Todos los estados del mundo son experimentos. El costarricense es de los más exitosos de la era republicana y hemos llevado el paradigma de la democracia a un nivel de madurez avanzado. A la velocidad de cambio que lleva la humanidad, de la mano con la aceleración tecnológica y la degradación ambiental, es indispensable repensar si el pacto social costarricense preserva vigor y eficacia.

El análisis debe priorizar el nivel de sensibilidad requerido para resolver los problemas del otro, para satisfacer sus necesidades, aunque no implique un beneficio directo para mí o para mi comunidad inmediata. Aquí yace la tragedia del bien común que, como es de todos, no es de nadie, y procuramos el máximo beneficio personal a expensas del bienestar colectivo.

Por ejemplo, preferimos el confort del vehículo particular en lugar de considerar un transporte público colectivo eficiente y seguro que podría movilizar a más personas de manera más rápida en la ciudad y a la vez descongestionar las principales vías de tránsito. La consecuencia de aquella preferencia es que la congestión vial degrada de manera sensible la salud física y mental de todas las personas que usan las vías públicas, ya sea que viajen en transporte público o privado.

Esto debe llamarnos a repensar la calidad de los acuerdos y aspiraciones que tenemos a nivel colectivo. Los gobiernos de turno están llamados a administrar los bienes públicos de la mejor manera posible según los parámetros de la ley bajo las reglas de juego existentes. También, se busca mejorar lo que hay creando nuevo valor colectivo. Si no se mejora la calidad de nuestras aspiraciones, será muy difícil alcanzar acuerdos que impacten de manera positiva a las comunidades que viven en mayor condición de vulnerabilidad.

Las expectativas que se fija un partido político aspirante a gobernar son muy limitadas. Sobre todo, están limitadas por el tiempo. Cuatro años es un plazo inútil para realizar las veinte grandes transformaciones que requiere un país. Sí es suficiente tiempo para sembrar todas esas semillas y más, pero el ciclo electoral tan breve del sistema no retribuye de manera política la siembra de semillas.

La inmediatez de la gratificación que se percibe en tiempos modernos también afecta al gobierno, pues deberíamos celebrar cada vez que la administración pública siembra una semilla que germinará y producirá frutos para la nación, mejorando el experimento patrio en un futuro aunque no sea muy cercano. Pero eso no vende en la política moderna de “coyol quebrado, coyol comido”.

Se dice que cada país tiene los gobernantes que merece. Eso suele decirlo el partidario frustrado de que se eligió a un gobernante que no era de su preferencia. Lo cierto es que cada gobierno es el reflejo de la sociedad que vamos siendo. Esa es una garantía de la democracia, que siempre alterna el poder y facilita el camino para quien mejor captó la realidad nacional durante la contienda electoral.

Dejemos de pedirle peras al olmo. Ninguna administración, ningún gobierno, ningún partido, ni ningún candidato podrán transformar todos los conflictos que aquejan a la nación costarricense en el plazo que nos gustaría verlos transformados. Imaginar escenarios de prosperidad en un sistema inclusivo que facilite las oportunidades para que la nación completa alcance el desarrollo es una aspiración de calidad a la que es merecedora nuestra patria. Para ello, debemos recuperar la sensibilidad cultural que nos permitió forjar acuerdos y llegar a un pacto social donde lo público y lo privado coordinaron esfuerzos en procura del bien común.

Escuche el episodio 222 de Diálogos con Álvaro Cedeño titulado “Pacto sensible”:

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