La llegada de Gustavo Petro a la presidencia de Colombia ha supuesto un cambio en el compás geopolítico de la nación cafetera, por primera vez vemos cómo —algunas veces de forma timorata y otras más de manera avezada— se ha venido desmarcando de algunas posiciones largamente sostenidas por la nación. Petro, es reconocido en el medio internacional por el apoyo sin ambages a la causa palestina y por sus airados discursos a favor de un nuevo orden climático, ambas posiciones contrastan con las de Estados Unidos y sus aliados. Recientemente incluso, ha manifestado su deseo a Lula de adherirse al grupo de los BRICS.

Colombia hasta hace poco era reconocida en Latinoamérica (junto a países como Paraguay y Costa Rica) por secundar casi en la totalidad al Gigante del Norte, pero ahora, ha empezado a tener cierta independencia en el escenario regional y mundial. Sin embargo, las relaciones con Estados Unidos pasan por un buen momento, luego que el canciller Murillo (antes embajador en EE. UU.) haya acercado al gobierno de Petro a Biden, hasta entonces enemistado con Colombia por el claro apoyo de Duque a Trump en las elecciones de 2020.

Para la muestra de la colaboración entre los dos países, está la iniciativa “Movilidad Segura”, que permite a migrantes de cualquier nacionalidad que buscan llegar a Estados Unidos iniciar su proceso de tránsito en suelo colombiano donde se instalaron centros de procesamiento estadounidenses. De esta manera se entiende que Colombia desea mantener una independencia en política internacional sin con ello enemistarse con Estados Unidos.

Entre las posiciones en las que Petro difiere con Biden está, por supuesto, la Guerra en Ucrania. Petro siempre ha mantenido el punto de vista de buscar la paz a través de salidas negociadas, como lo ha expuesto en dos discursos ante la Asamblea General de la ONU.

Por su parte, es sabido que Estados Unidos, en su irrestricto deseo de prolongar la Guerra entre Ucrania y Rusia, ha presionado a varios países latinoamericanos a ceder armas, sobre todo de manufactura rusa, al ejército ucraniano. La razón detrás de esto es que el ejército ucraniano ha usado históricamente este tipo de armamento, lo que les ahorraría el tiempo de entrenamiento con respecto a las modernas armas que les provee la OTAN, una clara ventaja competitiva en una guerra de desgaste donde cada centímetro y cada soldado cuenta.

Ya en enero de 2023 durante la cumbre de la CELAC, Petro reveló que le fue solicitado por Estados Unidos el envío de helicópteros MI 17 al frente ucraniano, en ese momento el gobierno colombiano no cedió a las presiones. Pero desde entonces se han conocido nuevas informaciones. La primera es que este año le fueron ofrecidos 300 millones de dólares a Colombia por estos aparatos: de nuevo la respuesta fue un “no”. La segunda, es que, debido a la guerra en Ucrania, a estos helicópteros no ha podido hacérsele el debido mantenimiento por la casa matriz, o encontrar los repuestos que requieren; lo cual ha inutilizado a la gran mayoría de la flota pues ya ha habido lamentables accidentes. El panorama ahora es este: Colombia tiene la tentadora opción de renovar parte de su arsenal y deshacerse de material bélico por ahora inservible; a cambio debe botar por la ventana su compromiso con la paz, y todo esto en medio de un recrudecimiento del conflicto interno.

De momento Petro ha mantenido su postura, sin embargo, aceptó participar en una conferencia de paz en Suiza entre el 15 y 16 de junio 2023, en la que estará ausente nada menos que Rusia. Zelenski manifestó en una entrevista querer acercarse a Petro para discutir un acuerdo gana-gana (crípticamente se refiere a potenciar la industria militar y tecnológica) durante este evento y se confirmó una reunión bilateral en el marco de esta conferencia.

En manos de Petro está ahora mantener firme el compromiso a la resolución pacífica del conflicto Rusia-Ucrania, y no dejarse amilanar por presiones externas de las grandes potencias o por soluciones cortoplacistas que podrían cobrarle factura.

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