La democracia es un ideal aspiracional. No es un destino al que se llega sino un camino que se recorre. Es similar a otras aspiraciones civilizacionales tales como los derechos humanos: se robustecen día a día con su ejercicio. Parece obvio, pero la misión de la educación pública es desarrollar un pueblo educado.  

Existe una relación de causalidad directamente proporcional entre el nivel de educación del pueblo y el grado de vigor de la democracia. Quiere decir que, a mayor grado de educación de la ciudadanía, mayor la eficacia del sistema político para permitirle a la sociedad alcanzar sus metas. De ser cierta esta hipótesis, podríamos postular que la crisis prioritaria por gestionar en Costa Rica es su sistema de educación pública. 

Hasta fines del siglo pasado, las escuelas y colegios públicos fueron verdaderos elevadores socioeconómicos distribuyendo de manera equitativa las oportunidades que se irían co-creando generación tras generación de costarricenses. Este siglo la mitad de estudiantes que se matricularon en secundaria quedaron excluidos de muchos de aquellos beneficios debido a la deserción estudiantil. 

La otra mitad de los estudiantes que sí se gradúan entran a la adultez con serias deficiencias para continuar a la educación terciaria, encuentran pocas oportunidades de educación técnica y dual, o les falta madurez para ingresar a un mercado laboral cada vez más sofisticado. 

No se trata de contar con herramientas analíticas o conceptuales tales como gramática o álgebra, ni inglés o estudios sociales. La capacitación educativa para ser más adaptables a la cambiante realidad y para ser personas más efectivas en el ejercicio de su ciudadanía, es la sensatez. Esta mezcla de responsabilidad, madurez, prudencia y buen juicio converge para facilitar en las personas la toma de decisiones en procura de sus metas y cumplimiento de sus objetivos. 

Sugerimos que lo más importante para el progreso social hacia alcanzar el desarrollo humano como país es tomar las decisiones que nos acerquen, en conjunto, hacia la igualdad socioeconómica. Dejar la desigualdad por la libre, como hemos visto expandirse en Costa Rica los últimos 30 años, es aceptar la violencia estructural que produce la chocante y notoria diferencia de riqueza entre quienes tienen mayor privilegio para formarse, emplearse y acumular oportunidades, y quienes se quedan rezagados por la razón que sea. 

Del mismo modo como la democracia y los derechos humanos son aspiraciones colectivas, la convivencia pacífica también lo es. Identificar necesidades comunitarias y gestionar su satisfacción de manera creativa, empática y armoniosa es la receta de la paz. Este es el ideal aspiracional más valioso que la civilización puede alcanzar invirtiendo altas dosis de sensatez individual. Eduquemos para eso. 

Vea el episodio 225 de Diálogos con Álvaro Cedeño titulado “Sensatez”

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