Hace unas semanas cerré un caso con una operaria de manufactura, que ha tenido cáncer de seno y unas semanas después de la cirugía para ese cáncer, le diagnosticaron cáncer de ovario. En la hora que pasé con ella, entre actas y formalidades, me enteré de cosas que me sorprendieron y me hicieron cambiar la forma de ver las cosas.

Sin la Caja, ella estaría muerta. Me contó de la atención que había recibido, del trato humano del personal y de la cita de control donde le encontraron el segundo cáncer. Pero, además, me dijo que ella había adelantado todos los exámenes y diagnósticos con el seguro médico privado que les da la empresa.

Hablamos de sus compañeras de quimio, de cómo la prepararon y la apoyaron para la temida quimio roja y cómo eso le había dado fuerza para cuando se la empezaron a aplicar. Hablamos de las que ya no están.  De la llorada cuando se le cayó el pelo. Ella ya sabía que eso iba a pasar, pero no se imaginó que sería en mechones. Entonces se rapó.  Y luego, el pelo que sale canoso (“¿Será del susto?”), después muy oscuro y, finalmente, una lotería: la que era lacia, puede quedar colocha.

Hablamos de los medicamentos, los efectos secundarios, los síntomas, de esa molesta sensación de electricidad en las manos y al tragar cualquier cosa, justo después de la aplicación de la quimio, “Calambres” les dice ella. Le conté que hay esperanza, que eso desaparece con el tiempo. Intercambiamos tips para combatirlos.

Me habló de su hijo. Cuando la diagnosticaron, él estaba a punto de irse con una beca a estudiar a Europa. El chiquillo quiso quedarse, para acompañarla, pero ella le insistió en que se fuera. Es el único costarricense escogido entre 10 personas a nivel mundial para hacer estudios especializados en su área. Desde allá la estuvo llamando a diario en el año más duro de su vida y aunque le ofrecieron quedarse trabajando allá, ganando en euros, quiso volver a acompañar a su mamá. Ella aun le insiste en que se devuelva y aproveche.

Las dos coincidimos en cómo el cáncer es mucho peor para la pareja o para los hijos, por el cuido que eso significa y el desgaste y el silencio con que llevan la situación, sintiendo que no tienen derecho a quejarse y muchas veces sin saber cuál es la forma apropiada de reaccionar ante una situación extrema como ésta. De cómo "la mamá es la mamá" y no es lo mismo llevar esa enfermedad con un hijo pequeñito que con uno ya hecho un hombre.

Hablamos de crianza: al hijo lo educaron con disciplina con amor, aflojando un poco en la adolescencia para ano asfixiarlo. Siempre lo iban a dejar y a traer a cada actividad, ella, el papá o un vecino con el que estaban de acuerdo. Es un chiquillo bueno, hijo de operarios de fábrica, que ahora destaca profesionalmente Europa.

“¿Y vino solita?” Sí. El esposo ofreció sacar vacaciones para acompañarla, pero ella le dijo que no se preocupara, que paso a paso, despacito, ella llegaba al bus y volvía a la casa. Aprovechaba además para sacar de una vez el FCL. Ella hubiera querido seguir trabajando, pero no puede más con su cuerpo y ese cansancio de los procesos y los medicamentos.

Es un hecho: el cáncer, con todo lo que esa palabra conlleva, democratiza.  De todas partes nos encontramos en los salones de aplicación de quimioterapia, en los de recuperación, en las filas para citas.

Todo esto en el marco de una audiencia de finiquito laboral. Y de un país que, con todo y todo, sigue siendo un Estado social de derecho.

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