Acadios. La historia del ladrillo se ubica en los tiempos de la civilización acadia, que existió en Mesopotamia en el siglo XXII antes de la era cristiana. Aunque no se sabe con precisión la fecha exacta, ni tampoco quién comenzó a hacerlos. Lo que sí se conoce es que el proceso de creación del muro de ladrillos comenzó con la extracción de barro y el amasado de este con agua para darle forma rectangular, poniéndolo luego al sol hasta secar. Es evidente que la intención humana inicial era construir estructuras más fuertes para dar protección, resguardo y sentido de pertenencia a los grupos.
La necesidad. Conviene recordar que los proto-humanos y luego el homo sapiens se agrupaba en la prehistoria en colectivos pequeños para tener mejores oportunidades de sobrevivir. Con el fin de obtener mejores resultados cooperaban entre ellos: unos cazaban, otros recolectaban y compartían. Cuando estos grupos estaban unidos por lazos familiares con un antepasado común se llamaban clanes que contaban con más integrantes. Cuando varios clanes se unían formaban tribus que contaban con varios centenares de individuos. Dentro de esta incipiente generación se fue gestando una marcada jerarquía, por lo que es posible afirmar, que de la unión humana que se amalgamó para sobrevivir tiempos difíciles en donde se era depredador y depredado al mismo tiempo, nace el poder, la civilización, la propiedad y todo lo que el mito de la caja de Pandora, pese a su sesgo misógino, se dice que generó.
En pocas palabras, nuestros ancestros se unieron por la necesidad, pero en paralelo, no juntos, y así se generaron las disputas con otras ciudades incipientes que terminaron en guerras. Para mantener la cohesión interna de esos pueblos, resultaba vital la creación de los mitos que explicaban el origen común de sus primeros habitantes, y luego, las religiones se emparentaron con la política como instrumento de sentido común unificador, ya que era imposible controlar de otra manera a una creciente población a menos que tuvieran un mismo sentido identitario.
El primate que habla. Con el desarrollo del lenguaje, oral primero, y escrito después, se marcó un espacio a través de los siglos en procura de la división del trabajo y el desarrollo de las ciencias a partir de la filosofía. La clase sacerdotal, en general, preservó su puesto a la par de los reinantes, y los alquimistas, pasaron de brujos a científicos.
Con el nacimiento de las universidades europeas en el siglo XI d. C. empezó una estratificación de la sociedad que explosionó en los últimos cien años, donde la tecnología avanzó exponencialmente más que en los dos milenios anteriores. Y ¿el ladrillo? Aún se usa, para construir casas, para levantar trémulas barricadas contra dictaduras de diversa calaña, para hacer obras de arte, para ser lanzado como arma, y todos los usos que usted se pueda figurar.
Un breve experimento griego. la democracia ateniense duró poco más de un siglo (V-IV antes de Cristo), pero su impronta ha sido tan significativa que sigue siendo el modelo más deseado de toda forma de gobierno, y también el más desvirtuado y prostituido, porque las más abyectas dictaduras suelen autodenominarse democráticas. Lo mínimo para que un Estado sea considerado democrático es la garantía de realización de elecciones libres y fiables; independencia de poderes; respeto de los derechos humanos y especialmente de la libertad de expresión sin represión; funcionamiento real de un estado de derecho, entre otros.
Aunque hay diversos indicadores que varían levemente entre sí, según el Democracy Index de las 165 naciones miembros de la ONU, existen Democracias plenas (20 países, 12% del total); Democracias imperfectas (55 países, 32,9% del total); Regímenes híbridos (39 países, 23,4% del total); y Regímenes autoritarios (53 países, 31,7% del total).
Autocracia y los vampiros del poder. Es cosa común decir que el poder causa adicción, y agrego que es más fácil soltar un cable de alta tensión que un puesto, claro que existen múltiples explicaciones, incluso neurocientíficas, pero no quiero desviarme del punto. Es un cliché que los autócratas buscan la reelección por medio de subterfugios de legalidad dudosa o a veces descarados fraudes electorales; pueden sugerir sinónimos para el vocablo autocracia, pero prefiero este porque tiene una cierta suavidad semántica engañosa que se adapta mejor a nuestra idiosincrasia. Si la hipótesis de Bram Stoker tiene razón o no, lo cierto es que hay muchos que chupan de los privilegios de mandar y dirigir los destinos del clan que se hizo grande. Los hay quienes se creen predestinados con sinceridad para esta función, también los narcisos enamorados de sí mismos capaces de amar los efluvios de sus propios cuerpos; en mi criterio, los más peligrosos, son los que carecen de humildad, porque la sabiduría escapa por la misma puerta que entra la arrogancia.
Como curiosidad anecdótica, y creo que ustedes conocen gente así, existen personas que no poseen poder real, pero sí un miligramo de la sombra del reflejo de este, por ejemplo: los que controlan la entrada de la puerta a una institución pública, hospital, entre otros, si bien no se debe generalizar, algunos de estos se suben en un ladrillo y desde esos 14 centímetros de altura ven a los demás como seres hormiguitas que deben ser aplastados por el peso de su pequeña grandeza.
Banderas rojas. Cuando un país tiende a polarizarse, las señales de peligro se hacen evidentes. Si bien es cierto la democracia permite la expresión respetuosa de ideas contrarias, cuando un líder con verdadero poder cruza la línea y ataca a la prensa, a los otros poderes de la República, y muestra síntomas de haber sido elegido por dioses paganos de ignorada procedencia, entonces sus seguidores lo imitan, porque se sienten autorizados y legitimados para ello. Ha sucedido en muchas partes y en diferentes momentos de la historia. La próxima vez que alguien golpee un vidrio espero que no lleve un ladrillo.
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