Cada 6 y 9 de agosto el mundo recuerda los bombardeos atómicos sobre Hiroshima y Nagasaki en 1945. Son días de memoria hacia las víctimas, pero sobre todo, de reflexión profunda sobre las consecuencias del uso de armas nucleares.
Es vital recordar los hechos y sentir empatía por el pueblo japonés, el único que ha sufrido directamente el impacto devastador de estas armas. Pero también debemos repasar la historia que condujo a su desarrollo y uso, porque el mundo podría estar entrando en un escenario similar.
Hoy, nueve países poseen armamento nuclear. Sus arsenales han crecido sostenidamente en los últimos años, incorporando armas hipersónicas y cabezas multiojiva para las que no existen contramedidas efectivas. Los tratados internacionales —como el de No Proliferación o la prohibición de ensayos nucleares— parecen haberse vuelto simbólicos u optativos para gobiernos que reactivan su industria militar en nombre de la seguridad nacional.
Vivimos una transición geopolítica: del viejo (des)orden unipolar a un escenario multipolar cargado de tensiones, nuevos conflictos, guerras por poder y el resurgimiento de actores armados no estatales. En ese contexto, el retorno de las armas nucleares —no solo como disuasión, sino como posibilidad real de uso— representa una amenaza creciente.
Frente a este panorama, invito a la comunidad nacional a informarse críticamente, más allá de los medios tradicionales. Muchas veces, por omisión o por repetición de discursos oficiales, estos no reflejan la complejidad del momento. No hay una única verdad, pero escuchar múltiples voces con mirada crítica nos acerca a una comprensión más honesta.
Más allá de la reflexión, debe nacer la convicción: las armas nucleares no representan una solución para la convivencia humana. No hace falta imaginar una bomba sobre una ciudad para alarmarse: los ensayos nucleares ya causan graves daños ambientales. La ciencia ha advertido con fuerza sobre el Invierno Nuclear, un fenómeno climático global que podría desencadenarse incluso con un uso limitado de estas armas.
Lo expresó con claridad Beatrice Fihn, directora de ICAN, al recibir el Premio Nobel de la Paz en 2017:
“Si solo una pequeña fracción de las armas nucleares actuales se utilizara, el hollín y el humo de los incendios se elevarían a gran altura en la atmósfera, enfriando, oscureciendo y secando la superficie de la Tierra durante más de una década. Destruiría los cultivos alimentarios, poniendo a miles de millones de personas en riesgo de hambre. Sin embargo, seguimos viviendo en negación de esta amenaza existencial. La historia de las armas nucleares tendrá un final, y depende de nosotros decidir cuál será ese final. ¿Será el fin de las armas nucleares, o será el fin de nosotros? Una de estas dos cosas sucederá. El único curso de acción racional es dejar de vivir bajo las condiciones en las que nuestra destrucción mutua está a solo un arrebato impulsivo de distancia.”
Que estos días no sean solo un acto de memoria, sino también un llamado a la conciencia. Que nuestra voz, como país, siga siendo firme en la defensa de la paz global.
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