Hace unos meses, buscando un hogar y una comunidad afín a mis principios, me mudé al mítico, remoto y turístico Monteverde. Desde que llegué descubrí lo que buscaba y mucho más: he volado en clases de yoga aéreo, me he asomado al mundo escondido de las orquídeas, he empezado a indagar en el gusto por el café y he seguido el rastro cautivador de un quetzal. Sin embargo, lo más que me ha enamorado han sido las pequeñas y grandes acciones que emprenden muchas personas en este lugar, con el propósito de desarrollar una comunidad en armonía con la naturaleza.
Uno de esos proyectos es Verdes: una moneda complementaria que se propuso durante los primeros meses de la pandemia, cuando se desvaneció el turismo en Monteverde y se quedó sin trabajo la mayoría de las familias de la zona. Esto llevó a la comunidad a pensar en soluciones y como resultado se creó esta moneda, que permite activar el trueque y suplir las necesidades básicas de las personas.
Monedas complementarias
Las monedas complementarias existen desde hace miles de años, cuando diversas comunidades buscaron formas de pagar los bienes que necesitaban para suplir sus necesidades. No obstante, el concepto de moneda complementaria se empezó a utilizar a partir del siglo XXI y se planteó como un sistema monetario creado al margen de las monedas oficiales de un país, con el fin de promover proyectos económicos, sociales y ambientales. Como su nombre lo indica, es un sistema que pretende complementar, no sustituir, la moneda oficial.
Su razón de ser tiene también un trasfondo moral, que busca propiciar principios contrarios al sistema monetario tradicional. Las monedas convencionales promueven dinámicas tales como competencia, reduccionismo, jerarquía y verticalidad, mientras que las complementarias promueven valores como cooperación, igualdad, sincronicidad, confianza y justicia. Las primeras son emitidas y controladas por los gobiernos centrales y las segundas por las comunidades.
Con el tiempo, a las monedas complementarias se les ha llamado también locales, regionales, sociales, alternativas o comunitarias. En cualquier caso, independientemente de la forma en que las nombremos, todas se han creado con el propósito de constituir sistemas económicos menos especulativos y que mejoren el bienestar social de los territorios en los que se utilizan.
Además, las monedas complementarias juegan un papel importante en el reconocimiento de los quehaceres de las personas, promueven un sentido de pertenencia, propician la interacción entre las comunidades y le dan nombre y apellido a las productos que consumimos. Todo lo anterior en lugar del individualismo y el consumo sin control ni consciencia que promueven las monedas convencionales.
Un caso particular
En Monteverde, la moneda complementaria ha sido creada con tres objetivos principales: promover los intercambios entre sus miembros y fortalecer de esa manera la economía local, premiar las acciones medioambientales y el voluntariado y aumentar la resiliencia económica.
El primer objetivo se ha alcanzado mediante una plataforma virtual en la que las personas de la comunidad pueden ofrecer sus productos para la venta. También en los encuentros mensuales y en el mercadito verde en el que las personas productoras y artesanas venden sus productos en un porcentaje de Verdes, el primer y tercer sábado de cada mes.
El segundo objetivo se alcanza cada vez que se le paga con moneda local a quienes asisten a eventos educativos de medioambiente, como las clases de permacultura que se imparten una vez al mes. O bien, a quienes adoptan prácticas sostenibles como compostar la comida orgánica del hogar o ir al trabajo caminando.
El tercer objetivo es el más difícil de alcanzar, ya que asegurarle resiliencia económica a la comunidad supone muchos retos. Sin embargo, la pandemia evidenció que esta moneda solventó muchas necesidades de las personas que estuvieron en condiciones de intercambiar bienes utilizando Verdes.
Por otra parte, la reticencia de muchas personas a enfrentar una transición y utilizar un sistema complementario al tradicional ha sido el principal obstáculo que ha encontrado este proceso en el camino. La necesidad de las familias hacia el inicio de la pandemia permitió probar nuevas posibilidades, pero ahora a muchos no les parece necesario o importante mantener vivo este proyecto.
Ojalá que los Verdes permanezcan entre nosotros e incluso que este tipo de proyectos sean replicados en otras comunidades. De esa manera lograremos vivir en comunidades en las que prevalezca el aprendizaje colectivo por encima del individualismo y en las que se propicien dinámicas sociales más justas, consumos más responsables, economías más reales y estilos de vida más ecológicos.
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