En el campo en el que me desenvuelvo profesionalmente, el de la gestión de recursos humanos y el desarrollo de talento, encuentro constantemente oportunidades para validar las razones por las cuales, en algún momento de mi vida, hice un giro desde la práctica de la psicología clínica hacia la gestión organizacional. El mundo del trabajo continúa siendo un campo nutritivo y fértil para seguir estudiando la condición humana, cómo somos y cómo podemos estar mejor (una de mis grandes pasiones).
En años recientes se ha consolidado la comprensión de la importancia radical que tiene el capital humano (y su buena gestión) para el éxito de las organizaciones. Lo que todavía está pendiente, y en proceso de desarrollo, es mayor comprensión sobre qué es el talento humano y cómo se desarrolla. Existen innumerables herramientas que proclaman decirlo todo sobre el talento de una persona (la mayoría enfocadas en medir “personalidad”) que ofrecen la píldora sin profundizar en cuál es el tejido complejo del que se trata.
El talento humano ha sido definido de múltiples maneras, como un “dominio superior de habilidades desarrolladas” (Gagné, 2000), “la suma de las habilidades de una persona y su capacidad de crecer y aprender” (Michaels et al., 2001), o “la totalidad de la experiencia, conocimientos, habilidades y comportamiento que una persona posee y demuestra en una ocupación” (Cheese, Thomas y Craig, 2008). Principalmente, estas filosofías desacuerdan sobre dos nociones. Primero, sobre si sólo ciertas personas poseen talento versus si éste es común entre la población (criterio exclusivo versus inclusivo). Segundo, si el talento es determinado enteramente por la naturaleza, o bien si se puede desarrollar por la experiencia y el aprendizaje (innato versus desarrollable). A partir de estas diferencias, se han identificado cuatro tipos de filosofías: exclusiva/innata, exclusiva/desarrollable, inclusiva/innata e inclusiva/desarrollable (Meyers y van Woerkom, 2014).
La filosofía exclusiva/innata argumenta que solamente un pequeño porcentaje de las personas tiene talento y que este tiene un origen genético (Tansley, 2011). La perspectiva exclusiva/desarrollable también propone que el talento es poco común y que este resultará en desempeño excepcional sólo si es desarrollado sistemáticamente (Gagné, 2004). En cambio, la filosofía inclusiva/innata proviene de la psicología positiva y asume que todas las personas poseen sus propias fortalezas estables (Seligman y Csikszentmihalyi, 2000). Los psicólogos positivos sugieren que las personas son felices y muestran su mejor desempeño cuando pueden ejercer sus habilidades (Peterson y Seligman, 2004). El cuarto tipo de filosofía sobre el talento humano (inclusivo/desarrollable) propone que cualquier persona puede llegar a desempeñarse de manera excepcional, a través de entrenamiento y aprendizaje (e.g. Biswas-Diener, Kashdan, y Minhas, 2011).
Personalmente adhiero a las filosofías inclusiva/innata y la inclusiva/desarrollable. Cada persona posee una configuración única de habilidades y talentos reales y potenciales, que puede conocer por sí misma mediante autoobservación y reflexión. Además, las personas pueden decidir cómo desarrollar y aplicar sus talentos y habilidades en comportamientos que les lleven a sobresalir y realizarse en actividades que les apasionan.
Desde mi óptica el talento es, entonces, la expresión de las pasiones, habilidades, motivaciones e intereses de una persona, la cual es aplicada a las actividades a las que se dedique, sea en el trabajo o en cualquier otro quehacer. El talento es donde se integran los estilos cognitivos (tipos de inteligencias), con las pasiones y deseos personales. Es la expresión de nuestro potencial, abierto y expansivo. Esta definición contrasta con las teorías de personalidad, que diagnostican el ser de una persona en un marco rígido.
Por esta razón, el poder de creer que podemos mejorar es potente. Tener consciencia de que aprender y desarrollarnos es constante y posible para todos, en todo momento, cambia la discusión de lo que es posible con el talento humano. Carol Dweck lo define como “mentalidad de crecimiento”, que yo interpreto como la disposición racional y emocional para crecer, para expandir. Es un estado general de mente y cuerpo, para enfocar la atención, movilizar la energía y los recursos de forma incremental.
Se trata del poder que tiene el deseo de estar mejor y usar mis virtudes para mi bienestar y el de mi gente. Con ese poder puedo re-entrenarme para ejercer en otros campos antes inexplorados, o desarrollar más capacidades en aquello que ya me ocupa y me apasiona. Además, cuando las organizaciones logran identificar realmente cuáles son los talentos de su gente, pueden planear e invertir mejor en desarrollarlo, liberando un potencial inmenso, constantemente renovable y basado en lo mejor del ser humano.
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