La muerte por suicidio de una médico residente de la especialidad de cirugía, quien cursaba su primer año en una de las principales universidades de Colombia, fue propiciada, al parecer, por una serie de maltratos dentro del ambiente académico. Un evento tan lamentable como este no debiera pasar sin que exista una profunda reflexión sobre las dinámicas predominantes en la educación médica, en particular a nivel de posgrado. En Costa Rica, por desgracia, tampoco estamos exentos de estos antiguos vicios en la formación de profesionales de la salud.

Todas las personas que estudiamos medicina vivimos en carne propia o presenciamos actos de descalificación en público, chota, agresión verbal directa u otros tipos de violencia durante los años de formación. Y pudimos observar, de igual manera, sus consecuencias: conflictos entre compañeros, episodios depresivos o trastornos de ansiedad, abuso de alcohol o consumo de otras sustancias ilícitas, baja calidad en la atención de los pacientes o franca violencia hacia ellos.

Estos fenómenos usualmente tienen una serie de comunes denominadores que me permito citar a continuación:

Espirales crecientes de bajo rendimiento: un fenómeno que se observa a repetición a nivel de posgrado, es el del residente que en un principio no cumplió, objetivamente o no, con determinadas expectativas de los docentes. En tal caso, se suelen situar las miradas acusadoras sobre esta persona, típicamente a través de información tergiversada, de pasillos, en ocasiones sin parámetros técnicos de evaluación de desempeño, generando una presión que puede derivar en reacciones ansiosas o depresivas, que, a su vez, propiciarían un deterioro –ahora sí objetivable– en su rendimiento. Me refiero entonces a una espiral creciente de pérdida de confianza que termina afectando el ambiente laboral, el proceso de aprendizaje y el desempeño teórico-práctico. No es inusual que estas situaciones terminen con procesos legales, incapacidades prolongadas, problemas de salud o renuncias a la residencia, a pesar del enorme esfuerzo personal y familiar invertido.

Órdenes jerárquicos: en las dinámicas de poder que históricamente han prevalecido en el ambiente médico, un estudiante le responde a un interno, que a su vez le debe respeto a los distintos residentes en orden de antigüedad, quienes, por su parte, están sujetos a lo que dicte el médico asistente, y, por encima, la jefatura de sección.

Aprendizaje por modelaje: si en alguna parte de esta escalera se da un acto de violencia que no es adecuadamente suprimido, es posible que el aprendizaje por modelaje se instaure, propiciando una repetición de los actos conforme se ascienda en la escala jerárquica, perpetuando el fenómeno hasta el infinito, a menos que se tomen las medidas oportunas.

Ausencia de recursos de atención: en Costa Rica no existe una dependencia cuya función sea velar por el bienestar emocional y físico de los residentes. Me refiero a un ente específicamente dedicado a realizar un trabajo con independencia, confidencialidad, apoyo profesional y donde se puedan generar recomendaciones expertas, vinculantes e individualizadas para cada caso.

Durante los últimos años en Costa Rica, el foco ha estado centrado en identificar las especialidades prioritarias para la población, y de esta forma contribuir con la reducción en las listas de espera. Desgraciadamente estas acciones han terminado politizándose, dejando de lado aspectos técnicos, como la necesidad de establecer no solo los canales requeridos de atención, sino también de investigación, en donde se le de seguimiento a los residentes y se establezca primero si existen consecuencias físicas (desbalances metabólicos, aumento de peso, pérdida de los hábitos de sueño y de una alimentación sana, así como un mayor sedentarismo) y psiquiátricas, para luego instaurar las medidas preventivas correspondientes. De no tomarse acciones, las consecuencias las sufren tanto el cuerpo médico como los pacientes. Es decir, se trata de una responsabilidad tanto universitaria como de la seguridad social, que ahora ha asumido un mayor protagonismo en el proceso de especialización.

Hago también una invitación para que cada docente de grado y posgrado en medicina pueda revisar cuáles son sus motivaciones para desempeñar esta labor; si han identificado en la actualidad residentes inmersos en estas espirales de declive académico y, sobre todo, si están disponibles para ellos como un recurso oportuno de guía y mentoría al que puedan acudir; si las evaluaciones que se realizan se sustentan en argumentos objetivos; si se contribuye, o, por el contrario, se lucha activamente, en contra de la violencia en los espacios de formación médica.

¿Cómo pretendemos moldear médicos empáticos, atentos, humanos (todas necesidades básicas para que el sistema en salud funcione óptimamente) si no se ponen en práctica estos principios con las personas que están en formación? Disciplina y exigencia académica distan mucho de agresión.

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