The dirty little secret (el pequeño asqueroso secreto)

La democracia ateniense fue posible por darse en una pequeña ciudad Estado con relativamente poca población. Más de mil años después, ese sistema de gobierno fue replicado y perfeccionado en los cantones suizos igualmente pequeños en territorio y población.

No fue sino con el experimento de los nacientes Estados Unidos de América que se logró cuajar un modelo de democracia en condiciones totalmente diferentes, por tratarse de un país con un inmenso territorio y una gran población, circunstancias que supuestamente hacían utópico el ideal de autogobierno colectivo, ya que parecía imposible ponerse todos de acuerdo.

Pero eso no fue todo…. el abogado James Madison, conocido como el Padre de la Constitución de los EE. UU., desconfiaba de la participación política de las grandes mayorías, por considerarlas poco instruidas y que se dejan guiar por pasiones incontroladas. Por este motivo, abogó por una democracia indirecta, es decir, por un modelo de democracia representativo basado en la “total exclusión del pueblo en su capacidad colectiva” (#63 del Federalista) y describió a la democracia como “una multitud de personas incapaces de llevar adelante deliberaciones con regularidad y llegar a medidas concertadas” (#48 del Federalista).

Esto explica el surgimiento histórico de un tipo de Constitución que estatuye lo que conocemos como una democracia representativa, basada en partidos políticos que buscan el favor popular para alcanzar, por la vía de sufragio y elecciones libres, el poder ejecutivo y el poder legislativo.

No obstante, esto terminó generando un déficit democrático de origen, al producir un sistema democrático capturado por ciertas élites intelectuales y económicas, lo cual forjó un cierto tipo de institucionalidad pública democrática, en donde la participación popular queda reducida al voto y todo el sistema es, por diseño, adverso a la participación ciudadana.

Por ello, autores como el argentino Roberto Gargarella señalan con fuerza que existe un problema estructural entre constitucionalismo y democracia -que él llama disonancia democrática-, propio de Constituciones pensadas bajo otro contexto histórico, cultural y político.

Este problema se ha profundizado por el voraz accionar del sistema representativo dominado por ciertas élites, para obtener beneficios en su favor, y con deficientes servicios públicos, generando una degradación del modelo de la democracia representativa, lo cual ha producido en la población los conocidos sentimientos de impotencia, indefensión, hastío y rechazo de la clase política, por haber dejado de ser un sistema de gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo.

El populismo como falsa ideología de empoderamiento popular

El autor Pierre Rosanvallón en su obra El siglo del Populismo (2021) nos dice que el populismo “revoluciona la política del siglo XXI”, ya que pese a ser una palabra que deriva de “pueblo”, es decir, de la base fundante de una democracia, tiene un sentido peyorativo y se usa como una simple etiqueta a ser utilizada siempre que se apele a empoderar al pueblo para que intervenga de forma más continua y  frecuente en la toma de decisiones, el monitoreo, la rendición de cuentas y en el control ciudadano de los gestión de los asuntos públicos.

Siguiendo a ese autor, podemos identificar a un líder o discurso populista cuando presenta los siguientes seis rasgos:

  • Pueblo uno: la palabra pueblo puede significar a todo el cuerpo político que en una democracia tiene el derecho a elegir o ser electo, o bien, el término pueblo se puede usar como expresión sociológica de las clases populares. No obstante, el populismo entiende al pueblo como una sola unidad, la cual “cierra filas” en contra de una serie de adversarios: los grupos privilegiados y abusivos, que deben ser sacados del poder.
  • Una teoría democrática: para el populismo la democracia debe transformarse de representativa a directa, lo que significa recurrir lo más posible a mecanismos como el plebiscito y el referéndum. Pero también, el populismo utiliza la polarización en su favor. Se habla de “ellos” y “nosotros”, el 99% versus el 1%, etc.
  • Una modalidad de representación: el hombre-pueblo. ante el déficit de representación de los partidos políticos surge el populismo como un movimiento que aglutina a los excluidos e invisibilizados por quienes detentan el poder. Aparece el hombre pueblo que encarna al pueblo, porque dice saber lo que quiere y lo que siente, de modo que puede representar su unidad.
  • Una política y filosofía e la economía: el nacional-proteccionismo. El populismo no comulga con el libre mercado y la globalización porque ese significa transferir el poder de gobernar que tiene el pueblo, a otras autoridades a nivel internacional, excluyendo con ello la soberanía del pueblo, por lo que se opta por el nacionalismo y el proteccionismo económico.
  • Una concepción de la justicia y la igualdad: El imperativo democrático de la igualdad implica analizar las distintas desigualdades que existen en una sociedad, para ver cuales son justificadas y cuales no, mitigándolas a través de políticas impositivas y redistributivas. No obstante, el populismo acentúa las medidas de homogenización a través de la polarización.
  • Un régimen de pasiones y emociones: El populismo no le interesa argumentar y debatir con seriedad sino explotar las pasiones de la gente, mediante las simplificación de los análisis de la realidad e incluso falseando la realidad —lo que se conoce como el fenómeno de la posverdad, hechos alternativos o fakenews—, para despertar y alimentar antipatías, deseos de venganza y de desconfianza del pueblo hacia las élites tradicionales detentadoras del poder.

Apelar al pueblo puede no ser populista

Como se ha tratado de explicar, tenemos un modelo de democracia representativa, en donde la participación del pueblo es muy limitada, por lo que algunos autores le llaman democracia minimalista o procedimental, en el cual las élites ilustradas y económicamente pudientes dominan a placer, incluso en contra de los intereses de las grandes mayorías de la población.

El populismo no crea esa odiosa realidad política, sino que la profundiza y la acentúa, con los rasgos antes explicados, erosionando el módulo representativo y la institucionalidad pública, sin que eso signifique que no exista una crisis de representación y una institucionalidad pública que muchas veces ha dejado de responder, por su propia conveniencia, miopía y comodidad, a las necesidades de la población.

En virtud del auge del populismo, es necesario que como ciudadanos conscientes nos demos cuenta de que no podemos permitirnos ser seducidos por sus “encantos”, y que esa no es una respuesta a los abusos de los detentadores tradicionales del poder, para lo cual tenemos que saber identificar cuando las actitudes de los líderes políticos pueden ser clasificadas dentro de esa corriente para rechazarla por los peligros autoritarios que ellas entrañan.

El populismo no es la respuesta a la crisis de democracia representativa, como tampoco a las ineficiencias y abusos de la institucionalidad pública.

Tenemos que entender que los poderes instituidos, el statu quo de lo que ha sido la institucionalidad democrática, de lo que Carlos Campos llama la República representativa, ha “ninguneado” y “excluido” a las personas ciudadanas de “a pie”, motivo por el cual tampoco se trata de  “volver a las mieles” del sistema representativo, que desde hace 30 años se viene erosionando paulatina y casi que irreversiblemente en nuestro país —aunque sobre la mejora sustancial del sistema representativo dedicaré otro artículo—.

Por ahora me interesa señalar que esa democracia mínima puede y debe ser mejorada, pero también debe ser complementada con una democracia participativa, impulsada disruptivamente no solo por la propia ciudadanía sino también por la propia institucionalidad pública, a partir de un proyecto de alcance nacional para construir un constitucionalismo ciudadano (Gustavo Ferreyra), capaz de forjar un nuevo pacto político y democrático, basado en el respeto mutuo, el diálogo fundado en razones (democracia deliberativa) y no solo meras opiniones, la escucha activa, nuevos espacios para el discernimiento, la toma de decisiones y el control ciudadano, con un amplio uso de la tecnología mediante una democracia interactiva (Ugalde), y propugnar por ello, no es populismo es luchar por una democracia más autentica y de calidad.

Si James Madison no pensó en mejorar la condición ciudadana, para elevar su capacidad política, quizás nosotros podamos ser más ambiciosos y aumentar las capacidades ciudadanas, en pos de  mejorar su nivel de participación actual y futuro, en definitiva trabajar por una ciudadanía ilustrada.

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