“¿Alguna vez has soñado con ir a la luna?” pregunta mi colega.

“No, eso es para gente muy valiente. Yo prefiero sentir las suelas de mis zapatos pisando tierra firme, abrir las ventanas cuando quiera y poder sentir la brisa del viento”, dije.

Una conversación muy peculiar que ocurrió con mi amigo y compañero de trabajo el día de su jubilación. El Doc, como le llamo de cariño, siempre hablaba de viajar lejos. Yo, al contrario, de mantenerme cerquita de casa. Trabajamos juntos por cuatro años. Un antropólogo extrovertido y bastante aventurero. Usaba un sombreo color café que había conseguido en una de sus expediciones a Cusco. Así como unas botas Caterpillar negras, pero ya grises, valiéndose de ellas todos los días.

Nos hicimos amigos de inmediato. Amistad que aún conservo con devoción. Cuando nos encontrábamos en los pasillos de la facultad de Antropología me llamaba bonita. El Dr. era paciente con los estudiantes de nuevo ingreso y siempre noble. Su lema era no menospreciar, nunca, el deseo de aprender. Lo que permitía a los recién llegados sentirse como en familia.

Se caracterizaba por el trabajo ordenado y meticuloso. Sus publicaciones científicas eran esperadas con ansias tanto por los estudiantes como por sus compañeros de facultad. Describía todo con mucho detalle.

Al poco tiempo de conocernos me recomendó el libro Ikigai: El propósito de mi existencia. Tema que para mí era desconocido. En japonés Ikigai significa la razón de ser. Si tienes un Ikigai en tu vida, entonces, tienes una causa importante para vivir y levantarte cada mañana. Me comentaba que había descubierto un aliciente para cuando llegara su retiro. De verlo tan motivado aprendí algo maravilloso, y es que la realización o plenitud depende de uno mismo, no llega por suerte, tenemos que buscarla.

Nunca compré el libro pero sabía exactamente cómo era la portada. Lo veía alojado en su escritorio como gran objeto de valor. Tenía la fotografía de Kimiko Nishimoto en la fachada. Una reconocida japonesa quien a los setenta y un años de edad encontró su Ikigai componiendo autorretratos que reflejan gran sentido del humor.

Mientras el departamento planeaba la fiesta de jubilación del Dr., se me ocurrió decorar el cuarto con fotografías de Nishimoto. Así como con recuerdos bonitos de los trabajos y giras que hicimos juntos. El día que se pensionó tuvimos una tarde muy amena. Tomamos café acompañado de su pastel favorito, el de zanahoria. Nos firmó su ultima publicación y al marcharse me obsequió el libro junto con una nota escrita a mano “Bonita, tómate el tiempo, léelo con calma”, continúo. “Te deseo muchos éxitos profesionales pero te deseo aún más que encuentres tu Ikigai. Mañana viajo a la Florida, empiezo un programa para pensionados que tiene la NASA. Toda la vida he soñado con ir a la luna, así que me sentiré un poco más cerca de mi sueño. Te extrañaré. Con cariño, Dr. M”.

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