En Costa Rica, históricamente hemos sido buenos en democracia, pero no debemos darla por sentada. Las brechas sociales y las preocupaciones sobre el futuro representan amenazas para la confianza y nuestro sentido de comunidad. ¿Cómo puede cada uno de nosotros proteger la democracia? Necesitamos recuperar y proteger nuestra capacidad de confiar.

Me refiero a la confianza en los demás, en las personas con las que nos encontramos a diario y que no conocemos, en nuestros vecinos, en quienes transitan junto a nosotros hacia nuestras oficinas y en nuestras instituciones.

En Suecia, por ejemplo, las personas creen firmemente en confiar en los demás "en general". En la investigación "La ciudad de las diferencias", realizada por la Comisión para una Estocolmo socialmente sostenible, se denomina a esto "confianza interpersonal". Los estudios demuestran que Suecia se encuentra entre los países con los niveles más altos de confianza interpersonal.

En los sistemas autoritarios, la confianza interpersonal es de alrededor del 10%, como en Zimbabue o Filipinas, según estadísticas del Instituto SOM de la Universidad de Gotemburgo.

Los suecos perciben que se puede confiar en los demás en general, pero esta confianza no es una cualidad innata ni una ley natural en Suecia. Es el resultado de un clima social favorable, producto de leyes progresistas y buenas decisiones políticas.

En Costa Rica, enfrentamos una amenaza incentivada por el miedo y la desconfianza que promueve diariamente el presidente y sus fanáticos. El chavismo costarricense promueve la idea de que, esencialmente, debemos dejar de confiar en los periodistas, los medios de comunicación, nuestras instituciones y autoridades.

Esperan así la destrucción de nuestro orden democrático y son indiferentes al bien común. Si permitimos que esto suceda, los efectos pueden ser devastadores, ya que el núcleo de la democracia es nuestra capacidad e inclinación a confiar unos en otros y en nuestras instituciones. Sin confianza, no hay democracia.

El miedo hace que las personas sean irracionales y se sientan inseguras, facilitando su manipulación. Vemos cómo actúan los populistas y extremistas en todos los países donde el miedo y la desconfianza aumentan. Trump, populista por excelencia, basó su mandato en la hostilidad antiinmigrante, el miedo al Islam y la inseguridad.

Aquí es donde entramos todos los que nos consideramos demócratas, quienes creemos en el valor igual de todas las personas y queremos contrarrestar el discurso violento, la hostilidad y la falta de decencia política del presidente.

Convertirnos en creadores y defensores de la democracia es simple. No se trata de convertirnos en mejores amigos, sino de practicar el núcleo de la democracia, que es la convivencia respetuosa y pacífica, en la que claramente los espectáculos iracundos y llenos de insultos del presidente no tienen lugar. Así no somos la amplía mayoría de costarricenses.

La verdad brutal es que los practicantes del “chavismo”, los extremistas y los populistas nunca podrán destruir la democracia; solo nosotros podemos. Si miramos a otras personas con sospecha, si comenzamos a desconfiar unos de otros, si nos permitimos odiar, entonces somos nosotros quienes destruimos la democracia.

No hay nada que una más a los fanáticos populistas que su profunda vocación por aborrecer la diversidad. Por lo tanto, podemos resistir manteniendo solo eso: humanidad, respeto y confianza.

A pesar de los desafíos que enfrentamos, nuestra capacidad para unirnos y fomentar un ambiente de confianza y respeto mutuo es nuestra mayor fortaleza. Si trabajamos juntos para fortalecer estos valores, podemos asegurarnos de que nuestra democracia no solo sobreviva, sino que prospere.

Con cada gesto de bondad y cada acto de confianza, estamos construyendo la democracia, y esa democracia puede ser tan fuerte como decidamos hacerla. Solo en nuestras manos está el poder para cultivarla y protegerla.

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