En la última semana, uno de los temas que más ha generado preocupación es la situación crítica que atraviesa nuestro sistema educativo, que se dio a conocer a través del I informe del Estado de la Educación.

Es decir, son más de 15 años que el programa Estado de la Nación realiza un monitoreo del sistema educativo en todas sus etapas y ha generado una gran cantidad de datos que podrían utilizarse para que, desde hace mucho tiempo, se plantee una ruta para remediar la situación.

Ante este panorama tan sombrío, las respuestas se han quedado cortas, especialmente por parte del Estado y los gobiernos de turno, que vienen improvisando desde hace muchos años en cada administración. El actual gobierno no se sale de esta fórmula, sumado a su inacción, las declaraciones del presidente y la ministra de Educación sobre el informe, que van más allá de lo vergonzoso, y se han teñido de cinismo y pusilanimidad.

Sin embargo, no es este punto el que quiero abordar, pues me gustaría conducir la discusión en otro sentido.

El día anterior a la presentación del informe, la Vicerrectoría de Extensión de la Universidad Nacional realizó un foro llamado Ruta de la educación: entre la privatización y los derechos humanos, en donde participaron personas académicas de esta institución y una representante sindical, quienes analizaron la situación educativa de nuestro país.

Después de dos horas de intervenciones se abrió el espacio de consultas y una estudiante lanzó una pregunta clave, que para mí es el tema medular, por lo que la cito:

ese es el contexto actual, pero ¿qué va a pasar?, si el sistema no cambia, si el ministerio sigue igual, si las personas de poder siguen el poder, ¿qué, …, podemos hacer? ¿qué se puede hacer para que cambie?”

La respuesta que recibió de la dirigente sindical y de uno de los académicos, para mí fue desconcertante, pues resultó muy reduccionista, panfletaria y vacía, pues, aunque se reconoció que es la pregunta del siglo (lo cual lo podemos tomar literal), la respuesta se resumió en que hay que luchar, entre otras afirmaciones abstractas.

En este punto, aclaro que no es que considere que la lucha no es importante o necesaria, al contrario, es primordial para hacer los cambios y las reformas sociales y políticas que se requieren, sin embargo, es probable que si esa joven hubiese tenido derecho a la réplica les hubiera contestado: señor, señora, pero ¿por cuál reforma luchamos, por cuál cambio, por cuál política o sobre qué dirección conducimos la lucha?

En este sentido, para los grupos sindicales de este país, la situación social, económica y, en este caso, educativa no le es ajena. Conviven día a día con estas problemáticas y, como clase trabajadora, se enfrentan a todas las falencias del sistema. Estas agrupaciones tienen músculo político y lo sentimos cada vez que convocan a manifestaciones y a huelga, por medio de las cuales se han logrado avances sociales importantes.

Mientras, los grupos académicos son todo un órgano vivo que ha jugado un rol fundamental en las transformaciones sociales del país, realiza investigaciones y trabajos de extensión importantes y siempre se han caracterizado por ser propositivos, y desde sus institutos y facultades tienen la capacidad para desarrollar propuestas teóricas y metodológicas aprovechando sus recursos técnicos y profesionales.

Así que, en este punto crítico de nuestra educación, les lanzo la pregunta: ¿cuál es su propuesta? Después de nueve informes del Estado de la Educación, ¿cuál es la ruta crítica que la educación del país debe seguir? Dada la nula respuesta de los últimos gobiernos, ¿cuál es el documento, con base técnica y científica, que debe imperar para evitar tener otra generación perdida y salir de este apagón educativo?

Y, más allá de los señalamientos, ¿cuál es la reforma que proponen por la que debemos luchar en la calle, con la cual vamos a hacer valer nuestros derechos? ¿Alrededor de qué nos vamos a agrupar o qué requiere toda nuestra fuerza para organizarnos?

La anterior provocación no la hago para desacreditar los esfuerzos académicos y sindicales, sino al contrario, pues, consciente de la calidad de nuestras universidades y la fuerza política sindical, realizo este llamado para que nos planteen una ruta alternativa de la educación, un proyecto educativo con metas a corto, mediano y largo plazo, una política clara y palpable que realmente provoque cambios. O que, si ya la tienen, que la den a conocer, que la promuevan y, ahí sí, llamen a luchar por una reforma significativa de nuestro sistema educativo.

No podemos hablar de luchas desde lo abstracto, tenemos que materializar las propuestas antes de hacer un llamado, ya que sin nada concreto es imposible volver a condesar una sociedad atomizada. Es necesario una propuesta alternativa y clara, pues ya tenemos una certeza, el cambio no se va a hacer desde lo interno del Ministerio ni desde cualquier gobierno (neoliberal) en turno.

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