“«Ahh Mula mansa la mía» exclamaba por ratos. Me gusta dormir sobre su lomo, conozco lo peligroso de esa práctica, pero confío en la seguridad de la bestia, no es por nada mi animal preferido.” – Versión del relato popular de Luis Carlos Frómeta A.
Al enseñar sobre toxicología se busca que las personas comprendan la diferencia entre “peligros” y “riesgo”. De forma sencilla, podríamos decir que los peligros son características propias de materiales o sustancias, con la capacidad de producir un efecto negativo. El riesgo es una estimación de la probabilidad de que uno o varios peligros sucedan bajo un contexto definido.
Por ejemplo, un material puede ser inflamable (un tipo de peligro) debido a su composición, pero la probabilidad que se produzca un incendio depende de cómo se use. La identificación de estos conceptos es muy importante, dado que cada vez más científicos estiman que se ha sobrepasado la capacidad del planeta de procesar la vasta cantidad de sustancias químicas y materiales sintéticos que introducimos desde mitad del siglo XX.
Uno pensaría que, por lo anterior, el proceso de evaluar riesgos debería ser más estricto, pero no siempre lo es. Sin embargo, si ha aumentado el debate en torno a cómo estimamos estas probabilidades. Particularmente en Costa Rica, la estimación de riesgos para la salud —humana y ambiental— por plaguicidas ha sido foco de discusión de quienes los consideran productos imprescindibles, y de quienes les preocupan los efectos adversos que puedan tener.
Sin embargo, pocas personas conocen las bases sobre las que se estiman los riesgos por sustancias químicas. Es fundamental tener una noción básica a la hora de decidir cuáles riesgos queremos asumir como sociedad, por nosotros y por quienes vienen detrás.
En general, el riesgo de las sustancias químicas se estima calculando primero la probabilidad de que personas o ecosistemas entren en contacto con dichas sustancias, y en qué magnitud, es decir evaluar la exposición (por ejemplo, la concentración de un plaguicida en el río). Esta información es contrastada con la magnitud de la sustancia requerida para observar un efecto (por ejemplo, la concentración de un plaguicida a la cual se muere una especie de pez).
Este segundo proceso es la evaluación de los efectos. El método más simple para contrastar ambos datos es un cociente donde Riesgo = Exposición / Efectos. Es decir, calcular qué tantas veces estamos expuestos en relación con la concentración que causa un efecto. Si el cociente es mayor a 1 podríamos considerar intervenir la situación. Esta es, a grueso modo, la lógica que siguen protocolos de diferentes agencias internacionales.
A veces se cree que esta estimación se acerca a la realidad, pero en muchas no estamos seguros, o nos equivocamos. Hay varias fuentes de incertidumbre en esta estimación, que busca ser un proceso basado en datos técnicos. Y aquí es, como dicen en ciertos pueblos, cuando la mula botó a Genaro (y nos cambia el escenario).
Entre las fuentes de incertidumbre influye nuestra comprensión biológica. Cuando los sistemas de evaluación de efectos empezaron a integrarse en protocolos, apenas comenzábamos a comprender el material genético. Los efectos por evaluar eran aquellos muy visibles y de corto plazo, como la mortalidad o la reproducción. Hoy cada vez más comprendemos el papel de nuestra microbiota, o los microorganismos que viven en nuestro cuerpo, en la salud a largo plazo.
Entonces ¿cómo evaluamos el riesgo por cambios en nuestra microbiota? ¿Cuál será la microbiota saludable del humano de final de siglo? También tenemos la incertidumbre creada por las diferencias regionales: muchos de los sistemas de evaluación usan modelos de ecosistemas no-tropicales para comprender cómo las sustancias químicas se comportan en el ambiente (la exposición).
Es decir, aunque los paradigmas de estimación de riesgos tienen una lógica sencilla, ciertamente tienen puntos ciegos por mejorar. Quizá uno muy importante es el de estimar el riesgo de las complejas mezclas que encontramos en la realidad.
Por eso, hoy en día parte de la comunidad científica discute cómo producir usando la menor cantidad de compuestos químicos, de baja toxicidad, ojalá renovables (bioeconomía) y circularizables. Pero al final siempre hay un aspecto importante a nivel social y político, que se resume a qué y quiénes consideramos aceptable afectar para mantener nuestros sistemas de vida.
Cada ciudadano y nación debe calcular sus riesgos, incluyendo los puntos ciegos (cambios de escenario). Pero también necesitamos verlos a nivel global. Para ello se debe buscar integrar la mejor ciencia y técnica posible al proceso. Sin embargo, debemos recordar que nuestra capacidad de evaluar riesgos no logra llevar al ritmo de la cantidad de sustancias que producimos, y que al final de toda esta discusión reside la pregunta de cómo definimos nuestras necesidades a nivel humano.
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