No había querido contribuir mínimamente al algoritmo del gran negocio de Mattel con su película, así que a la tal bárbara no la mencionaré en inglés en este comentario.

La barbarita sigue siendo tan alevosa como nació, y la resucitan ahora como a los monstruos pesadillescos, inoculándole esta vez un veneno dulce, letal para los ingenuos, o quizás para las ingenuas.

Lo que subyace en este fenómeno de moda, neutraliza a las generaciones que vienen hacia adelante desviando sus legítimos afanes hacia lo que más les interesa preservar: vender, y el individualismo.

Podría una caer en la trama de la barbarita por supuestos envoltorios dizque feministas, cuando en realidad este producto —que lo es— se apropia de nuestras reivindicaciones para despojarlas de su poder. Es decir: el confite viene con trampa.

En toda la película se siente a los ejecutivos de marketing de Mattel soplándole a la directora y guionista: una dosis de esto, pero no tanto, contrarreste con esto otro, y una pizca de aquello y que no falte esto, pero no en exceso, meté la persecución de carros, ¡ay, nuestro sello cultural!, ah y un personaje gay, pero no destacado, más bien caricaturesco, y unas barbaritas pasadas de peso, pero en segundo plano, mejor en tercero, que apenas se vean, así como las afrodescendientes… Y desperdiciemos al personaje de la barbarita rara, la que las niñas crean con sus tijeras y pinturas: no le demos textos sagaces ni graciosos, a pesar de contratar a una excelente actriz cómica. Aunque sí la vamos a vender. Y la niña real, que empieza crítica y oscura, terminemos asimilándola al rosado entorno con cursilería y… alevosía. Ah, y dejemos suelto por ahí, sin desarrollar, el desconcertante tema de la muerte y la depresión, transformado en “sana” inquietud por el pie plano y la celulitis. ¿Y el público juvenil y sus tendencias preocupantes? Vaya, vaya… Se consolarán con sandalias rosa birkenstock…

El discurso feminista puesto en boca de la actriz latina —cuyo papel resulta insulso, por cierto —, es una obviedad que reduce a cliché dicho con premura y metido a la fuerza en la trama, la historia y complejidades de las largas, arduas luchas y desafíos aún actuales de las mujeres.

Algunos otros botones de la “barbaricidad”: para llegar a ser premio nobel, o de física, o presidenta, querida ingenuidad circundante: ¡hay que ser una barbarita! ¿Calibraron? No es que una barbarita no pueda llegar a serlo, es que el mensaje subliminal es ser primero barbarita, o en paralelo, a toda costa. Así que chicas, insinúa la peli: a preocuparse y esforzarse por parecerlo mientras pierden tiempo, energías y cerebro desviándose del objetivo que sí importa, el de ser humanas. Es decir: sigan en la vida como objetos, complazcan a la mirada patriarcal, de nuevo y como siempre. De premio pueden ser premio nobel, digamos. La tal peli demuestra su tesis cuando al final, la fila de barbaritas usa su atractivo como estrategia contra los tontos Ken.

Y ya que los mencionamos: poner a los Ken como ninguneados genera simpatía y hasta justifica su rebelión. Y más al contraponer la estulticia de los ejecutivos amuñecados de Mattel.

Barbarizar la realidad real es chistoso, pero cínico… Perversamente cínico.

Yo diría que —para los tiempos que corren, y se empeñan en corrernos— la revolución verdadera y necesaria, en el arte y en la vida, es plantear de una vez y urgentemente la colaboración entre los géneros, no seguir con el estereotipo dañino y extinguidor de la “guerra de los sexos”.

Si la perturbadora escena de las niñas al comienzo de la película, destruyendo a sus muñecos bebés, pareciera provenir del cansancio y la injusticia de asumirlo todo a solas al crecer, pues, entonces, mejor planteemos la posibilidad, al menos para las nuevas generaciones, de emprender la vida en colaboración equitativa, en armonía, en colectivo, y no cada uno por su lado como al final de la tal peli, perpetuando un sino individualista, supuesto “camino del héroe, o heroína (vestida o desvestida para seducir, claro)”, cliché que hasta se volvió recetario para hacer cine y literatura.

A mí no me engañás, barbarita, aunque haya jugado con vos y soltado alguna que otra risa con tu peli. La vida es más compleja y, sin necesidad de envolverla en rosas fantasiosos, mucho más hermosa en sus retos y matices, caramba…

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