Uno de los personajes históricos más reconocidos de nuestro país en la actualidad es sin lugar a duda Alfredo González Flores. Baluarte de la narrativa de la equidad contributiva, ha sido imbuido por la historiografía de un papel de profeta de la justicia social y como uno de los presidentes más importantes de nuestra historia nacional.
Su historia, inspiradora, del joven herediano que llegó de forma insusitada a la primera magistratura de la nación por la renuncia expresa de la totalidad de candidatos y avalado por el Congreso Nacional. Terminando en tragedia, la traición de la mano de su principal aliado, quien lo llevaría a la presidencia, Federico Tinoco, que le derroca y usurpa su poder. Una historia digna de leyenda.
No obstante, la historia muchas veces es muy diferente a como la cuenta la narrativa oficial y la de don Alfredo González no es la excepción. ¿Fue, don Alfredo González Flores un presidente legítimo? Analicémoslo.
Las elecciones de 1914
Para comenzar, hemos de remontarnos a las festividades de fin de año de 1913, donde los ánimos electorales comenzaban a calentar. Ricardo Jiménez Oreamuno era presidente de la República, electo por el Partido Republicano (aun sin tener mayor identificación con el partido) y tres candidatos se preparaban para luchar por la silla que don Ricardo vacaría el año próximo: Máximo Fernández, Carlos Durán Cartín y Rafael Iglesias.
El primero, jefe eterno del Partido Republicano, con dos fracasos presidenciales previos, dirigía el Congreso Nacional desde su galante Castillo Azul en los altos de Cuesta de Moras. El segundo, por el Partido Unión Nacional, brillante y prolífico médico, presidente provisorio entre 1889 y 1890, posterior a los eventos del 7 de noviembre de 1889; candidato por excelencia del poder económico que buscaba mantener la banda presidencial en el Olimpo. El último, sempiterno caudillo del Partido Civil, presidente de la república entre 1894 y 1904 recién derrotado en las elecciones previas, y fuerte opositor de los representantes del “Olimpo”.
Estas elecciones no serían unas elecciones normales para los costarricenses. En 1913 se estrenaría el recién promulgado voto directo que le permitiría a los ticos elegir a su presidente sin la intervención de delegados, sujetos a cambiar su voto respecto al que sus electores intentaban apoyar. Para lograr ascender de forma inmediata, uno de los candidatos requería alcanzar un mínimo de 50% de los votos válidos. Caso contrario, la elección se decidiría en una segunda ronda, a lo interno del Congreso Nacional, entre los dos candidatos con mayor número de votos.
En esta ocasión, el claro favorito era Máximo Fernández. Su influencia a nivel nacional estaba en un máximo histórico: su candidato era quien ocupaba la silla presidencial (aun sin tener mayor relación con el partido), su partido había conquistado el Congreso Nacional y él lo dirigía.
Empero, don Máximo no era de gran simpatía de las élites, quienes lo veían como un contrincante férreo, a quien difícilmente podrían vencer y con cuyas políticas no comulgaban. Por esta razón, el Dr. Durán se reuniría con don Rafael Iglesias, para discutir sobre la posibilidad de una alianza política. De esta reunión surgiría lo que se conocería como “La Fusión”, donde los partidos Unión Nacional y Civil presentarían candidaturas conjuntas a diputados en todas las provincias, salvo Cartago, bajo el entendido de que:
- Si alguno de los candidatos lograba la cantidad de votos necesarios para enfrentarse a Fernández en la segunda vuelta, los diputados del tercer partido le darían sus votos para asegurar su victoria.
- Si ambos candidatos quedaban empatados para enfrentarse a Fernández, se sortearía al azar el que se vería favorecido por los votos del bloque.
- Si Fernández no lograba los votos necesarios y eran Durán e Iglesias quienes se enfrentaban, todos los diputados quedaban en libertad de votar como quisieran.
Con este acuerdo, la Fusión sería un hecho y comenzaría a ganar fuerza en todo el país.
Esta fuerza no sería en vano, pues, en las elecciones del 7 de diciembre de 1913, la fusión lograría ganar las elecciones a diputados, con un total de 23 representantes, contra 20 del Republicano y se abría el paso para el gane de don Carlos Durán, quien sería favorecido como el encargado de enfrentarse a Fernández.
Durán, tenía prácticamente ganada la presidencia y don Máximo, se encontraba en un gran embrollo. Como en la época no había deuda política per se y las campañas tenían que financiarse con dinero de los candidatos, muchos sacaban grandes préstamos para estos fines, con la esperanza de ganar e imponer posterior a la elección un rebajo obligatorio a todos los empleados públicos, para que sufragaran estos gastos (recordemos que el presidente podía nombrar y quitar libremente a los empleados públicos, por lo que era una especie de “diezmo por el trabajo”).
Don Máximo había sacado varios préstamos grandes en el Banco Comercial. Y estaba muy preocupado por la eventualidad donde fuera él quien se viera en la necesidad de pagar estás obligaciones de su propio bolsillo. Por esta razón, comenzaría a buscar opciones que le permitieran “salvarse”.
Así, don Máximo se acercaría un día a don Rafael Iglesias a proponerle un “trato”. Si Iglesias le aseguraba al Republicano los votos suficientes para llevarlo a la presidencia, lo nombrarían como primer designado (vicepresidente) y Fernández renunciaría para permitirle asumir la Presidencia. ¿La respuesta de don Rafael? “¡Jamás!” ya que esto sería faltar a su palabra.
Ante esta respuesta, a don Máximo se le ocurre una alternativa. ¿Y si renuncia él a la candidatura, para que ascienda Iglesias como “el segundo más votado”, asegurándole los votos republicanos?
Esta propuesta era irrechazable. Por un lado, ya de por sí, la alianza de la “Fusión” se encontraba debilitada, por grandes rumores de que los duranistas habían comprado votos civilistas, para afectar a Iglesias en la elección presidencial. Y por el otro, esta posibilidad entraba en un “área gris” del pacto, en la que la palabra de Iglesias técnicamente no se rompería, pues, pasaría del primer presupuesto al tercero, logrando el objetivo principal: dejar a Fernández fuera de la presidencia. Entonces, Iglesias, ni lerdo ni perezoso, saltaría a la posibilidad de ser presidente y aceptaría el nuevo pacto, el pacto neocivilista.
De esta manera, los civilistas ya se imaginaban vestidos de laurel y pintados de tricolor. Pero los pollitos no tienen que contarse antes de nacer, pues, mientras que Iglesias y sus partidarios ya estaban repartiendo los puestos del gabinete, el destino tenía preparado algo muy distinto y Costa Rica estaba a punto de sufrir un autogolpe de estado.
Las intrigas de Tinoco
Justo cuando el país ya esperaba que su presidente fuera un “Gallo”, en las filas republicanas había gran descontento. Esto, pues, el origen del partido fue oponerse a la reelección de Iglesias en 1898 y hoy, le estaban dando el poder en bandeja de plata.
Es como, surge en nuestra historia un militar, conocido por haber promovido en el pasado 2 intentos de golpe de Estado: Federico Tinoco. Este astuto republicano que sabría utilizar el malestar de sus diputados y del Dr. Durán, quien se sentía traicionado, para dar paso a un cuarto candidato, que evitara la elección de Iglesias.
Este candidato ocupaba tres cosas: tener el apoyo republicano, tener el apoyo de la oligarquía y no ser de desagrado del Dr. Durán. De esta forma, vuelve la cara a un jóven diputado herediano, quien tenía gran renombre a lo interno del partido y era además un importante cafetalero. Este joven sería Alfredo González Flores.
Con las condiciones llenas y el apoyo republicano asegurado, irían a reunirse con el Dr. Durán, en busca de su renuncia, a quién le ofrecerían el pago de su deuda para “endulzar” el pacto. El doctor, siempre tan recto, se negaría absolutamente a cualquier tipo de ventaja económica y sólo pediría que se le dieran varios ministerios y se respetara su plan de gobierno. Ante estas condiciones, Tinoco y González brincarían al trato y el acuerdo sería suscrito.
Es así como, la noche del 28 de abril; con el papel que aseguraba los votos suficientes para que don Alfredo fuera electo primer designado (vicepresidente) y las renuncias de los dos candidatos fueran aceptadas sin más, declarando desierta la elección y llamando al primer designado al ejercicio de la presidencia para el próximo periodo; se dirigieron al Palacio Nacional a reunirse con don Ricardo Jiménez, Presidente de la República, a pedirle “garantías”, es decir, el traslado de los cuarteles a González y Tinoco, para asegurar que el plan no se viera frustrado.
Es fácil imaginar que al ver el susodicho papel, don Ricardo tuvo que tener una sonrisa de oreja a oreja, ya que, con él se impedía que su gran rival y enemigo histórico, Rafael Iglesias, volviera a la Presidencia. Por lo que velozmente verificaría las firmas y aceptaría las pretensiones de los intrigosos, haciendo un par de llamadas que ponían los cuarteles a la orden de militares adictos a Tinoco. Este sería el acto que más se le reprocharía a don Ricardo en su vida pública y del que seguido tendría que sacudirse con mil excusas.
Los días consiguientes, en efecto, Ricardo Jiménez no era más presidente. Y solo seguía en Palacio Nacional porque Tinoco y sus secuaces así lo quisieron. Pero Costa Rica estaba bajo el mando de unos hombres a quienes nunca eligieron.
Don Rafael por su parte, iría a pedirle cuentas a don Máximo, quien aseguraría no saber nada. Mentiras vanas, pues, justamente parte del acuerdo que le daría el apoyo de los republicanos a González sería el pago de la deuda republicana.
La parte teatral de la elección
De esta forma llegamos al 1 de mayo de 1914. El congreso se reunía a su sesión inaugural del nuevo periodo. Tinoco, había mandado a rodear el congreso, para impedir el acceso de las barras y, sin duda, para asegurarse que ningún diputado fuera a cambiar de opinión.
Máximo Fernández, presidente, se ausentaría a la sesión y la presidencia recaería en el republicano Leonidas Pacheco. Como primer punto del orden del día, según la Constitución Política, tenía que verse la elección presidencial. No obstante, don Leonidas, siguiendo el plan de Tinoco, recomendaría elegir primero a los designados, para después ver el tema de la elección presidencial. Ante esta decisión, los civilistas reaccionarían furibundos y declamarían varios discursos apasionados en contra de la decisión. Lastimosamente para ellos, solo eran 6 diputados, frente a 37, por lo que sus palabras resultarían patadas de ahogado.
Es así como, después de los alegatos civilistas, se elegiría a don Alfredo como primer designado y al seguir con el punto de la elección del presidente, se tomaría nota sin más de las renuncias y se llamaría a don Alfredo al ejercicio de la presidencia para el próximo periodo.
Es importante mencionar, que las renuncias no fueron incondicionales ni irrevocables. Sino que, la de don Máximo decía que era “Para pueda ser objeto de la consideración de la Cámara don Rafael Iglesias” y la del doctor “Para que declare en el mismo acto … que no procede la elección y llame, acto continuo, al ejercicio del Poder Ejecutivo, por el próximo periodo … al primer designado”. Si tomamos en consideración esto, al invalidarse la primera, la segunda devendría inválida a su vez, por lo que de por sí, no debieron ser aceptadas.
Empero, la política es de hechos, y el hecho es que don Alfredo, legítima o ilegítimamente, fue electo. Lastimosamente para él, poco le duraría su elección, pues, como es de conocimiento general, Tinoco; el mismo que le llevará a la presidencia; se la arrebataría en 1917. Volviéndose usurpador de un gobierno ya de por sí ilegítimo.
¿Hizo González un buen gobierno? ¿Fue un buen presidente? Ya eso es asunto para otra ocasión…
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