Como muchos, estuve el martes y miércoles pasados siguiendo las elecciones de Estados Unidos. Para muchas personas, el resultado fue esperado. Para otras, incluyéndome, fue sorprendente. No necesariamente el hecho de que Kamala Harris, la vicepresidenta actual, perdió, pero el hecho de que perdió por márgenes tan extraordinarios.

Donald Trump fue el primer candidato Republicano en 20 años que gana el voto popular en el país. Este mapa publicado por el New York Times (al momento incompleto mientras se siguen contando los votos) muestra la dirección en la que giraron todos los contados del país relativo a la elección del 2020 y evidencia una realidad bastante increíble.

Yo soy alguien que, en el contexto político de Estados Unidos, me tiendo a identificar con la izquierda. Como tal, sería fácil para mí culpar varios posibles errores que cometió la campaña de Harris: no darle suficientes concesiones al ala progresiva del partido, traer a la campaña republicanos impopulares y asociados con guerras anteriores, no darle suficiente importancia a terminar la guerra en Gaza, entre otras cosas. Pero realmente el efecto de todas esas decisiones, si es que hubieran tenido algún efecto, hubiera sido marginal. Por sí solos estos argumentos no pueden explicar el triunfo electoral aplastante de Trump.

La realidad es que la mayoría de la población estadounidense se sentía disconforme con su situación económica. Pero he ahí el rompecabezas de toda esta situación. Bajo cualquier métrica macroeconómica concebible, la administración de Joe Biden ha, en los últimos dos años, presidido sobre la mejor economía que Estados Unidos ha tenido en décadas. El desempleo ha estado inferior al 4% por la mayor parte de su administración. Salarios reales (es decir, ajustados por inflación) han estado consistentemente creciendo. El país bajo Biden ha tenido (y sigue teniendo) la mejor recuperación económica de la pandemia en el mundo desarrollado.

Junto con esta exitosa recuperación obviamente se debe de tomar en cuenta los niveles altos de inflación que el país vivió como parte del shock inflacionario global durante el 2021/2022. Una inflación que el estadounidense promedio sintió de manera muy tangible en su bolsillo. Pero como mencioné anteriormente, los salarios reales han estado creciendo, lo cual significa que los ingresos de las personas deberían de más que compensar estos aumentos en precios.

Una crítica obvia al párrafo anterior es que todo indicador macroeconómico tiende a esconder diferencias masivas a través de grupos socioeconómicos y geográficos. Pero podemos desagregar estos indicadores. Los economistas David Autor, Arin Dube, y Annie McGrew han indicado que en los años post-pandemia, ha habido una compresión en la distribución salarial del país, causada por aumentos rápidos y fuertes en los salarios de la clase trabajadora. Esto sucede como resultado directo del dinamismo económico que vive el país, permitiéndole a muchos trabajadores moverse a empleos que paguen mejor.

Un reporte de la Reserva Federal del año pasado indica que el hogar medio vio su riqueza real (otra vez, ajustada por inflación) aumentar, desde el 2019 al 2022, un increíble 37%. Es decir, por definición, al menos 50% de la población vio aumentos masivos en su riqueza. Si lo desagregamos por quintiles de la distribución de ingresos, todo quintil vio aumentos en riqueza de dobles dígitos en puntos porcentuales. Y aún así, nada de lo que he mencionado pagó dividendos electorales a la campaña de Harris, percibida por todos como una continuación de la administración Biden.

Ojo que con esto no estoy diciendo que la situación de todos es óptima. Si a alguien antes le alcanzaba para una caja de huevos y ahora le alcanza para dos, eso no significa que dos cajas les es suficiente para alimentar a su familia. Pero el punto es que ha habido una mejora drástica en su situación que no se traduce a votos por una razón u otra.

El por qué de este fenómeno nos lleva a una preocupante conclusión: es posible que las percepciones de las personas sobre la economía no están radicadas en sus realidades materiales. Entiendo que este es un argumento que se puede interpretar como altamente paternalista. No obstante, existe amplia evidencia en este respecto. Comienzo con otro fascinante gráfico del New York Times.

Este gráfico muestra el porcentaje del público, por partido, que califica el estado de la economía nacional como muy o bastante buena. Se puede ver muy claramente como cada partido percibe que la economía mejora cuando su lado se encuentra en el poder. Es decir, los votantes estadounidenses (y es posible que esto no es algo único de Estados Unidos) son más sensibles a narrativas emocionales de la economía que a las condiciones macroeconómicas en sí.

Por otro lado, queda el tema omnipresente de la inflación. En mi argumento sobre los éxitos económicos de Biden más temprano, estaba implícita la idea de que salarios y riqueza reales aumentando deberían de, por definición, más que compensar a las personas por los precios altos que encuentran en el supermercado. Sin embargo, esta no parece ser su interpretación.

En una publicación reciente, la economista Stefanie Stantcheva investiga las percepciones de personas sobre el impacto que tiene la inflación. Notablemente, encuentra que las personas tienden a atribuir la inflación de precios a políticas públicas, y a atribuir los aumentos salariales a sus propios esfuerzos, no a ajustes inflacionarios. Esto es particularmente relevante para aquellos que han cambiado de trabajo (algo que, como mencioné anteriormente, ha sido una de las principales fuentes de aumentos salariales). Esto es lo que parece haber sucedido aquí. Los votantes no le perdonaron a los demócratas la alta inflación, aún cuando el panorama económico que trajo esa inflación resultó a su favor.

Todo esto lo digo para indicar que la lección del martes pasado es que la narrativa económica importa más que el desempeño en sí cuando se trata de recaudar votos. Quizás esta es una conclusión problemática, pero a todas luces es la realidad que se observa.

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