El pasado primero de octubre se celebró el Día Internacional de la Persona Adulta Mayor, así establecido por la Asamblea General de las Naciones Unidas desde 1990. La fecha nos recuerda no sólo el importante aporte y valor de las personas adultas mayores (PAM) en el mundo, sino el imperativo de dirigir los esfuerzos públicos, privados, comunitarios e individuales hacia el logro de un entorno más respetuoso y amable con sus necesidades, requerimientos y características.
Vosotros, al igual que nosotros, seguramente creéis que todos los días deberíamos dedicarnos a luchar contra los estereotipos que rodean la vejez y más aún, contra el maltrato del que son objeto muchos mayores”[1]
En términos generales, para que esto permita garantizar los derechos de un grupo poblacional que por cierto está cada vez más lejos de ser minoría, pero que continúa siendo objeto de estigmatización y exclusión social en un entorno cada vez más exigente.
Particularmente para este año la ONU estableció como tema de la celebración “La resiliencia de las personas mayores en un mundo cambiante" teniendo en cuenta que la crisis provocada por la pandemia de COVID-19 incrementó las desigualdades y los impactos socioeconómicos que les afectan.
El envejecimiento de la población mundial es una de las más importantes transformaciones social de las últimas décadas, ha modificado las estructuras familiares y las relaciones intergeneracionales y tiene implicaciones que alcanzan todos los ámbitos de la sociedad, en un contexto de múltiples desafíos, en el que, además, persisten los mitos y estereotipos respecto a la vejez.
Recordar datos nacionales e internacionales sobre el aumento de la población adulta mayor y sobre sus condiciones, es importantísimo para el análisis sin embargo no es el camino de reflexión que sigue este artículo. El hecho real es que cada vez más aumenta la esperanza de vida y se reduce la natalidad, provocando una inversión en la pirámide poblacional (es decir, más personas adultas mayores y menos peques).
Propongo más bien una interrogante (tras otra): ¿Estamos comprendiendo la vejez y sus implicaciones actuales y futuras? Y más aún ¿estamos comprendiendo el proceso de envejecimiento y gestionando el cambio para adaptarnos a las nuevas realidades? Valga decir que, por supuesto, hacerlo siempre implica analizar lo cuantitativo, pero estamos hablando de personas, lo cualitativo no debe y no puede quedarse fuera, por lo que resulta necesario introducir dos conceptos al análisis: empatía - capacidad de identificarse con alguien y compartir sus sentimientos- y sensibilidad social - habilidad para reconocer, percibir y entender las señales y comunicaciones en los diversos contextos de las interacciones sociales-
Dicho esto, ¿Quiénes tenemos que comprender el proceso de envejecimiento y de vejez? ¿Las familias de las personas adultas mayores? ¿Únicamente el órgano rector de la materia o todas las instituciones públicas? ¿Las organizaciones de bienestar social? ¿las personas menores de edad? ¿Las personas jóvenes? ¿Las personas adultas y/o cuidadoras? ¿Todos? La respuesta parece obvia, todos iniciamos nuestro proceso de envejecimiento al nacer, pero ¿Somos una sociedad empática? ¿Dirían ustedes que hay sensibilidad social con respecto a esta población? ¿Comprendemos que cualquiera que sea nuestro ámbito laboral o individual somos actores involucrados o creemos que es un tema de los otros?
¿Son las mismas personas adultas mayores comprensivas con la etapa de vida que están viviendo? ¿Estaremos siendo comprensivos cuando repetimos frases tales como “es que los viejos son como niños otra vez”? O esto más bien, estamos reproduciendo estereotipos de manera sistemática.
Las personas adultas mayores no son inútiles ni acabadas. Las características inherentes a la edad producen cambios y diferencias sus capacidades. Es una etapa del desarrollo humano y como tal, parte del ciclo de vida.
Existen múltiples teorías con respecto a la vejez. El enfoque de curso de vida, por ejemplo, parte de la noción de que es una etapa más en el proceso total del ciclo vital, y “los eventos históricos, y los cambios económicos, demográficos, sociales y culturales moldean o configuran tanto las vidas individuales como los agregados poblacionales” [2]
La teoría de la actividad plantea que mientras más activa permanezca la persona, podrá envejecer de una manera más satisfactoria; la teoría de la desconexión plantea que el avance de la edad impacta en los patrones de interacción, actitudes, creencias y la orientación general de la vida; y la teoría de la modernización concluye que a medida que aumenta el grado de modernización de las sociedades, disminuye la valoración social de la vejez.
Pero más allá de los aportes de la investigación, es importante valorar esa comprensión del envejecimiento y vejez, a partir de la experiencia y construcción social. Hablar de personas adultas mayores resilientes pasa necesariamente por pensar en cómo los contextos institucionales, comunales, privados, familiares e individuales contribuyen o entorpecen esa resiliencia vista como la capacidad que tiene una persona para superar y sobreponerse a situaciones adversas.
Vale destacar aquí que en nuestro país se han hecho importantes esfuerzos por la protección y garantía de los derechos de las personas adultas mayores. La Ley Integral para la Persona Adulta Mayor No. 7935 (del año 1999) busca la igualdad de oportunidades y vida digna en todos los ámbitos, la participación activa en la formulación y aplicación de las políticas que las afecten, la permanencia en su núcleo familiar y comunitario, la organización y participación, la atención integral e interinstitucional y la protección y la seguridad social de las personas adultas mayores.
Además, prevé el derecho a que se respete su integridad física, psíquica y moral (la protección de su imagen, autonomía, pensamiento, dignidad y valores). Y en ese sentido existe un órgano rector de la materia, y múltiples organizaciones civiles e iniciativas privadas que, en muchas ocasiones, inclusive exceden sus capacidades reales, con tal de velar por el bienestar de las personas mayores.
Es decir, hay mucho camino andado, pero el recorrido no termina. Debe agregarse entonces otro concepto al análisis, la interseccionalidad entendida como la interacción entre dos o más factores que definen a una persona y que, en el caso de variables relacionadas con desigualdad y discriminación, no representan una simple suma de categorías, sino que dan lugar a situaciones de exclusión de mayor complejidad. Al respecto, ¿Cómo comprendemos la vejez en relación con el género, la etnia, la orientación sexual, la discapacidad y la pobreza? (entre otros)
La capacidad de respuesta y adaptación de la sociedad, de las instituciones y de los servicios parece ir más lento que el aumento de la población adulta mayor y aún más lento que la transformación de los perfiles de estas personas adultas mayores.
Las sociedades debemos seguir reconociendo y validando la vejez. Las instituciones y los servicios tenemos que seguir avanzando en la atención centrada en la persona (y no en los procesos) que reconozca que la oferta no puede mantenerse inamovible o desvinculada de sus características, percepciones, e intereses. Y las comunidades y las familias, empatizar recordando que las personas adultas mayores, conservan su carácter de “persona”.
La fecha de celebración debe ser una oportunidad, no sólo de visualizar a las personas adultas mayores, sino de acercarnos a sus realidades y apoyarles y acompañarlos en el recorrido de esa etapa de vida, con una mirada empática y consciente.
[1] Extracto de la resolución de la Asamblea General de la ONU A/RES/45/106 Ejecución del Plan de Acción Internacional sobre el Envejecimiento y actividades conexas.
[2] Blanco, Mercedes (2011). El enfoque del curso de vida: orígenes y desarrollo. Revista Latinoamericana de Población, vol. 5, núm. 8, enero-junio, 2011, pp. 5-31. Asociación Latinoamericana de Población Buenos Aires, Organismo Internacional
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