En el mundo de la literatura se conoce como elegía a un grupo de palabras cuyo fin es expresar la tristeza o melancolía por un fallecido. Es un intento desesperado por honrar su memoria y aminorar la carga que produce su pérdida.
En este orden de ideas, es fundamental hacer una elegía por Costa Rica. Sinceramente no recuerdo la fecha exacta en que murió, tal vez no presté la atención necesaria, pero cuando me enteré ya únicamente existía el cuerpo. De alguna manera, el delito ya había sido perpetrado.
Aquella Costa Rica que conocimos ya no existe. Simplemente desapareció del imaginario colectivo o quizás, fue arrebatada, en estos casos nunca se sabe. Lo importante es que ya no existe, la hemos perdido.
Ahora es irreal pensar en un día sin homicidios atroces, cada día deben suceder algunos para estar en esta pseudo normalidad, es una especie de excepción que se convirtió en regla. También es necesario escuchar discursos de odio, para creer que el país avanza. Sin darnos cuenta, esto emula una especie de juego, en donde semana a semana hay que encontrar un culpable.
Olvidé, por completo, mencionar que la paz y seguridad se transformaron. Ambas se convirtieron en amenazas latentes, sea de homicidios, robos o de bombas, todo depende del designio y humor de su autor. ¡Qué cambio más grotesco!
Si de asignar culpas se trata, muchas posiblemente ronden las inmediaciones de Zapote, pero sería una excusa vaga. Hay que reconocer que algunos problemas yacían tras bambalinas, solo que no se quisieron atender. Además, esta escena del crimen tiene las huellas de todos. Sí, las suyas también.
La única pregunta válida sería, ¿podremos regresar a la Costa Rica que tanto admiramos? Supondría que sí, el cuerpo todavía está caliente. Si entre todos le hacemos RCP lo rescatamos, entonces la pregunta verdadera sería ¿preferimos a esta Costa Rica, que siembra odio, esconde bombas y ansia la muerte de sus compatriotas, o a la antigua, esa que recuerda la importancia de la paz, educación, democracia y el respeto?
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