Ha llovido demasiado en Costa Rica. Más de mil litros de agua por metro cuadrado han caído en los últimos seis días debido a la tormenta tropical Rafael, cuyas nubes cargadas se convirtieron en una vaguada que ha sumergido el pacífico tico. En la Península de Nicoya y algunos sectores costeros de Guanacaste y el pacífico sur las precipitaciones han sido cinco veces más de lo que llueve en un noviembre promedio. Ríos desbordados, deslizamientos y anegaciones han causado, hasta ahora, dos muertos, dos desaparecidos y más de un millar de damnificados. Los suelos no resisten más agua y, visto desde el aire, los parajes son piscinas que reflejan el poder destructivo del cambio climático: sembradíos y viviendas inundadas; reses que intentan no ahogarse, deslizamientos de tierra y 27 albergues habilitados. Para empeorar la situación, no hay viso de que los garrotes de agua dejen de golpear el territorio. Alerta Naranja para Costa Rica que tira a roja, pero el presidente Rodrigo Chaves en cambio, en plena calamidad, decidió centrar su atención en recibir con pompas en San José a un personaje controvertido: el presidente salvadoreño Nayib Bukele.
Bajo un cielo encapotado como recordatorio de los damnificados, la presidencia tica se deshizo en halagos y actos folclóricos de bienvenidas para Bukele quien, desde su reelección inconstitucional y toma de posesión en junio pasado, se pasea con un nuevo look favorito: una semilevita negra con motivos plateados –o dorados–, imitando los trajes de personajes integracionistas y libertarios como Morazán en Centroamérica y Bolívar en Sudamérica. La emoción del presidente Chaves era incontenible. Recibía a su homólogo, el más popular de las Américas, sin importar que la visita se rebajó de “visita de Estado” a “visita oficial”, después que los presidentes del Legislativo y el Judicial tico le pusieron peros a recibir a Bukele por los señalamientos de ser un gobernante autoritario.
A pesar de eso, Chaves impuso a Bukele la condecoración de la Orden Juan Mora Fernández, el máximo reconocimiento de la diplomacia costarricense. El presidente tico destacó las virtudes “del modelo Bukele”, en especial algo que sin duda ha conseguido: la desarticulación de las pandillas en El Salvador a través de un estado indefinido de Régimen de Excepción, y que mantiene suspendidas todas las garantías constitucionales de los ciudadanos. Ese hito no sólo le valió la reelección a Bukele, minimizando que contravenía la Constitución Política salvadoreña, sino que ha catapultado aún más el eslogan –porque el publicista Nayib todo lo transforma en eslogan– de que El Salvador pasó a ser una de las capitales de los homicidios, a uno de los “países más seguros del mundo”.
Una verdad con muchos matices y grises, si se toma en cuenta que esa política de mano dura es producto de su fracaso con la negociación con las maras que hizo en las sombras, incluso liberando a ranfleros (altos mandos pandilleros) solicitados en extradición por Estados Unidos. Si bien hoy en día las extorsiones se han reducido a la mínima expresión, y la sensación de seguridad en El Salvador es patente, hay que decir que el Régimen de Excepción también ha tenido graves efectos en materia de respeto a los derechos humanos. Y no hablo de “derechos humanos de los pandilleros”, como suele descalificar Bukele de manera maniquea a los organismos de derechos humanos que denuncian capturas arbitrarias, torturas y asesinatos en las prisiones salvadoreñas. Es de inocentes engullidos por esa vorágine llamada violencia de Estado.
“La fuerza del Estado debe usarse, no para violar derechos humanos, para garantizar los derechos humanos”, respondió Bukele en una conferencia de prensa en San José. Lo dice el presidente bajo cuyo Régimen de Excepción han muerto más de 300 personas en prisión y miles de detenidos sin vinculación con las maras, quienes denuncian tratos crueles y torturas. O más simple: ingresar vivo a una prisión y salir muerto. El presidente Chaves tampoco parece prestar atención debida a estas graves denuncias, y nos aflige cuando hemos visto que le rehuye a llamar dictadura a los criminales de lesa humanidad de Nicaragua.
La visita de Bukele ocurre durante los últimos años más violentos de Costa Rica: 906 homicidios registrados en 2023, el año más cruento de la historia de la “Suiza Centroamericana” en materia de seguridad ciudadana. Una tasa de 17.2 por cada 100 000 habitantes, que duplica a la que se registraba diez años atrás. Chaves ha fracasado en la contención de la violencia, cuyo origen yace en las bandas de narcotráfico y crimen organizado que se disputan el territorio, y hasta se han infiltrado en los colegios.
El mandatario tico no se ha “comido la bronca” de la violencia y, en cambio dicen sus críticos, ha fracasado en su contención. Primero relativizó la epidemia de homicidios diciendo que los criminales “se matan entre ellos”, pero lo cierto es que cada vez más personas ajenas al crimen organizado mueren bajo las ráfagas de los sicarios, incluyendo un bebé de diez meses a finales de octubre, o personas que solo salen a divertirse a bares.
En su implacable guerra contra las instituciones republicanas, Chaves ha culpado a la Asamblea Legislativa y al Poder Judicial por su incapacidad ante la violencia y los homicidios. Y del otro lado, al Ejecutivo le reprochan la falta de decisiones estratégicas frente al crimen organizado. O peor aún, el Parlamento abrió una investigación en contra del gobierno de Chaves por mantener supuestas “negociaciones” con el narco y el debilitamiento de cuerpos policiales en Costa Rica, al mismo tiempo que cayeron los decomisos de cocaína y los asesinatos no cesan en este 2024.
Chaves ha dicho claramente que desea una política de mano dura como la de Bukele en El Salvador. Y es una idea atractiva para alguien que vive en constante confrontación con las leyes y los límites de la democracia tica –que por ahora han resistido el embate–. No sólo se trata de imponer una política de seguridad, sino las justificantes necesarios para socavar el balance de poderes, nombrar fiscales y jueces a la medida, atacar voces críticas –exiliar periodistas–, enturbiar conteos electorales legislativos y conseguir la reelección en contra de lo que establece la Carta Magna, tal cual lo ha hecho Bukele, emulando con celeridad a Daniel Ortega.
No en vano Chaves defendió la ampliación de un poder sin cercos ante Bukele: “Es necesario otorgar en democracia suficiente poder a quienes gobiernan, porque de otra manera el pueblo no puede demandar cuentas ni cambio. Eso pasó en El Salvador. Hay gente que acusa (a Bukele) de que tiene demasiado poder, pero mi respuesta a ellos es que la democracia son las reglas del juego, no el marcador; si el marcador fue abultado de acuerdo a las reglas, el pueblo habló. Para que la democracia sirva, requiere dar resultados a la sociedad, para no ser reemplazada por otro sistema político”.
No es un secreto tampoco que Chaves incluso ha planteado un referendo para Costa Rica, mencionando la reelección, la tentación cumbre entre los autoritarios. De modo que todo el agasajo de Chaves a Bukele apunta más allá a la contención del crimen, sino la de imponer una forma de gobierno ramplona y sin contrapesos. Si bien es cierto la democracia en la región le ha quedado debiendo a la población después de los Acuerdos de Paz de Esquipulas, sigue siendo la manera más segura para resolver los problemas de las sociedades.
El problema es que cuando se le dan cheques en blanco a estos falsos profetas en tiempos convulsos, acaban como Ortega, atornillados a la silla presidencial de manera perpetua. No en vano el Gobierno de El Salvador compró terrenos por 1.4 millones de dólares en Los Sueños, el mismo residencial donde vive Bukele. Pretende afincarse en la presidencia. El mandatario de Nuevas Ideas ya va a mitad de camino de la autocracia, a marcha rápida: con su semilevita ha llevado a El Salvador a ser en la actualidad un emirato bananero en el que su familia, los Bukele, controlan el poder y se compran propiedades a diestra y siniestra, aprovechando exenciones fiscales.
El regreso de Donald Trump a la Casa Blanca ha envalentonado al club de los autoritarios. La ultraderecha –club al que se inscribió Bukele después de nacer en la izquierda del FMLN– danza excitada en el mundo. Bukele y su admirador centroamericano menos popular, es decir Chaves, no se han quedado atrás y anunciaron en San José una “liga de las naciones” que permita “a países en desarrollo impulsar ideas conjuntas” para llevarlas al Despacho Oval de Trump. Dijeron que, por ahora, no anunciarán a los integrantes de esta incipiente liga cuyo nombre hace alusión a los superhéroes de DC Comics. Pero dicen que serán con países que piensen como ellos (creo que Ortega piensa más como ellos que Bernardo Arévalo en Guatemala).
Muchas dudas en torno a una idea que se basa en la Liga Hanseática de la Edad Media, que permitió a ciudades y estados pequeños alcanzar niveles notables de prosperidad en un contexto de gran pobreza. La idea suena bien, el tema es cómo conseguirlo ante un gobierno de Trump, para el que Centroamérica no es prioridad, y sólo somos un problema migratorio indeseable.
¿Cómo puede llegar a éxito esta liga con un vecino no sólo incómodo, sino apestado como es Daniel Ortega junto a su mujer, Rosario Murillo? Una dictadura que cuando quiera puede cerrar las fronteras de Nicaragua para complicar, si no le conviene o no le parece, a la “liga de las naciones” de Bukele y Chaves… o pregunto, ¿la liga de los autócratas en potencia? Mientras tanto, sigue lloviendo en Costa Rica, Bukele envía en tono redencionista rescatistas salvadoreños a las zonas ticas afectadas, y para el cielo regional no hay buen presagio. Parafraseando la canción de Malpaís: en el cielo braman tambores de trueno autoritarios.
Texto originalmente publicado en Divergentes.
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