundas de nuestro sistema educativo. Sin embargo, pese a haber enfrentado entonces uno de los mayores desafíos de nuestra era, parece que aquí en Costa Rica no hemos aprendido nada.
Una cifra perturbadora de la población mayor de 25 años no concluye la educación secundaria, y seguimos tomando decisiones que perjudican el futuro de nuestra juventud. Ni siquiera podemos tener certeza sobre cuál es la cifra real o correcta, porque el MEP no tiene los datos disponibles. Entonces hay que recurrir a entes externos, sin embargo, cualquiera de las dos opciones consultadas resulta inaceptable para un sistema que se presenta como universal e inclusivo.
Según el informe Índice de Competitividad Nacional (ICN) 2024, desarrollado por el Consejo de Promoción de la Competitividad (CPC), podría ser un alarmante 70%. Esta información se basa en datos del Sistema Nacional de Información y Registro único de Beneficiarios del Estado (Sinirube), que, aunque tiene la ventaja de ser censal y no muestral, excluye a una parte de la población que no recibe asistencia de los servicios del Estado (aproximadamente un 17%, probablemente perteneciente al quintil más alto, lo que podría sesgar los resultados). Por otro lado, si nos basamos en los datos del INEC, que provienen de la Encuesta Nacional de Hogares (Enaho) y no permiten análisis a nivel cantonal, la cifra sería un 55%.
El “apagón educativo” causado primero por las huelgas de los docentes y luego por los cierres prolongados durante la pandemia, debería habernos impulsado a modernizar y fortalecer nuestra educación. Sin embargo, ante la reciente emergencia climática volvimos a cerrar los centros educativos, provocando aún mayor afectación para los estudiantes del sistema educativo público, porque los del privado, mientras tanto, siguieron en lo suyo, con todas las ventajas, comodidades y facilidades.
Eso sucede porque durante todos estos años, el MEP simplemente ha ignorado las soluciones tecnológicas que podrían mantener el aprendizaje activo en caso de emergencias que obliguen a cerrar centros educativos. Es inconcebible que, después de lo vivido con la pandemia, sigamos sin implementar herramientas digitales efectivas.
El Estado debería garantizar la continuidad del servicio educativo, lo que implica trabajar en la conectividad, suministrar equipo a los estudiantes que lo requieran, capacitar y comprometer a los docentes para dar lecciones de forma virtual o presencial, y hacer un levantamiento puntual de los centros educativos para cerrar únicamente los afectados por cada emergencia. Porque no es que las inundaciones en Guanacaste impedían abrir centros en Montes de Oca, Santa Ana o Escazú; y si se trata de que tenemos docentes viviendo muy lejos de sus centros educativos, es otra cosa en la cual es necesario trabajar.
Y antes de que salgan los defensores de nuestro desastroso e injusto sistema a decir que todo se debe al recorte presupuestario, veamos los datos, porque estos nos cuentan una historia diferente. Según el Programa Estado de la Nación, Costa Rica invirtió alrededor del 6,39% del producto interno bruto (PIB) en educación en 2022; mientras el promedio de la OCDE ese año fue de 5,79%, según datos de la Education at a Glance 2024. Sin embargo, incluso con esa inversión, los resultados no reflejan el nivel de gasto, pues se alcanzó apenas 385 puntos en matemáticas, 415 en lectura y 411 en ciencias en las evaluaciones de PISA 2022 Results. En comparación, países con sistemas educativos exitosos invierten porcentajes similares o incluso menores, como se puede observar en el siguiente cuadro.
Cuadro comparativo de inversión en educación y resultados PISA
Con inversiones similares a la nuestra, todos esos países han logrado altos estándares educativos, independientemente de sus culturas, sistemas o realidades políticas o económicas. Sin embargo ¿qué hace de particular cada una de ellas?
- Suecia: Implementa un sistema que financia la demanda y fomenta la competencia entre instituciones, mejorando la calidad educativa.
- Finlandia: Es reconocida mundialmente por su sistema educativo de alta calidad, centrado en la equidad y la excelencia.
- Estonia: Ha emergido como líder en educación digital, y su rápida adaptación a la enseñanza en línea durante la pandemia es un ejemplo a seguir.
- Corea del Sur: Se destaca por su énfasis en la calidad docente y el uso innovador de la tecnología en las aulas.
Mientras tanto, nosotros estamos en una espiral descendente. Esas cifras evidencian que no solo es cuestión de cuánto se invierte, sino de la eficiencia y eficacia en el uso de esos recursos. Así, países que invierten porcentajes similares de su PIB logran mejores resultados al enfocarse en la calidad educativa, la innovación y el uso estratégico de la tecnología.
Entonces, no podemos simplemente seguir echando más dinero al canasto sin obtener resultados tangibles. Es imperativo incrementar la digitalización de los procesos educativos e implementar sistemas de evaluación internos efectivos, todo centrado en el bienestar del estudiante.
La tecnología debe ser un aliado para garantizar que la malla curricular se cumpla en su totalidad, incluso ante adversidades. Además, el ciclo educativo debe evaluarse como un todo, desde el nivel preescolar hasta el universitario y asignar los recursos acorde con la demanda y el mayor impacto para el progreso de los estudiantes.
Debemos enfocar nuestros esfuerzos en mejorar las estructuras educativas y centrarnos en la calidad de la enseñanza. Evaluar a los maestros es esencial para asegurar que se cumplen los estándares educativos. La formación continua y el uso de herramientas tecnológicas pueden mejorar significativamente la calidad docente.
Además, es crucial cambiar el modelo de financiamiento de la educación. Debemos pasar de financiar la oferta a financiar la demanda, es decir, que los recursos sigan al estudiante. Este enfoque, implementado en países como Suecia, fomenta la competencia y mejora la calidad en las instituciones educativas. En un sistema colapsado y secuestrado por sus empleados, como el nuestro, hay que hacer un cambio radical para poder ver resultados diferentes.
La pandemia nos dio la oportunidad de repensar y reformar nuestro sistema educativo. Mientras otros países aprovecharon este momento para innovar y adaptarse, nosotros seguimos estancados, a pesar de invertir un porcentaje considerable de nuestro PIB en educación. No podemos permitirnos seguir cometiendo los mismos errores.
Es hora de actuar, implementar soluciones tecnológicas, mejorar la calidad educativa y asegurar un futuro mejor para las próximas generaciones.
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