La cultura de la confrontación está muy viva en la política costarricense. Probablemente más viva que nunca. Así lo sugirió Rodrigo Arias, presidente de la Asamblea Legislativa, en sus palabras del pasado 2 de mayo. Arias le reclama al presidente Rodrigo Chaves que su habitual discurso confrontativo contra la Asamblea Legislativa, el Poder Judicial, el Tribunal Supremo de Elecciones, la Contraloría General y cualquier institución o persona que no comparta su visión, acerca a nuestra democracia al despeñadero.
Mediante el recurso de la confrontación, una y otra vez, el presidente Chaves se ha lanzado contra personas o instituciones cuyos criterios no comparte y ha eliminado cualquier razonamiento alrededor de las ideas. O bien, para ser más exactos, ha encubierto la ausencia de ideas mediante recursos como el alegato, la prepotencia y el insulto. Esta situación se agrava con el efecto amplificador de las redes sociales, que exaltan pasiones, silencian la prudencia y dan entrada fácil a liderazgos y gobiernos populistas.
¿De qué hablamos cuando hablamos de populismo? Hablamos por ejemplo, de la mención repetida del jaguar, no dos ni tres, sino 12 veces, en el discurso presidencial frente a la Asamblea Legislativa, no como la expresión del deseo de proteger a este animal, sino como una figura retórica que asocia el vigor y la fuerza con nuestra identidad nacional. El procedimiento es sólo una vuelta de tuerca más al tono altisonante que ha caracterizado hasta hoy al presidente Chaves. En sus propias palabras:
El jaguar que es ahora Costa Rica, se escuchará rugir en toda América Latina y en todo el mundo por décadas por venir.”
Estadísticas, humanidades y pensamiento crítico
Los liderazgos populistas abundan en nuestros días. Muy a pesar de la idea romántica de que los ticos somos distintos, al menos en ese sentido, definitivamente no lo somos. Estos liderazgos ofrecen la promesa de acabar con situaciones que la mayoría considera inaceptables y garantizan que la solución llegará de manera definitiva, gracias a la determinación y la mano dura.
Las estadísticas muestran que la mitad de la población costarricense mantiene una opinión positiva en relación con un gobierno que se caracteriza por el matonismo y la agresividad. ¿Cómo es posible que el “yo me como la bronca” que se había anunciado en campaña electoral sea también atractivo en la práctica para un amplio sector de la población? ¿Cómo llegamos hasta acá?
En un libro titulado Sin fines de lucro (2010), la filósofa estadounidense Martha C. Nussbaum comprueba que cuando se promueven las habilidades técnicas por encima del estudio de las humanidades se dota a los estudiantes de herramientas útiles para el desarrollo económico, pero se les priva de las habilidades necesarias para el ejercicio del pensamiento crítico.
“Sedientos de dinero -afirma Nussbaum- los estados nacionales y sus sistemas de educación están descartando sin advertirlo ciertas aptitudes que son necesarias para mantener viva a la democracia. Si esta tendencia se prolonga, las naciones de todo el mundo producirán en breve generaciones enteras de máquinas utilitarias, en lugar de ciudadanos cabales con la capacidad de pensar por sí mismos, poseer una mirada crítica sobre las tradiciones y comprender la importancia de los logros y los sufrimientos ajenos”.
El conocimiento humanista brinda una visión ampliada y empática del mundo, generosa en experiencias y oportunidades para los estudiantes. Además, permite entender la importancia del diálogo y concibe las diferencias entre opiniones como una vía fundamental para construir eso que, desde hace al menos veinticinco siglos, llamamos democracia. De allí su vital importancia, a pesar del criterio de muchos, que lo consideran una pérdida de tiempo dentro de los programas de estudio.
¿Quiénes somos?
La democracia está en crisis. Nuestra democracia. Recuperarla supone, entre otras cosas y en primer lugar, renunciar a las imágenes míticas de la Costa Rica “igualitica” y pacífica con la que hemos crecido y aceptar que el labriego sencillo a quien le canta nuestro himno nacional se ha transformado en el tico mezquino, ambicioso y profundamente egoísta de hoy.
Eso somos. A pesar de que muchos hemos tenido el privilegio de acceder a una educación universitaria, con excesiva frecuencia consideramos las artes y la filosofía, las humanidades y los conocimientos en relación con el ambiente y la sostenibilidad, como simples accesorios. Los vemos como ornamentos, que pueden lucir bien en la fotografía, pero no como la base de las relaciones entre quienes habitamos este país y, ante todo, este planeta.
Esto nos devuelve al desafortunado discurso presidencial del 2 de mayo, en relación con nuestros emblemáticos felinos. Se estima que en Costa Rica existen apenas unos 350 jaguares, que enfrentan amenazas como las hambrunas, la fragmentación de su hábitat y la matanza ilegal. La situación es particularmente dramática en el Parque Nacional Corcovado, donde prácticamente no han sido vistos durante los últimos 15 años.
Esta situación contrasta de manera absurda con las palabras de Chaves, que concluye con un entusiasta: “Compatriotas, costarricenses, ticos: nuestra economía es un jaguar que surge de Centroamérica hacia el mundo”. ¿Conocerá nuestro presidente las condiciones lamentables que enfrentan nuestros jaguares? ¿Habrá considerado que estos animales son mucho más que una simple máscara política? ¿Entenderá la importancia de las visiones ampliadas, que trascienden lo simplificado, funcional y utilitario? Definitivamente no.
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