Apenas hace cinco años, el historiador Yuval Noah Harari vaticinaba en sus “21 lecciones para el siglo XXI” cómo la IA modificaría por completo el consumo de la música. Con el creciente boom de las redes sociales como TikTok y más recientemente la incursión de ChatGPT, el futuro se inclina a que será un algoritmo el que manipule y decida nuestras tendencias y gustos musicales, que serían establecidos desde una amplia gama de parámetros que contengan una enorme cantidad de data sobre nuestro comportamiento previo y hasta nuestra constitución biológica. Esto significaría una deshumanización del concepto de músico como artista y una especie de disolución sin retorno del oficio y de la profesión. A pesar de parecer un cuento digno de la pluma sci-fi de Isaac Asimov, hoy podemos tristemente afirmar que este panorama también lo están suscitando algunos proyectos políticos en nuestro país, que ya apuntan hacia este fenómeno de desvalorización del artista; si bien no se relacionan con tecnología de avanzada sino con ideas neoliberales, han empezado actualmente a golpear fuertemente a nuestro gremio.

Como las demás manifestaciones artísticas, en el mundo de la música reconocemos dos vertientes que determinan el curso de su consumo. Por un lado, tenemos la música de masas, más relacionada con el entretenimiento, y es aquella que divulga y replica constantemente los productos artísticos en diversos medios, hoy en día primordialmente en plataformas digitales. Y por otra parte tenemos las expresiones de arte más dirigidas al enaltecimiento espiritual y a generar momentos únicos y estados de asombro, pero que también son para consumo colectivo. A ésta última en particular es a la que se refería Hegel al afirmar que “si en general se nos permite considerar la actividad humana en el reino de lo bello como una liberación del alma, como una liberación de la coacción y la restricción, en resumen, considerar que el arte realmente alivia las catástrofes más abrumadoras y trágicas por medio de las creaciones que ofrece a nuestra contemplación y disfrute, es el arte de la música el que nos conduce a la cumbre final de esa ascensión a la libertad”.

En reciente semanas se presentó un proyecto de ley que pretende derribar principios protegidos por la Ley de Derechos de Autor y Conexos vigente en nuestro país en lo concerniente a la difusión pública de registros sonoros y producción musical. Con un total desconocimiento de la normativa internacional, sin ninguna comprensión de lo que un producto discográfico representa para un artista en términos de derechos e ingreso económico, pero sobre todo sin algún viso de sensibilidad humana y respeto por la profesión, el proyecto pretende alcanzar que los negocios, en general, puedan reproducir grabaciones comerciales pública e indiscriminadamente, sin tener que honrar las debidas licencias por comunicación pública de las obras y prestaciones artísticas. Es un claro atropello a la producción de tantas personas profesionales de la música que trabajan día a día por hacer propuestas musicales de valor, pero también por generar con ello su fuente primaria de ingresos. Lamentablemente, el fácil acceso a las plataformas de reproducción por streaming hace pensar que una suscripción implica tener derechos adquiridos de facto para la difusión pública, cuando en realidad no está contemplada la utilización irrestricta dentro de ámbitos comerciales o para beneficio de terceros.

Aunado a ello, la destitución -hasta ahora sin justificación de recibo- de la directora del Centro Nacional de la Música, instancia adscrita al MCJ, y los ya presagiados recortes sustanciales en el presupuesto de cultura para el año próximo están poniendo en grave riesgo a instituciones que ya han sido declaradas beneméritas de la cultura costarricense, como lo son la Orquesta Sinfónica Nacional y las Bandas Nacionales de Concierto. Nuestro país ha gozado históricamente de un reconocimiento internacional por el apoyo que ha dado a las entidades culturales por varias décadas, y ha sido ejemplo para otras naciones en la región. Lo más alarmante en este momento es que las decisiones políticas que se tomen en torno al futuro inmediato de estas instituciones, derivadas de un castigo administrativo por una supuesta subejecución presupuestaria, podrían significar un retroceso enorme en materia de gestión, producción y enseñanza musical. Esto además pondrá en riesgo el trabajo de muchas personas profesionales de la música -que ya se sienten funámbulos en este medio artístico, cada vez más incierto- y el curso del desarrollo cultural del país. Al final del día, quien recibirá el escarmiento será el pueblo costarricense y las futuras generaciones.

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