Las personas que han tenido la oportunidad (y cada vez son más) de escuchar a un coyote aullar coincidirán conmigo en que se trata de una experiencia que transforma la vida y nuestro concepto sobre ellos. Esto también significa que nuestra relación con los coyotes no se limita (o al menos no debería limitarse) a una cuestión de avistamientos. Sin embargo, estos avistamientos nos ofrecen un punto de entrada valioso para reflexionar sobre la cobertura mediática que ha recibido la presencia de coyotes en zonas urbanas en las últimas semanas, especialmente en la provincia de Heredia. También se han reportado avistamientos en San José y otras áreas del Valle Central. Los coyotes están en todas partes.

El hecho de que ahora (¿pero, desde cuándo?) los coyotes estén en todas partes debería llamarnos la atención y abrir la puerta a una conversación seria, que permita discutir temas sobre políticas de conservación, transformación del paisaje, dinámicas socio-productivas y ordenamiento territorial, entre otros. Todos estos temas se inscriben perfectamente en lo que algunos de nosotros, interesados en la relación entre humanos y otros organismos vivos, hemos comenzado a llamar “estudios multiespecie”.

Así que tenemos varios elementos interesantes para analizar aquí. Vidas humanas que se transforman, o, mejor dicho, que se trastocan por el contacto con un animal que solíamos considerar esquivo; un animal que muchos de nosotros, hasta hace poco, asociábamos solamente con territorios rurales y áreas de conservación.

Recordemos, por ejemplo, que los coyotes son la especie emblemática del Parque Nacional Volcán Irazú; incluso una silueta de coyote acompaña los rótulos informativos dentro del parque y sus senderos en el área de cráteres. Ahora (¿pero, desde cuándo?) los coyotes están en los patios de las casas, cerca de las escuelas y se los puede ver desplazándose casualmente por calles y vecindarios en áreas concurridas de las provincias más densamente pobladas. ¿Será que los coyotes están “ruralizando” la ciudad, o simplemente escribiendo una nueva página de su historia de vida?

La localidad en la que vivo, en el centro de Cartago, empezó a organizarse ante los avistamientos de coyotes en los meses del confinamiento que provocó la pandemia por COVID-19, en el primer semestre de 2020. Los avistamientos generaron temor y muchos vecinos estaban seguros de que ocurriría un ataque inminente con consecuencias fatales. Teniendo esto en cuenta, creo que hace tiempo ya que debemos preguntar: ¿Qué intentan decirnos los coyotes? Retomando una idea que mencioné antes: no es tanto cómo los vemos, sino cómo ellos se están haciendo visibles lo que debería ocuparnos. Elijo intencionadamente la palabra “ocupar” en lugar de “preocupar”, porque considero que ocuparnos de los avistamientos recientes y aprovechar la cobertura mediática que están recibiendo nos ayuda (y los ayuda) a volverse seres más interesantes a ojos de la gente.

Los coyotes son quizás la especie silvestre considerada como invasora que más atención recibe de los medios y de la sociedad en general en este país (aunque, actualmente, los cocodrilos parecen disputarse esa fama); pero, ¿qué más sabe la población sobre ellos? Por supuesto, podríamos mantener una conversación estrictamente antropocéntrica: hablar entre nosotros (humanos) sobre ellos (coyotes). Entrevistar a expertos en vida silvestre, biólogos especializados en mastozoología, veterinarios, gestores de áreas de conservación y un largo etcétera. Pero, ¿cuánto de este conocimiento científico, caracterizado por la objetividad y el distanciamiento, realmente nos permite entender lo que los coyotes intentan decirnos? Es decir, ¿cuánto de este conocimiento acumulado, que es interdisciplinar y en disputa, realmente nos permite pensarlos desde su propia existencia y acercarnos a sus mundos de vida; entenderlos como sujetos en la relación que se construye conjuntamente y no como objetos abstractos de investigación?

Los profesionales en Ciencias Biológicas, probablemente, plantearán muchas objeciones al tipo de argumento que aquí formulo. Alegarán falta de seriedad e incluso lo encontrarán ridículo. Sin embargo, invito a ellos y a toda la comunidad lectora de este medio a darse la oportunidad de ser afectados por los coyotes de la manera en que estos animales merecen. Me refiero a que el uso de categorías como “especie invasora exótica” puede ser válido y necesario para ciertos fines administrativos y de manejo, pero se muestran limitadas para comprender todo lo que el coyote nos convoca a considerar en estos encuentros casuales en espacios urbanos.

No podemos separar cultura y naturaleza. No podemos separar lo urbano y lo rural. Y me atrevo a decir que no podemos separar a los humanos de los coyotes. Ellos y nosotros, juntos, estamos creando una ecología porosa, un modo compartido de habitar que aún no entendemos plenamente. Reconocer que estos animales tienen la capacidad de afectarnos, lo que algunos llamamos “agencia animal”, desplaza nuestras ideas sobre comportamientos instintivos, dotando a los coyotes de intencionalidad y proactividad, algo útil para intentar ver el mundo desde su perspectiva.

Acercarse a la perspectiva de los coyotes quizás implique explorar más a fondo las atmósferas afectivas que provocan los avistamientos en personas que observan un coyote por primera vez, y en lugares en los que nunca pensaron encontrarlo. A fin de cuentas, ¿con qué estamos lidiando? Para muchos, el coyote simplemente está “fuera de lugar”. Esta narrativa, por ejemplo, cobró fuerza con los avistamientos cerca del Campus central del Instituto Tecnológico de Costa Rica y suele reaparecer cuando los reportes de avistamientos aumentan.

Cuestionar la narrativa del “coyote fuera de lugar” es hoy más necesario que nunca. Si nos hacemos la pregunta obvia: “Entonces, ¿cuál es el lugar del coyote?” descubriremos que partimos de supuestos erróneos sobre nuestra relación con las especies silvestres. Como he dicho, no se trata de trazar líneas divisorias entre lo rural y lo urbano, la ciudad y el campo, los humanos y los animales.

Creo que estamos ante una oportunidad interesante: la presencia de los coyotes en lugares considerados “fuera de lugar” nos invita a pensar juntos, a pensar con los coyotes y no simplemente sobre ellos, a buscar un bienestar común. Como planteé al inicio: escuchar sus aullidos es una experiencia que transforma la vida, y ya no podemos ser indiferentes. Para algunos, la salida fácil sería recurrir a instrumentos de política para buscar “soluciones”, ¿pero qué tipo de soluciones? ¿Medidas de contención para devolver a los coyotes a un espacio vago de naturaleza prístina? Esto ya no es posible.

La coexistencia parece ser la opción más plausible. Aprender a convivir con individuos de otras especies puede convertirse en algo muy difícil, pero no imposible. La cohabitabilidad humanos-organismos silvestres es una agenda de trabajo incipiente que debemos tomarnos en serio. Con sus movimientos, los coyotes parecen decirnos: “Estamos aquí y no nos vamos a ir. Podrán disponer del bosque para construir sus condominios, pero regresaremos en busca de alimento”.

Si ya no podemos ser indiferentes, en el sentido de no distinguir lo que está sucediendo, entonces debemos buscar formas creativas de practicar la cortesía. El origen latino de “indiferencia” (indifferentia) es “sin diferencia” o “sin distinción”; por lo tanto, cada vez que veamos un coyote “fuera de lugar” deberíamos pensar en cómo crear condiciones de cohabitabilidad que enriquezcan la vitalidad de ambos mundos, el nuestro y el de ellos. Debemos ser capaces de construir juntos una coexistencia cortés.

Si vemos al coyote no solo como Canis latrans, sino como una vitalidad histórica que reconfigura su existencia junto a la nuestra, quizás podamos superar nuestro sesgo humano-centrista y revelar partes de nosotros mismos que nos hagan más conscientes de lo que está en juego en la crisis ambiental y el deterioro ecológico.

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