Es arto conocido que las democracias en su evolución pasan por diversos estadios, avanzan o retroceden y en cada periodo histórico, el papel del mandatario se convierte en un espejo que refleja las peculiaridades de su momento, que valga reiterar, es un momento. Los estilos de gobernar, la narrativa construida y la propuesta ideológica, forman un tejido complejo que busca generar cosas, influir. Desde liderazgos que buscan reformas importantes, hasta aquellos que apelan a la tradición y la estabilidad, cada figura presidencial deja una huella, como una pieza clave en la construcción de la visión colectiva de la sociedad que no deja de transformar.

Fiel a su estilo, en razón de la discusión sobre el presupuesto anual destinado a la educación pública superior, el presidente Chaves se expresó públicamente de la siguiente manera:

¿Acaso Intel nos ha preguntado cuántos sociólogos y antropólogos producirán nuestras universidades públicas?'

Lo hizo con un tono notablemente despectivo, insinuando que estas disciplinas, a su juicio, carecen de demanda en el mercado y son esencialmente superfluas. Este comentario, implantado en el marco de la discusión presupuestaria, no debe tomarse a la ligera. En primer lugar, no resulta sorprendente ni novedoso, ya que, a lo largo de la historia, las ciencias sociales en su conjunto han forjado cuerpos críticos de conocimiento destinados a desentrañar el poder y sus relaciones ¿Quiénes ganan y quiénes pierden en este juego? Lo que les ha causado en diversos momentos convertirse en un objetivo de los grupos de poder.

De hecho, estas disciplinas suelen considerarse críticas e incómodas para ciertos intereses. Lo que realmente sobresale es la cuestión central que plantea: ¿quién debería definir las necesidades de una sociedad en términos de la producción de profesionales en diversas disciplinas? ¿Es el mercado? ¿El Estado? ¿O deberíamos contemplar otros factores que van más allá de las meras demandas económicas? Esta pregunta fundamental abre la puerta a un debate esencial sobre el propósito de la educación superior y su relación con la construcción de una sociedad informada y equitativa, algo que naturalmente se separa del caso costarricense actual.

Es crucial matizar aún más esta discusión, al considerar cómo las disciplinas sociales pueden proporcionar respuestas fundamentales en una sociedad como la costarricense. Según el Programa Estado Nación, el país enfrenta una crisis en términos de desarrollo humano sostenible, caracterizada por el crecimiento de la desigualdad, la inseguridad ciudadana y el estancamiento de los números de pobreza; de forma reciente también nos señala un sistema educativo público que parece no encontrar soluciones efectivas para superar sus múltiples desafíos.

Esta situación, sin ninguna duda también plantea interrogantes sobre la capacidad de quienes lideran la sociedad costarricense para ofrecer respuestas contundentes. En este contexto, sería fundamental retomar la pregunta ¿Es únicamente el mercado el que debe definir cuales disciplinas se deben producir en detrimento de otras? Inicialmente, se podría argumentar que estas definiciones y otras relacionadas con la visión de un proyecto de país deben surgir de un diálogo profundo sobre el tipo de sociedad que deseamos en el corto y mediano plazo. Deberíamos reflexionar sobre el estadio de desarrollo humano sostenible que aspiramos alcanzar y cómo las disciplinas sociales pueden contribuir en la construcción de ese proyecto, desde la ciencia y la técnica.

Pero volvamos al inicio; en las declaraciones del señor presidente, se evidencia un vacío significativo, un sesgo ideológico importante. En la actualidad, más que nunca, profesionales de diversas ramas de las ciencias sociales desempeñan roles destacados en una amplia gama de empresas y sectores. Contribuyen proporcionando enfoques científicos para abordar los desafíos que enfrentan las organizaciones desde su entorno, con un enfoque en la sostenibilidad. Este último, es un aspecto del que ninguna organización que aspire a ser competitiva puede prescindir en el mundo actual. Además, para novedad de nadie, hay que decir que profesionales de las ciencias sociales, junto con otras disciplinas en crecimiento, han estado abordando la sostenibilidad durante décadas, lo que subraya su relevancia continua en la solución de los problemas contemporáneos de las organizaciones, no es casualidad que mucho de las discusiones actuales de las empresas pasan también por el tema de los derechos humanos de sus diversas partes interesadas, temática ampliamente abordada desde la sociología y la antropología, no de forma exclusiva, pero si contundente.

Actualmente, la antropóloga Genevieve Bell, una científica destacada en la investigación sobre cómo las personas interactúan con la tecnología, ha sido reconocida como un activo invaluable para Intel debido a sus diversas contribuciones al desarrollo de nuevas tecnologías en el mercado. Este y otros casos también podrían ser sometidos a la critica desde diversas aristas, no obstante, la realidad nos dice que efectivamente en Intel conocen y valoran el aporte de las ciencias sociales e incluso han tomado ventaja de ello.

En última instancia, sin caer en la tentación de las falsas dicotomías, se debe reconocer la importancia de contar con profesionales en áreas técnicas, matemáticas e ingenieriles, pero también habría que reiterar que el presente como el futuro se vislumbran como interdisciplinares y sin lugar a dudas las ciencias sociales seguirán teniendo mucho que decir en ese diálogo.

Nunca está demás un mejor y mayor esfuerzo por las evitar “los supuestos réditos” del discurso vacío que oculta realidades en favor de intereses de corto plazo. La comprensión genuina de las necesidades y deseos humanos se ha convertido en un componente esencial para el éxito en el mundo empresarial, y Bell ejemplifica cómo la intersección entre la ciencia social y la tecnología puede marcar el camino hacia innovaciones más significativas y orientadas hacia la “verdadera prosperidad” invención comúnmente mencionada en los discursos presidenciales.

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