“Profe, ¿por qué debe interesarme estudiar algo que no sé qué es? (…)” [respuesta de una estudiante de undécimo año en el Colegio Superior de Señoritas ante la pregunta: ¿qué es la filosofía?].

¿Qué es la filosofía? Acaso, esta pregunta es difícil de responder para muchas personas, no porque inherentemente entrañe cierto grado de complejidad hacerlo, sino porque el contexto cultural de nuestro tiempo induce al placer inmediato, desde hace mucho tiempo el entretenimiento es una ‘necesidad vital’, pero, ¿realmente esto es esencial en detrimento del ejercicio de nuestra razón?

Veamos el caso de nuestros adolescentes, especialmente los jóvenes de secundaria del sistema público de educación, a quienes en su mayoría si se les plantea la pregunta: ¿ir al colegio es aburrido?, la respuesta es evidente, desde luego que es tedioso, ¿por qué? ¿Alguna vez usted ha leído algún programa de estudio del MEP?, cuando lo haga, muy probablemente perciba fastidiosa su lectura, por consiguiente, ¿cuánto más su materialización?

Los estudiantes de secundaria deben soportar largas horas de ‘estudio’, ‘preparación académica’ sin fundamento epistemológico con propósito y ontológicamente degradante, puesto que después de cinco o seis años, la competencia lectora es deficiente, la capacidad argumentativa exigua y un número sustancial se forma una comprensión de la realidad que es críticamente pobre.

Cuando hablamos del programa de estudio de filosofía nos enfrentamos a los mismos problemas estructurales clásicos que impregnan degenerativamente nuestro sistema educativo. El objetivo angular de este programa de estudio es introducir al estudiante a meramente una historia de la filosofía con énfasis en cómo identificar argumentos falaces.

Lastimosamente, durante el proceso, el estudiante llega a conclusiones erróneas sobre la filosofía, tales como, que esta se limita al pasado, es una rama de la historia o es una actividad ociosa. Estas percepciones revelan que la labor diaria de los docentes en filosofía en el sistema de educación pública es en vano, el tiempo y dinero invertidos no se sigue de la conversión esperada: que los estudiantes adquieran conocimiento vital y que ese conocimiento sirva para algo. Por tanto, ¿para qué seguir enseñando filosofía en secundaria?

La filosofía contemporánea en contraste con lo que plantea equívocamente este programa de estudio, es un campo fundamentalmente pragmático. Richard Rorty, uno de los pragmatistas más relevantes de nuestros días, decía que los conceptos principales, sin los cuales, es imposible que funcione el mundo, tales como los de verdad y falsedad, así como los términos éticos de correcto e incorrecto nunca se han correspondido con la realidad, es decir, nunca hemos desvelado su objeto.

Por tanto, estas ideas deben obedecer a la utilidad. Lo que significa que la filosofía –por necesidad lógica– es útil. En lenguaje coloquial: la filosofía sirve para que la gente aprenda a pensar, a tener una idea clara y profunda de cómo son las cosas, de cómo funciona el mundo, es decir, la sociedad, el modelo económico, político, etc., bajo los cuales nos tocó nacer.

Sirve también para no ser engañado(a) fácilmente por nadie y para saber tomar las mejores decisiones de acuerdo con ese conocimiento detallado de cómo funciona el mundo. En filosofía se hacen preguntas y se crean sistemas de pensamiento para resolver problemas que afectan todas las áreas de la vida, como, por ejemplo, en ciencias médicas por medio de la bioética, en lo que respecta a las relaciones entre países con filosofía de las Relaciones Internacionales, en economía con filosofía de la economía, entre otros.

Ahora bien, el meollo del asunto es que ese programa de estudio no dice nada sobre qué es la filosofía hoy y para qué sirve. Peor aún, al igual que con las demás especialidades, es un programa inflexible en el que se detalla una serie de tópicos obligatorios, los cuales, en su mayoría son aburridos para los adolescentes.

¿Hay solución? En el mismo colegio, todas las estudiantes (sin excepción) respondieron con “sí” a la siguiente pregunta, una pregunta sencilla: “¿Antes de iniciar las clases de filosofía, les gustaría elegir los temas que quieren estudiar para no aburrirse?” Por supuesto, ¿por qué no? ¿Por qué no así también en las demás especialidades?

¿Por qué seguimos con la visión arcaica de que el profesor o la profesora es la ‘voz de autoridad’? ¿Y si la solución a nuestros problemas en lo que respecta a la educación secundaria pública se resolvieran con una simple ecuación: que sean los(as) estudiantes los(as) protagonistas de la clase y no el o la docente? Es simple, de esta manera, al menos en el caso de filosofía, las sesiones tendrían propósito epistémico, un objetivo utilitario y ontológicamente cambiaría la vida de las personas.

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