A las 4 de la tarde del sábado 18 de junio, en el momento en que sonaba Living la Vida Loca de Ricky Martin, y justo cuando la muchedumbre se detuvo sobre uno de los puentes Bailey, Roberto Acuña logró subirse al techo de un carro con una bandera multicolor. Ahí, con el tránsito detenido a ambos lados, agitó ese símbolo de las disidencias sexuales, y recibió los aplausos del centenar de personas que participaban en el primer Nosara Pride.

El gentío celebró aquella escena como si fuera una conquista. Y en cierta medida lo era. Había una especie de consciencia grupal de que aquello que estaban haciendo sobre la ruta nacional 160 era como una toma colectiva del espacio público. Un forcejeo por el cantón nicoyano que iban ganando temporalmente, gracias a la valentía y al desparpajo que usualmente inyectan el pop, el activismo y la cerveza.

Tomar el espacio. Disputar el territorio bailando. Incomodar. Hacerse notar y dejar de ser invisible. Decir, lo más claro y fuerte posible, con todo el escándalo y la escarcha del caso, que las personas queer existen en la Península y que tienen la capacidad, las ganas y el tiempo para ser libres entre potreros, playas y barriales. Esa parecía ser la principal consigna de esa ocupación momentánea de la calle.

Poner una bandera multicolor en un negocio, agitarla sobre un carro o llevarla con orgullo sobre pasos de lastre es un acto de valentía en Nosara, porque se trata de un lugar conservador, sin bares, y sin una escena LGBTIQ+ consolidada. Es uno de esos lugares donde la visibilidad no es usual, y donde las personas sexualmente diversas aún no tienen la completa seguridad de expresarse abiertamente.

Ese temor a la expresión incluso se hizo patente al inicio de la actividad, cuando Acuña – uno de los organizadores y voceros del evento – solicitó ignorar posibles insultos o provocaciones de eventuales opositores. “Nuestro lenguaje es el amor, no el odio” exclamó, megáfono en mano, desde la puerta de una ambulancia a la cual se había guindado para dar un discurso inicial.

La pugna por el terreno también estuvo presente en otras partes del recorrido. En varias ocasiones, por ejemplo, la marcha se detenía completamente sobre la calle, causando un caos vial en ambos sentidos que hacía imposible ignorar al ruidoso grupo o avanzar normalmente, según los planes familiares o personales del día.

En esos particulares momentos, las motocicletas, los tuk-tuk y los cuadraciclos aprovechaban cualquier hendija entre los asistentes para seguir su ruta, pero los automóviles, camiones y otros vehículos quedaban completamente atrapados. Ahí era cuando las miradas de enojo de los conductores sobresalían más y superaban, por mucho, las de curiosidad.

A mitad del camino, el caos fue total. Literalmente los participantes tomaron toda la calle con perros, carteles y cuadraciclos, e hicieron un círculo para que dos chicas jóvenes pudieran bailar sobre el asfalto Material Girl, la mítica canción ochentera de Madonna.

El pop gringo tuvo un papel fundamental durante toda esta jornada. Un buen porcentaje de los asistentes eran estadounidenses o europeos, y eso definitivamente condicionó la lista de reproducción, aunque sí fue posible escuchar una que otra canción en español. Amor Prohibido de Selena, Amante Bandido de Miguel Bosé y A quién le importa de Gloria Trevi fueron algunas de las letras que intentaron, con poco éxito, cantar y bailar los extranjeros marchantes de ese día.

Eso de cantar y bailar es importante en estos eventos, pues empodera y libera de manera simultánea. Es una táctica útil para tomar el espacio público, y para disputar un territorio tan áspero con los derechos humanos como este. Es una forma creativa de crear resistencia y comunidad, de visibilizar disidencia y de incomodar, justo como se incomodaron, en el tramo final, unos 10 trabajadores de construcción que reían de manera nerviosa mientras la marcha avanzaba hacia Playa Pelada.

Este grupo de hombres miró a las personas que participaban de la marcha fijamente desde un segundo piso. Es cierto que hicieron comentarios entre ellos, pero ninguno se atrevió a decir una palabra o un insulto en voz alta. De algún modo, intuyeron que era una pésima idea insultar a homosexuales empoderados por la música de Cher. De la que se salvaron.

La histórica actividad no terminó con tarimas o con discursos, sino con cerveza frente al mar. Fue en Olgas, un modesto restaurante sobre la arena, donde se disipó la primera marcha del orgullo LGBTIQ+ en la historia de Guanacaste. Nadie dijo nada, pero todos los asistentes sabían que aquella gesta momentánea de tomar las calles estaba llegando, por ahora, a su fin.

Alrededor de las 5 de la tarde, un grupo de jóvenes que no superaban los 18 movían las caderas mientras sonaba You Are Family de las Sister Sledge. Mientras caía el sol, los chicos le gritaban a la playa eso de que eran familia, y que tenían a sus hermanas con ellas.

En el Nosara Pride, ese sábado, nadie les podía decir que estaban equivocados.

Este artículo representa el criterio de quien lo firma. Los artículos de opinión publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de este medio. Delfino.CR es un medio independiente, abierto a la opinión de sus lectores. Si desea publicar en Teclado Abierto, consulte nuestra guía para averiguar cómo hacerlo.