Decía un historiador que somos criaturas del fuego surgidas en una época glacial. Es una bonita frase. Nuestra especie se apropió del fuego cuando el frío predominaba en el planeta Tierra. Eran tiempos de glaciaciones. No se sabe cuándo exactamente controlamos el fuego. Cuándo fue que supimos crearlo y usarlo como una herramienta. Algunos estudios hablan de evidencias de hace más de un millón de años, mientras que otros de medio millón de años atrás.

El fuego siempre estuvo allí, en realidad. Es posible que los primeros homínidos contemplaran el poder del fuego mientras un rayo partía en dos un gran árbol en alguna sabana en África. Es posible que reconocieran las plantas que brotaban en el suelo quemado tras las lluvias. Y es muy posible que aprendieran a alimentarse de los animales, semillas y raíces que quedaban carbonizados después del incendio.

El uso del fuego es uno de los saltos más grandes que ha dado la humanidad. El fuego permitió cocinar la carne y mejorar la dieta humana. Más fuego, más proteína. También permitió quemar los pastizales y bosques para cazar a los animales. Y luego fue útil para limpiar los suelos y cultivar la tierra. El dominio del fuego hizo al ser humano un arquitecto del paisaje.

Y algo muy importante: alargó el día para el ser humano. Lo independizó de las horas de sol para hacer vida social. Lo hizo amo de la noche. El fuego iluminó las cavernas y las convirtió en un sitio seguro. Un lugar para conversar y socializar. Para comer juntos, para hablar. También las hizo un lugar para imaginar y soñar. Para dibujar en las paredes los animales por cazar, las historias por contar. Para crear símbolos.

El fuego fue un elemento civilizatorio. Nos ayudó a convertirnos en seres humanos dialogantes y sociales. En cocineros y artistas.

Pensamos que esta es una historia muy lejana. Pensamos que el fuego ya no tiene espacio en este mundo digital. Esto no es así. El fuego es un elemento central de la vida en el presente. La Revolución Industrial, la gran revolución que nos hizo modernos, ocurrió gracias a la quema del carbón mineral y del petróleo. Fue una revolución de fuego y humo.

La quema de combustible fósil mantiene la velocidad del mundo actual. En muchos lugares el fuego sigue haciendo arder la leña y quemando el carbón para la industria y los hogares. Y millones de hectáreas de bosques y pastizales en el Trópico son arrasadas por incendios cada año para la agricultura y la ganadería. La huella del fuego sobre la Tierra es todavía inmensa.

Pero nuestra relación con el fuego es otra. Ya no es un elemento de civilización. Ya no es un elemento cercano. Ya no es cotidiano. Es distante, es arcaico. Las viejas cocinas de leña, que alguna vez unieron a nuestras familias, han sido sustituidas por artefactos de electricidad y gas. Solo una ocasional parrillada con las amistades nos recuerda el primitivo y elemental principio físico detrás del fuego.

Pero la ecuación del fuego sigue latente. Mientras haya biomasa, mientras haya ignición, mientras haya sequías y altas temperaturas. Es inevitable. No es ni bueno ni malo. El fuego es un elemento más de los ecosistemas. Así lo fue por millones de años y así lo será en el futuro.

Pero debemos conocer dicha ecuación. Saber lo que implica conservar los bosques y acumular biomasa. Despoblar la zona rural, abandonar los pastizales. Quemar la tierra para el monocultivo, para el turismo, para la caza furtiva. Saber lo que supone el cambio climático: sequías recurrentes y temperaturas al alza.

Se afirma que vivimos en el Piroceno, la “era del fuego”. Una época en la que el ser humano ha perdido el control sobre los incendios, sobre el fuego. Lo vemos en la prensa a diario. El fuego moderno está dejando de ser un elemento creativo para ser un elemento destructivo: libera millones de toneladas de CO2 a la atmósfera, impacta la salud humana y ambiental, afecta a la economía, destruye hogares y arrasa con los paisajes.

Si alguna vez fuimos civilizados a través del fuego, hoy deberíamos civilizar de nuevo nuestra relación con el fuego. Estudiarla. Entenderla para gestionarla bien. Ya no somos criaturas venidas de una época glacial. Somos criaturas nacidas en una época de calentamiento global.

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