¿Se imaginarían darles a sus niños medio vaso de tequila antes de dormir? ¿Qué harían las madres y padres de familia si supieran que el TikTok genera un efecto de fatiga en la producción de dopamina en el cerebro similar al que produce la cocaína?

Un reciente libro titulado La generación ansiosa, de Jonathan Haidt, elabora un detallado y preocupante diagnóstico sobre lo que denomina la “gran reconexión”. Se refiere a nuestra tóxica relación con pantallas electrónicas, sobre todo aquellas móviles y de bolsillo. En su criterio, la gran crisis global de ansiedad que vivimos, en particular, aunque no exclusiva, de las generaciones nacidas a partir de 1996, se debe al uso indiscriminado de dispositivos que no han sido diseñados para promover la salud mental de las personas usuarias. Es bastante conocido que estos dispositivos, en especial las aplicaciones que corren en ellos, se aprovechan de nuestras vulnerabilidades mentales para que su uso sea adictivo, con consecuencias intoxicantes que la mayoría de nosotros ignoramos y padecemos.

Lo más dramático del diagnóstico que elabora el libro es mostrar la comparación y correlación entre suicidio de personas adolescentes entre 2010 y 2020. En 2010, el suicidio adolescente en Estados Unidos era el doble en mujeres que en hombres. Para el 2020, la tasa se había duplicado en hombres y se había triplicado en mujeres. Aquellos, adictos a vídeo juegos y pornografía. Estas, adictas a redes sociales. Estas estadísticas aún no incluyen datos de pandemia. Quiere decir que la adolescencia es la época de mayor vulnerabilidad a los padecimientos de salud mental que provocan los contenidos digitales que se comparten en dispositivos electrónicos, y la población e mayor condición de vulnerabilidad son las mujeres adolescentes.

Esta reconexión ha sucedido en muy pocos años, desde el 2010 hasta la fecha, y ha alterado el quehacer psico-biológico y sociocultural de nuestra especie. Entre sus causas están las siguientes:

  1. Masificación del teléfono “inteligente” a partir de 2010
  2. Lanzamiento del iPhone4 en 2010 que fue el primero en incluir cámara frontal para tomar selfies
  3. Compra de la red social Instagram por la empresa Facebook, Inc. (hoy, Meta) en 2012
  4. Fijación de los 13 años como la edad mínima en Estados Unidos para registrarse como persona usuaria de redes sociales, convirtiéndose en el estándar global desde 2015
  5. Creación de contenidos adictivos en redes sociales que explotan la producción de dopamina que consume nuestro cerebro
  6. El distanciamiento social cara a cara a nivel global provocado por la pandemia del Covid-19.

Entre las recomendaciones que reitera el autor se deben tomar en cuenta para reducir el impacto en la salud mental de las personas usuarias de teléfonos y pantallas móviles, incluye:

  1. No utilizar pantallas antes de los 15 años de edad
  2. No registrarse como persona usuaria de redes sociales antes de los 16 años de edad
  3. Escuelas y colegios libres de pantallas electrónicas
  4. Promover más espacios intencionales para interacción social cara a cara.

Como suele suceder, la tecnología avanza más rápido que la ciencia, que avanza más rápido que la política pública. Entonces estamos utilizando como colectividad humana cientos de millones de horas al día estos dispositivos de manera entusiasta. Mientras tanto, múltiples disciplinas de la ciencia empiezan a descubrir los impactos dañinos de este uso indiscriminado. Por otro lado, algunos países, como Nueva Zelandia e Italia, ya empiezan a crear políticas para restringir el uso de los dispositivos en escuelas y colegios.

Mientras no existan políticas públicas ni institucionales que protejan a nuestra niñez, adolescencia, juventud y a nosotros mismos como adultos, debemos asumir esa responsabilidad desde nuestros hogares. No hacerlo equivale a darle a nuestros hijos sustancias tóxicas y adictivas como el alcohol o la cocaína. La violencia engendra violencia. Por dicha, la paz engendra paz. Forjémosla, pues.

Escuche el episodio 217 de Diálogos con Álvaro Cedeño titulado “Transformar la ansiedad”.

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Este artículo representa el criterio de quien lo firma. Los artículos de opinión publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de este medio.