Cuando Galeano redactó su majestuoso libro “El futbol a sol y sombra y otros escritos”, le dedicó un apartado al director técnico, contratado para liderar el proyecto, optimizar el rendimiento de los recursos disponibles y garantizarles éxito a los dueños del equipo. En otras palabras, su papel es el de gerenciar. Tiene que poner en práctica su formación profesional, aprovechar su experiencia, ordenar sus piezas mediante una formación de manera que maximice las fortalezas de sus jugadores y minimice sus debilidades; si algo no marcha bien, debe tomar decisiones, realizar cambios y al final de los 90 minutos, todo esto debe verse reflejado con un marcador favorable.

El arte del futbol tiene muchísimo en común con el gerencial. Una mala utilización de los recursos puede ocasionar efectos negativos para los intereses de la organización. La empresa deposita en las manos de la gerencia el desarrollo corporativo y espera, como en todo campeonato, un título que ratifique el rumbo que lleva su gestión. Toda la fanaticada del club y quienes se encuentran asociados de alguna manera a la empresa, esperan cosechar por mucho tiempo los frutos del trabajo de su director técnico y gerente, quieren goles, utilidades, títulos, crecimiento, celebraciones, bonos, jugadores top, el personal más calificado.

Gerenciar es una ciencia, pero también un arte, y como tal, tanto el gerente como el director técnico, están expuestos al escrutinio, quieren que resuelva las exigencias con una varita mágica, a veces de manera milagrosa e incomprensible, pero nunca es permitido el fracaso. Todos queremos que resuelva el problema, no importa cómo, pero que sea honorable, que signifique gloria, que enaltezca el nombre de la institución. De no enderezar el mando, poca paciencia pesarán sobre ellos y más temprano que tarde, deberán ser sustituidos. Para Galeano:

la maquinaria del espectáculo tritura todo, todo dura poco, y el director técnico es tan desechable como cualquier otro producto de la sociedad de consumo”.

¿Es el político el director técnico encargado de gerenciar una institución pública? Ojalá fuera tan sencillo como replicar a Weber, Marx, Fayol o aplicar las estrategias de Pep, Ancelotti, Bilardo o Cruyff. Para que el arte de la política de los resultados que todos queremos, necesitamos que se desintoxique de la mercantilización, del populismo, de la industrialización en la que cayó cuando empezamos a seleccionar a estas personas sin importarnos su pasado y trayectoria. Cuando la política dejó de ser un quehacer lleno de alegría y esperanza, para invadirse de demagogia y la corrupción, no habrá director técnico que logre alzar la copa al final del campeonato.

No necesitamos a alguien que haga magia, que lance un conjuro o que le ordene al portero cabecear en el tiempo de reposición buscando el gol de la remontada. Necesitamos un gerente, que tenga claro que sus socios son el pueblo, y es a este a quien se debe. Si dirige con mística, amor para servir, tendrá en las calles siempre a su hinchada, dispuesta a defenderlo de aquellos que mancillen su gestión. El político, como director técnico, tendrá que sacar el provecho máximo de los recursos con los que dispone, que son del pueblo, no podrá despilfarrarlos ni desviarlos a intereses ajenos del bien popular.

Pero no nos confundamos, que si bien, es el deber ciudadano elegir a sus directores técnicos, no debemos hacerlo anteponiendo colores o banderas, sino el bien común, las mejores propuestas, las que representan los intereses populares. El político no se defiende como defendemos a nuestro amado club de futbol, se analiza su gestión, se evalúa su desempeño y se le pasa factura en las siguientes elecciones, porque, al igual que en el deporte rey, se condena lo que es inútil, como Galeano aseveró en su redacción.

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