Nos enteramos, mediante la prensa, que el pasado 30 de mayo el Dr. Marino Protti, funcionario del OVSICORI-UNA, afirmó ante el Consejo de Gobierno y en presencia del presidente de la república, que se acerca la fecha de un sismo (magnitud 7,2 a 7,4) en la región sur de Costa Rica. Por el momento no es posible, para nosotros, validar o discutir tal hipótesis pues desconocemos el contenido de su presentación, aunque hemos leído algunas de sus publicaciones científicas y reseñas de sus numerosas apariciones frente a la prensa. No nos queda claro si ha sido aplicada una metodología específica de prognosis, anticipación, predicción o pronóstico para establecer y divulgar la proximidad temporal y la magnitud del evento en cuestión. Conviene recordar que, de acuerdo con el Consejo Nacional para la Evaluación de las Predicciones de Terremotos en los Estrados Unidos (NEPEC, por sus siglas en inglés), una predicción será considerada como seria, responsable y científicamente respaldada si cumple, con exactitud y transparencia:

  • Tiempo: fecha, hora.
  • Localización: coordenadas del epicentro y profundidad focal.
  • Magnitud, intensidad, mecanismo focal.
  • Grado de confianza: cuantificación probabilística de la incertidumbre, error estándar de los cálculos.
  • Consideración de la probabilidad de que el evento suceda, más bien, como producto de un proceso aleatorio y desconocido, sin relación con la predicción.
  • Publicación ex–ante y ex–post de la predicción: tanto el éxito como el fracaso de los cálculos, deben tener el mismo grado de visibilidad.
  • Refrendo de la repetitividad de los aciertos y/o fracasos del modelo empleado.
  • Revisión por pares independientes, sin identificar, de los datos, información, cálculos y resultados.

Sabemos que el Dr. Protti ha hecho investigaciones, en ese campo, desde hace cierto tiempo (observaciones instrumentales, recuentos históricos, mediciones geodésicas de las deformaciones corticales mediante GPS, imágenes satelitales, cálculos probabilísticos) pero hasta el momento, no disponemos de evidencias de que haya cumplido con lo recomendado por NEPEC en todos sus alcances; por ello, nos referiremos a su labor investigativa y divulgativa como “pronóstico”. Tampoco conocemos los detalles de los modelos reológicos y tensoriales de la relación esfuerzo-deformación y ruptura aplicados, aunque sabemos que se fundamentan en la interpretación de secuencias, períodos “silenciosos” (“brecha sísmica”) y otros elementos adicionales.

Debe mencionarse que no hay evidencias claras y contundentes de aciertos en predicciones y pronósticos sismológicos en Costa Rica ni en el resto del mundo, al menos más allá las dudas razonables. Los pronósticos sísmicos siguen siendo controversiales, sobre todo en casos como el nuestro, con observaciones históricas de no más de tres siglos, e instrumentales de apenas cincuenta años. Las tasas de excedencia de la probabilidad de que suceda un sismo grande y el cálculo robusto de su período de recurrencia (según el Dr. Protti, Tr ≈ 40 años, lo cual se conocía desde 1986) poseen niveles de incertidumbre muy elevados. Recuérdese que la Dra. Karen McNally y el OVSICORI-UNA anunciaron, desde mediados de la década de 1980, que sucedería un sismo de gran magnitud en la península de Nicoya entre 1993 y 1995. El sismo no sucedió y el aviso fue renovado repetidamente ante la prensa entre 1993 y 2009, indicando que sucedería entre tres y nueve años después de cada anuncio. Como es bien sabido, entre esas fechas hubo sismos y enjambres importantes en prácticamente todo el territorio nacional, excepto en la península de Nicoya, en donde habría que esperar hasta setiembre de 2012 para que finalmente sucediera el evento esperado, casi tres décadas después. Durante ese período, el pronóstico repetitivo, reproducido por los medios de comunicación, trajo consecuencias importantes para la economía local (desaceleración de inversiones y turismo, depreciación de terrenos, pesca), además de sicosis pre-sísmica casi permanente.

El riesgo, la amenaza y la vulnerabilidad

Ahora conviene enfatizar y tomar ventaja de los aspectos y avances del conocimiento de la amenaza sísmica y del riesgo que representan para Costa Rica, a partir del hecho de que periódicamente se materializan y producen efectos, impactos, daños y pérdidas considerables que desaceleran nuestro desarrollo sostenible.

Costa Rica se encuentra dentro de una de las regiones tectónicamente más activas y complejas del mundo, bajo influencia directa e indirecta de al menos seis placas tectónicas. Varias investigaciones recientes demuestran que aún no terminamos de comprender los procesos geotectónicos y sismogénicos regionales y locales. La actividad sísmica frecuente, recurrente e intensa, desde hace varias decenas de millones de años, en prácticamente todo el territorio nacional, no se detendrá en el futuro cercano. Considerando el tamaño y complejidad geológica de nuestro país, un sismo de magnitud elevada se puede producir prácticamente en cualquier momento y lugar y con capacidad para generar impactos aún a distancias considerables. Pero no debe olvidarse que nuestro país también está expuesto a una gran diversidad de otras amenazas naturales (ciclones tropicales, inundaciones, sequías, volcanismo, deslizamientos, erosión intensa de suelos) y antropogénicas (pandemias, ciberataques, accidentes mortales de tránsito, narcoviolencia, contaminación ambiental) que también causan daños sociales, económicos, ambientales y culturales que merecen ser anticipados y atendidos con prioridad.

La peligrosidad (amenaza) y el riesgo derivados de la sismicidad no dependen solamente de su magnitud sino también de la profundidad de su foco (hipocentro), mecanismo de ruptura y propagación de las ondas sísmicas (directividad), distancia al epicentro, tipos de suelos, topografía y sobre todo de la vulnerabilidad de los elementos expuestos (población, áreas urbanas, economía). Tómese en cuenta que, hasta los sismos de intensidades medianas, cuando suceden cerca de áreas urbanas y a profundidades pequeñas, también pueden ser destructivos; ejemplos de ello abundan en nuestra historia. Esa es la razón por la cual es preferible mejorar la ubicación segura de la población, diseño y construcción sismorresistentes, calidad de los materiales, y evitar concentrarse en el análisis de solo un escenario, fuente sísmica, magnitud del sismo posible, o la respuesta ante la emergencia plausible, sino más bien en reforzar la integralidad de la gestión del riesgo:

  • Conocer mejor los aspectos y características del riesgo (amenaza, vulnerabilidad), su distribución espacial y temporal, incluidos los efectos derivados (inestabilidad de laderas, licuefacción de suelos, tsunami, aceleraciones y amplificaciones del espectro de ondas).
  • Intensificar la estrategia de comunicación social del riesgo mediante la educación y procesos de intercambio de información entre la ciencia, población y tomadores de decisiones políticas y empresariales locales y nacionales.
  • Reforzar la reducción del riesgo mediante instrumentos de prevención, adaptación y mitigación estructural (refuerzo y resiliencia de viviendas, obras de infraestructura, producción de bienes y servicios) y no-estructural (códigos de construcción y cimentaciones, ordenamiento territorial, reglamentaciones, protocolos, normativas).
  • Reforzar la protección financiera, mediante instrumentos de retención y transferencia del riesgo.
  • Fomentar el desarrollo y fortalecimiento de los sistemas y protocolos de investigación, observación, vigilancia, respuesta y continuidad operativa y funcional.
  • La preparación debe iniciarse en las comunidades, ser apoyada y promovida por los niveles superiores jerárquicos municipales y del gobierno central mediante tareas planificadas y sistémicas, no como esfuerzos aislados de comunidades, grupos específicos o personas que, con frecuencia, promueven rumores o información incompleta, ante la desorganización y descoordinación.

¿Son necesarios los pronósticos y sistemas de alarma sísmica?

Los sistemas de “alarma sismológica” no son simples señales para indicarle a la gente qué hacer en caso de un terremoto y no son aplicables en cualquier contexto geológico, psicosocial y cultural. En el caso de Costa Rica, una alarma de este tipo no daría más que algunos segundos para reaccionar y, de no funcionar adecuadamente, más bien sería fuente de pánico, caos y de vulnerabilidad incrementada. Estas “alarmas”, así como los estudios para sustentar pronósticos sismológicos son lujos cuya base tecnológica, científica y financiera no deben competir con otras prioridades mayores y más urgentes para la gestión del riesgo, como las ya mencionadas. La eficacia de estas y otras medidas ha sido probada en el pasado y con mucho éxito, incluso por nosotros mismos como sociedad, como cuando fue prohibido el adobe como material de construcción y cuyo efecto fue la reducción radical de la vulnerabilidad de las viviendas.

Aunque es claro que el conocimiento que tenemos de nuestras fuentes sísmicas supera al que teníamos durante los sismos de 1983 en el sur de Costa Rica, reconocemos que faltan por descifrar muchas variables, por lo que la discusión científica sana y en equipo deberá orientarse en subsanar lo que no conocemos, no en repetir lo sabido ni en especulaciones sobre lo que podría suceder. Estos temas merecen, todavía, mucha discusión abierta.

Cabe agregar que la pregunta no es “¿sucederá un sismo mayor?”, pues definitivamente lo habrá en cualquier parte del territorio nacional. Lo importante es saber si estamos preparados para enfrentarlo, no solamente en una región específica, pues puede suceder en cualquier momento y lugar. Por ello, no vale la pena enfrascarse en pronósticos inciertos ni conviene abusar de la frecuencia de entregar información incompleta, a través de los medios de comunicación social, a la población; esta, al carecer de formación suficiente en temas geológicos y sismológicos, puede caer en las trampas del estrés, angustia, rumores, incertidumbres, y afectar las actividades socioeconómicas. Lo mejor es asegurarnos de que la gestión del riesgo no siga siendo considerada como un costo y sea, más bien, una inversión.

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