Hace un par de meses, un querido amigo me comentaba sobre la historia de Clodomiro Picado Twight, aquel doctor Benemérito de la Patria reconocido internacionalmente por sus aportes en microbiología. No fue la típica conversación sobre las que suele hacerse a este tipo de figuras; por el contrario, comentaba que don Clodomiro era un empedernido racista.
Por ignorancia, desconocía este hecho histórico notorio. En efecto, es bastante público que el doctor Picado abogaba por la “conservación racial europea” (cualquier cosa que esto signifique). Rechazaba la mezcla entre personas negras y creía en el patrimonio sanguíneo del antiguo mundo que aparentemente tenían nuestros antepasados. Pueden verse sus manifestaciones en las cartas publicadas en el diario de Costa Rica del 20 de mayo de 1939.
Esta pequeña charla me hizo darme cuenta de lo curioso que funciona la memoria colectiva. Sin duda, el señor Picado fue un gran científico y su legado cultural no puede despreciarse. Más no es menos cierto que era una persona racista. Esto último no suele mencionarse en la enseñanza académica.
Antes de continuar, debo realizar un paréntesis necesario. Ya el lector podrá haberse dado una idea de a dónde quiero llegar con todo esto, más no debe malinterpretarse. Esto no es una inquisición moral (como las que están de moda hoy día) a una figura histórica. Aquí no pretendo pelear con un muerto, ejercicio que me parece inútil en esta instancia.
Tampoco es el lugar para realizar una revisión histórica o iniciar una caza de brujas. Este es un síntoma típico de nuestra generación. Hoy día, por una suerte de superioridad moral, creemos estar en la cima de la verdad y, estando en ella, estamos autorizados a juzgar tanto a vivos como a muertos.
La cultura de la cancelación, por ejemplo, ha llegado al punto de anular a personajes históricos de hace 300 años. Véase el caso del filósofo empirista David Hume, quien ha sido cancelado de la Universidad de Edimburgo por sus comentarios racistas hechos en el siglo XVIII.
Es paradójico juzgar a un muerto de hace 300 años con los estándares morales de hoy día. Más aún cuando, no solo el difunto, sino también sus contemporáneos (y probablemente nuestros antepasados) compartían un pensamiento semejante. Parecemos un tribunal atemporal, donde la moral se ha conquistado. Supervisamos y anulamos retrospectiva y selectivamente cualquier incongruencia que atente contra esa moralidad perfecta.
Creo que este juzgamiento no es más que otro síntoma de una generación enferma de ego. Me pregunto cuáles van a ser nuestros pecados dentro de otros 300 años... y a quién van a señalar.
Cerrando el paréntesis, recalco que mi objetivo es mostrar la parcialidad humana a la hora de juzgar la historia. Es decir, la facilidad con la que construimos y enseñamos un cierto imaginario social con respecto a figuras y eventos, en un binomio de “buenas” o “malas”, cuando la realidad generalmente es mucho más complicada que eso.
Cuando se piensa en figuras históricas como Gandhi, Virginia Woolf y el Che Guevara, se piensa en un liberador pacifista, una pionera del feminismo y un comandante revolucionario. Poco se habla de sus aspectos negativos (y pocas veces el tribunal moral aparece para iniciar su juicio inquisitivo; estas figuras por el momento son “aliados”) y mucho menos se enseña de sus defectos de manera académica. Por el contrario, parece que estos se omiten adrede.
La glorificación de la historia a través de héroes es comprensible. Cuando el héroe revela una falla humana, su mito inspirador peligra, listo para desvanecerse con su legado. De ahí que la historia se encargue de moldear narrativas casi sobrehumanas a tales individuos.
El problema es que una historia parcial es, en última instancia, una historia a medias. El progreso social implica enseñar la historia de manera brutalmente honesta. Héroes y villanos deben ser humanizados.
Se debe enseñar sobre las figuras históricas tal como fueron: humanos en todo su ser. Seres llenos de deseos, vicios, fetiches sexuales y dudas. Repletos de contradicciones y prejuicios, comprometidos con un legado político y familiar que, sin duda, fue modelado bajo un tiempo y espacio determinados, reforzado por sus contemporáneos.
Se me ocurren al menos dos conjeturas (más no las únicas) por las que este tipo de enseñanza podría causar cierta resistencia. Por un lado, la honestidad en la enseñanza implica exponer los vicios y defectos de la figura histórica. Esto podría dañar el legado histórico y socavar su función política/motivadora en las personas. En otras palabras, estas figuras perderían su credibilidad social y moral (imagina si Jesús hubiera pecado como un simple mortal)
En un segundo punto, podría argumentarse que humanizar al sujeto justificaría sus acciones y manifestaciones, permitiendo la posibilidad de que su agresión moral sea considerada aceptable. No faltara alguien diciendo que Hitler era solo un tipo incomprendido en un tiempo equivocado (como dato curioso, Hitler aparentemente era un amante de los animales y abogaba por su protección).
Ambos cuestionamientos, aunque justos, creo que son equivocados.
Precisamente la mitificación de la historia hace que la misma se repita (en palabras de mi buen amigo, citando a Cicerón y a otro puñado de autores). La parcialidad en el estudio histórico disminuye el análisis crítico y real del pasado, ignorando factores elementales para no repetir errores. La exaltación de una figura y su falta de cuestionamiento conlleva al sesgo y a la falta de crítica introspectiva en la sociedad y las ideologías. Ya hemos sido testigos de las consecuencias de la idealización desmedida de las figuras históricas.
Por otro lado, humanizar al villano (o cualquier figura histórica) no justificara su acción, solo la explicaría. Hay una diferencia sustancial entre explicar y justificar. La primera alude a las causas ontológicas de un fenómeno, es decir, el por qué, mientras la segunda brinda razones morales que legitiman una acción o pensamiento.
La historia nos brinda explicaciones. Entender un fenómeno nos ayuda a brindar soluciones y a identificar patrones para poder evitar y repetir ciertos resultados. Enseñar esto nos permite avanzar hacia una comprensión más profunda de nuestra historia, y más importante, quiebra el paradigma dicotómico de la historia. Probablemente todos tenemos un héroe y villano dentro de nosotros.
John Lennon fue un comunista con mucama, Virginia Woolf una feminista clasista, el Che Guevara un revolucionario homofóbico, Thomas Jefferson un liberador esclavista, Gandhi un pacifista racista, Tomas Moro un mártir intolerante y Jeremías Springfield un fundador pirata asesino... y la lista continúa…
“No conozcas a tus héroes", una frase popular que se utiliza para evitar derrumbar la ilusión del culto a la personalidad. Sin embargo, creo que debería ser todo lo contrario. Desnúdalos, enfréntalos, rompe el pensamiento unidimensional del sujeto y visualízalo de la manera más pura y básica posible: un humano con demasiada humanidad… como usted y yo.
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