También lo evangélico se dice de muchas maneras. Aquí indica un compromiso con las máximas evangélicas más allá de la retórica eclesial y política. Es decir, la responsabilidad individual e histórica de individuos con una cierta sintonía con la trayectoria de Jesús en el servicio y su judicial crucifixión.

Si bien muchas veces se asume el carácter manso/menso de Jesús, el Dios de Jesús es el Dios judío comprometido con su pueblo (Salmo 22), no obstante, el abandono en la cruz (Mateo 27,46). No hay triunfo de Dios que no sea humano: ni un ser humano más con hambre, ni uno más con más poder que otros, etc. Es el desalojo de la miseria humana aquí y ahora porque los seres humanos que creen en este Dios protagonizan una nueva realidad.

La ineficacia política de los creyentes católicos es fruto de una espiritualidad epidérmica centrada en una catequesis doctrinal (Dogmática) alejada y tímida que cree que ayudar a los necesitados es santidad, pero preguntar por quienes producen las víctimas es comunismo. Tal es el miedo eterno de la Conferencia Episcopal de Costa Rica: quiere el poder político, o por lo menos ser mediadora y, cuando lo tiene fugazmente, tampoco sabe qué hacer con él porque en Costa Rica los obispos tienen más aires de monarcas —sin reino— que de servidores.

El caso de Monseñor Romero en El Salvador es elocuente: su pastoral fue fruto de su compromiso individual, no del compromiso institucional (obispos). Claro, como decía san Agustín en La Ciudad de Dios, la garantía de que la Iglesia está haciendo bien su papel es el martirio. Sin el martirio de sus obispos y fieles, se sigue que los obispos y los fieles se instalan en el statu quo o se autoinvisibilizan poniéndose ellos mismos el bozal, es decir, mirando para otro lado porque no les interesa. (No se está hablando de hacer caridad para justificarse, claro está, porque también hacen caridad en Costa Rica los judíos,  los musulmanes, los budistas, etc.  Este no es el punto.)

Una institución ensimismada, con creyentes ensimismados, es/son llevados por una identidad inercial, en la que nadie se cuestiona a sí mismo ni mucho menos al Dios que sostiene las instituciones sociales. Esto es una sociedad culturalmente cristiana, pero no comprometida con el mensaje evangélico. Y esto es un hecho irrefutable, no una opinión.

Ahora bien, detrás de esta práctica pastoral inercial, se muestra la marginalidad de la teología que la sostiene: si el Dios cristiano es el Dios de la historia, cada pueblo tiene una historia que ha de ser asumida por ese Dios a fin de hablarle de manera contextualizada y propiciar la salvación que, sin lugar a dudas, será una liberación. Pero los pastores católicos y protestantes nunca asumieron las diferencias con atención. Este desarraigo vuelve los intentos de salvación latinoamericana marginales, pues mientras el Vaticano habla del ateísmo europeo, los obispos costarricenses hacen una lectura europea (sin arraigo) de la realidad creyente.  La configuración pastoral falla porque falla la recepción del mensaje eclesial por vertical y narcisista. Y es que en Europa el reto es el ateísmo, pero en América Latina es el hambre producida por sistemas sociales injustos (En el discurso teológico, esto sería confundir el lugar teológico).

Esta forma de ser comunidad creyente transparenta la ausencia de Dios y, tras su silencio, la complicidad disimulada que genera precariedades.

La imagen que refleja el catolicismo costarricense cada vez que se mira al espejo es el de una religiosidad popular (piedad popular) sin articulación teológica, o lo que es lo mismo, una religión con un lenguaje teológico puramente formal y ajeno totalmente a la historia de sus creyentes y, dramáticamente, al Dios liberador de la historia, crucificado judicialmente, Jesús.

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