- María José, ¿usted puede tener esto para el lunes?

*

- Claro. Con gusto. El lunes se lo tengo.

*Suave para sacar cuentas. Tengo que encargar el queque de la chiquitina, lo quiere de sirena. Me recomendaron una tienda en Instagram para la piñata. Para el relleno es más fácil una de esas bolsas enormes de confites del super, porque en la clase hay chicos alérgicos al maní. Tengo que ver qué hago con las bolsitas, pagar el depósito del salón de fiestas, comprar los platos, vasos, tenedores, servilletas. Terminar de confirmar quiénes van.

Los zapatos que quiere usar para el cumpleaños creo que ya no le quedan. Hay que revisarle la ropita y sacarle lo que ya no le queda. De fijo se van cosas sin estrenar porque siempre se pone lo mismo. Además, aquel chunchero que se nos va a hacer con los regalos, ver dónde los meto.  De verdad, prometo que esta es la última fiesta. A partir del otro año solo un quequito con helados con los primos o los vecinos.

Tengo que revisar el chat de la escuela, que lo tengo silenciado. Estamos todas las mamás y solo algunos papás, muy pocos y porque piden que los incluyan.  Pero si algo pasa me escriben y me llaman a mí, como si estuviera sentada esperando la llamada o la chiquita no tuviera papá. Me tienen loca. Todos los días hay correos del colegio, mensajes del chat, alistar bulto, libros, revisar tarea, preparar uniformes. Es como llevar una agenda paralela. Tanta Universidad para ser la asistente personal de una chiquita de primer grado. El sábado tiene gimnasia y luego psicóloga. Ahí llevo la compu para aprovechar mientras la espero. Por lo menos chateo con mis amigas

Ya le toca el refuerzo de varicela, tengo que llamar a ver si hay vacuna de COVID para ella, llevarla al pediatra, sacar la cita del dentista y llevarla a cortarse el pelo. Además, cortarle esas uñas que ya parecen garfios. ¡Ah! Y la cita de control de la alergia, aunque no se ha vuelto a brotar. Que no se me olvide que me llenen los formularios para el reembolso del seguro.

A mí de verdad me gusta ser mamá. Aunque nunca haya podido volver a estar en el baño sin que me abran la puerta. O tener tiempo para ver lo que me gusta en la tele. O leerme un libro. A ella le gusta que yo la acueste y aunque llego de mal humor por esas presas, saco fuerzas y le cuento un cuento y conversamos hasta que se duerme. Luego yo me quedo contestando correos porque no me gusta levantarme y ver ese buzón hasta arriba. Me pone ansiosa. Es bien duro esto de ser mamá. 24/7, sin derecho a enfermarme. Yo quiero poder con todo, como mi mamá pudo conmigo. Quisiera no sentir que me quedo corta en todo, o tanta culpa con cada cosa que hago-.

Hay que hacer la lista del super, planear meriendas y a esta chiquilla de repente se le mete que esta semana no le gusta el mango y trae aquella lonchera agria e intacta. Me encantaría eso de los videos de alistar el domingo todos los almuerzos de esta semana, pero prefiero comer fresquito. Todo el mundo repite que hay que comer sano, pero nadie piensa en todo lo que hay que hacer para eso. O que no todos somos buenos en la cocina.

Encima vienen las vacaciones. Fran dice que vayamos a la playa, que nos gusta a todos. Pero soy yo la que tiene que ver fechas, reservaciones, qué vamos a llevar, sacar la ropa de playa, buscar maletines, alistar el botiquín, coordinar quién saca a caminar al perro, quién cuida la casa…

Tengo que irme a cortar el pelo, pero con tiempo porque toca tinte. Me han salido muchas canas.  Hacerme las uñas. Pucha, me pasa últimamente que siempre me siento cansada. El fin de semana no me rinde. No paro ni un segundo. No me acuerdo cuándo fue la última vez que fui al oculista. Ni al ginecólogo… creo que la T la tengo vencida. Y además siento que subí de peso, me doy cuenta con la ropa. Yo debería volver al gimnasio, pero ¿con qué tiempo? Adri dice que si será la tiroides, como le pasó a ella. Tengo que hacerme exámenes. O cerrar el pico.

 Sería mejor si pudiera entregar esto el miércoles, pero no puedo decir que no. Muchas políticas y todo, pero diay, a mí no me pagan igual que a mi compañero que hace lo mismo que yo. Y una se da cuenta de esas cositas que molestan, porque son muchas y son siempre y son todos los días, pero si una dice algo, entonces es conflictiva y difícil como todas las mujeres. No queda más que trabajar siempre un poquito más que los demás.  Ya quisiera yo tener la confianza de un hombre blanco hetero.

Mi cabeza es como una de esas estaciones centrales: un montón de andenes con trenes entrando y saliendo todo el tiempo, a diferentes horas, con diferentes destinos, con problemas, imprevistos, pasajeros exigiendo soluciones. Todo a la vez. No tengo ancho de banda para ir a la marcha el 8 de marzo. Me gustaría, eso sí.

Fran me pregunta qué me pasa. Que en qué me ayuda. No sé ni qué decirle.  Es un buen hombre. No toma. No es mujeriego. No es violento. Y a la vez no entiende porqué eso no basta. Yo veo a mis amigas divorciadas y esos enredos de pensiones y regímenes de visita y platas y qué terrible todo.  Encima se quedan solas, la mayoría de ellas y son estos mujerones. No me lo explico. Fran me pregunta en qué me ayuda y me saca de quicio porque no es un tema de ayuda. El debería darse cuenta porque esto es de los dos. Pero si nunca encuentra nada, aunque lo tenga en frente, si ve los platos sucios y no los lava, si en lugar de recoger algo tirado en el piso le pasa por encima, si se le olvida regar las matas ¿cómo le explico lo que nunca ha vivido? ¿Por qué hay que decírselo todo?

¡Uy, al zaguatito ya le toca desparasitarlo!

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