Costa Rica ha dado un paso decisivo hacia una sociedad más justa y luminosa: por primera vez, las personas en situación de vulnerabilidad social atendidas por el Instituo Mixto de Ayuda Social (IMAS) podrán acceder gratuitamente a los espectáculos producidos por el Estado en el Teatro Nacional, el Teatro Popular Melico Salazar, el Teatro 1887 y el Teatro de la Danza. Esta política no es un simple beneficio: es una declaración profunda de principios, una forma concreta de afirmar que el arte también es un derecho, no un privilegio.
Durante demasiado tiempo, el acceso a la cultura ha estado marcado por barreras invisibles: económicas, simbólicas, emocionales. Algunas familias han crecido entre libros, conciertos y escenarios; otras, históricamente excluidas, nunca cruzaron la puerta de un teatro. Esta medida no consiste en regalar boletos, sino en abrir oportunidades. Porque cuando se abren las puertas del arte, se abren también caminos hacia la dignidad, la sensibilidad, la identidad.
Hay quienes preguntan —desde el prejuicio o el desconocimiento— por qué una persona en situación de necesidad debería entrar al teatro. Como si el alimento del cuerpo anulara el derecho al alimento del alma. Como si la belleza no pudiera también sanar, consolar, abrir horizontes. La respuesta es clara: porque precisamente quienes más han enfrentado carencias materiales necesitan también esperanza, imaginación y gozo.
En países como España, Francia e Italia, políticas como el bono cultural otorgan a jóvenes recursos públicos para asistir al cine, al teatro o a conciertos. No como un lujo, sino como una inversión en ciudadanía, cohesión social y autoestima colectiva. Nosotros hoy nos sumamos a ese horizonte con una medida propia, adaptada a nuestra realidad, pero guiada por la misma convicción: la cultura transforma vidas cuando deja de ser exclusividad y se convierte en acceso real.
Esta alianza entre el IMAS y el Ministerio de Cultura y Juventud no es un gesto aislado. Es parte de una visión más amplia de país. Una visión donde el arte no se esconde tras cortinas de terciopelo ni se reserva a unos pocos, sino que se comparte como un acto de justicia. Queremos teatros llenos de diversidad, de primeras veces, de ojos abiertos al asombro.
Porque si una niña que nunca había visto una orquesta puede ahora sentarse junto a su madre y descubrir que también el escenario le pertenece, entonces sabremos que estamos avanzando. Y sabremos que el telón no se abre solo para la función: se abre para la posibilidad de un país más generoso, más humano, más sensible.
Abrir las puertas de nuestros teatros es abrir un poco más el alma de Costa Rica.
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